Adiós a La Fábrica
En el número 64 de la calle Jose Antonio (aún Primo de Rivera), se encuentra un edificio de principios del siglo XX que se demolerá antes de que termine el año. La Fábrica fue una factoría de jabones, detergentes y lejías; luego un local de ensayo por el que pasaron elementos de la movida lanzaroteña como Papita Rala, Cesarguely y sus músicos, Besos y rasguños, Marca Acme o Subproducto Tóxico, un pub creativo en los años 90 (casi con más programación cultural que el ayuntamiento) y, en los días de gloria nocturna, un local donde apurar el último tramo de la noche.
En los años cincuenta, Gregorio Fernandez y Antonio Guerra alquilaron una casona en una de las arterias principales de Arrecife para montar una jabonería. Fabricaban cuadros de jabón, dispensaban lejías y detergentes, y el negocio funcionó hasta los setenta, década en la que decidieron mudarse a la zona industrial, a las afueras. Muchos jóvenes de la capital se ganaron aquí su primer sueldo empaquetando y montando cajas de cartón.
VERANO DE 1982
Una generación de adolescentes lanzaroteños devora los discos, folletos y referencias de ocio que llegan desde Madrid y otros puntos de la geografía global. No existe internet (sólo unos ‘trastos’ llamados Atari), Radio3 actúa como refugio para oídos inquietos y el CIC El Almacén es el único refugio posible. Se percibe una fenomenal avidez por conocer fórmulas creativas nuevas. Durante el instituto, varios chavales se reúnen para hacer música y toman como punto de encuentro la abandonada fábrica de jabones, propiedad del padre de uno de ellos. Quitan los trastos, las botellas y adecentan la fábrica para convertirla en local de ensayo. Quedan todas las tardes. Aquí se intercambian letras, acordes, bromas. Surgen ideas para un fanzine, el futuro cineasta Pedro Paz, junto a Román Cabrera y César Carrasco, escriben canciones, se organizan los primeros conciertos de lo que hoy se considera la década más explosiva y relevante del rock conejero. Por aquí pululan músicos, novias, amigos, amigos de amigos, incluso amigos de amigos del entorno que dan el salto a política por primera vez graban en el local su anuncio para las elecciones de 1983.
Diez años más tarde, los adolescentes se han convertido en adultos que estudian, trabajan o están comprometidos con otras causas. Las bandas se han disuelto pero a algunos de los que viven en Lanzarote, les queda una magua: se han quedado sin punto de encuentro. Sin referencia. No hay bar donde tomarse unas copas y a la vez dar rienda suelta al cerebro y al cuerpo. El 12 de mayo de 1994, se inaugura La Fábrica como local de copas, con Román Cabrera como encargado, Carlos Toledo como disyóquey (“sabía lo que quería la gente a cada momento”), una buenísima acústica (gracias al meticuloso lavado y conservación de las paredes de piedra y canto), una barra decorada con un mosaico rojo de inspiraciones manriqueñas y una programación que abarcaba exposiciones, lecturas de poesía, teatro, conciertos y fiestas temáticas. Unas cuatrocientas personas acudieron a la apertura y los camareros no dieron avío.
Unas cuatrocientas personas acudieron a la apertura en 1994 y los camareros no dieron avío
La amplitud del edificio permitió crear cuatro espacios diferentes: una sala para hablar en la entrada, una barra, la pista de baile y un segundo piso con billares. La aventura duró sólo tres años pero consiguió ser uno de esos sitios con el nombre de los clientes escrito con tinta invisible en los taburetes (también de diseño propio). Por allá pasaron las obras de Carlos Matallana, Manolo Verdú (El Toti), Manolo Lezcano, Ángeles García, Carmelo Suárez, Fernando Larraz, Virginia Díaz y un largo etcétera.
El fotomatón de la Fiesta de la Fotografía, en una época donde no existían los smartphones ni los selfies, ni la instantaneidad gráfica, causa furor. Y como había un comentario que se repetía con cierta asiduidad (“Coño, aquí todo el mundo es artista”) se decidió organizar otra juerga con contenido: La Fiesta de los No Artistas, con una exposición colectiva de 25 nuevos autores que tasaron sus obras como quisieron. El catálogo de precios tenía cifras rocambolescas: trece millones de dólares, 25 acciones del BBV (todavía sin la A de Argentaria) o una cena para dos. Por el escenario modulable “de buena madera” pasaron Las Ratas, Tractores, Zaranda Troupe y muchos más.
LA FÁBRICA NO FUE LA ÚNICA
Por aquel entonces y en los siguientes años la calle José Antonio era capaz de reunir a cinco mil personas algunos fines de semana. Estaba la galería bar Artis (en el número 57), el Café Teatro Diderot (59), La Antigua (62), la salsoteca Babalú (76), dos calles más allá el Tambo pequeño y ‘Toño Luna’, y el Rincón del Majo en el Charco de San Ginés. La José Antonio negaba cada jueves, viernes y sábado uno de sus nombres prefranquistas: calle Amargura.
Aquí escribe canciones el futuro cineasta Pedro Paz y se organizan los primeros conciertos de la década más explosiva del rock conejero
Tras su trienio cultural-alternativo, La Fábrica se alquiló y se convirtió en un local nocturno, sin programación cultural, pero que siguió captando clientela. Hasta 2004, el edificio formó parte del catálogo de bienes inmuebles protegidos, junto a las dos casas de al lado. Años más tarde -y ya con un edificio de nueva construcción al lado- el consistorio capitalino decidió su expropiación forzosa para terminar de ejecutar la calle Luis Fajardo Ferrer, que conectará la calle José Antonio con la futura manzana de viviendas que se levantará en el solar de la parte trasera.
Comentarios
1 ANSELMO Mar, 11/11/2014 - 09:32
2 Maya Mar, 11/11/2014 - 13:21
3 inmueble no pro... Mar, 11/11/2014 - 14:35
4 sonia Mar, 11/11/2014 - 14:48
5 Anónimo Mié, 12/11/2014 - 11:10
6 Anónimo Mié, 12/11/2014 - 20:34
7 Anónimo Jue, 13/11/2014 - 14:22
8 P.ico Dom, 16/11/2014 - 13:07
9 Anónimo Mié, 19/07/2017 - 21:49
10 Súper T Jue, 20/07/2017 - 00:49
11 Gustavo Jue, 20/07/2017 - 23:27
12 Gustavo Jue, 20/07/2017 - 23:27
13 Anónimo Jue, 23/05/2024 - 20:45
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