Al final todo es más sencillo. Si apartamos el morbo y los detalles escabrosos, que aportan información pero no explicaciones, la cosa está clara y se reduce a eso tan viejo de la maté porque era mía. De lo que queda por saber, y si queremos conocer mejor a nuestra sociedad, sería mas interesante alcanzar a entender por qué una joven llega a tal nivel de desesperación o dependencia para casarse con una persona a la que denunció dos días antes de la boda que saber si el cuerpo ardió en una barbacoa americana o en cuántas bolsas se repartió.
Es cierto que la maldad atrae. Es inevitable. Pero también es cierto que ya deberíamos saber que los asesinos no nacen, sino que se convierten en asesinos cuando asesinan. No son locos. Son lo que llamamos comúnmente personas normales, y parece que cada vez que ocurre algo así comenzamos de cero y nos seguimos sorprendiendo de que nuestro vecino se haya convertido en un asesino cuando resulta que daba los buenos días y se portaba bien con sus hijos. Siempre es así. El 99,9 por ciento de los asesinos son personas normales, en el caso de que nos pudiéramos poner de acuerdo sobre qué es exactamente una persona normal. De la misma forma, el 99,9 por ciento de las personas extravagantes no cometen ningún crimen, y si lo hacen no les sirve como explicación.
Los que maltratan a las mujeres y las acaban matando son personas normales. Ese es el problema. En este caso ha sido un ingeniero madrileño. Podría haber sido un albañil senegalés o un contable ecuatoriano. Lamentablemente, en los dos últimos casos sería más fácil encontrar una vía de escape como sociedad porque no faltaría quien le achacara la responsabilidad a la cultura del país de procedencia, a que su religión no respeta a las mujeres (si encuentran una que lo haga, avisen), a su escasa integración en el país o a su bajo nivel de estudios. Da igual. La explicación es siempre la misma: la maté porque era mía. El resto son justificaciones de aquellos que confunden que hay razones para enfadarse o para divorciarse con las razones para disponer de la vida de una persona.
Hay una tendencia irresistible a pensar que el mal siempre habita, se genera o llega de fuera. Desde lo más pequeño a lo más grande. Los padres de adolescentes nunca admiten que la mala compañía de la que todos hablan puede ser su propio hijo, mientras que grandes países, como Estados Unidos o Italia utilizan a los inmigrantes como chivo expiatorio de sus problemas. Y el mal no solo se traslada, también se crea. En El informe de Brodeck, una novela de Philippe Claudel, se describe la llegada a un pequeño pueblo de las montañas de un extranjero que pone en evidencia las vergüenzas de los habitantes. Lo asesinan entre todos y pretenden ocultar los hechos encargando un informe al único habitante que no participa en el asesinato.
Con la violencia machista se ha comenzado a poner el foco en que no es un problema individual, de aquellos que matan, sino que es un problema estructural, que está dentro de la sociedad, principalmente de los hombres, tanto en su origen como en sus soluciones y que nace de la propia sociedad, de la educación, de su estructura de poder... Por tanto, para que haya una salida debe haber un cambio profundo. De hecho, la reacción negacionista encabezada por Vox es la reacción de aquellos que ya se han dado por enterados pero aún no se dan por aludidos. Es la reacción de quien se resiste a admitir una cuota de responsabilidad en el problema porque es más cómodo pensar que el mal lo generan los demás. Y cuando el problema viene de dentro y viene de lejos, todos tenemos algo que hacer. Unos tienen que dejar de protagonizar los hechos y otros dejar de redactar el informe, como hacía Brodeck, como si no pasara nada o, lo que es peor, como si la culpa la tuvieran las víctimas.
Comentarios
1 JLGaGo Vie, 18/01/2019 - 21:25
2 Valores Vie, 18/01/2019 - 22:36
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