Nos fascina crecer porque nos gusta lo grande. O al revés. Crecer tiene una connotación positiva, aunque no signifique gran cosa. Pero nos gusta. Valoramos el peso del bebé al nacer, su estatura en la adolescencia… De los niños que crecen rápido no hay que preocuparse mucho, pero de los otros sí.

El mantra del crecimiento se ha traslado a la personalidad. El pensamiento positivo nos invita a crecer mentalmente, espiritualmente, humanamente. Crecer como personas. Siempre crecer, como si hubiera que llegar a algún sitio que no sea la muerte. No se trata de cambiar, de evolucionar, de adaptarse. Se trata de crecer. ¿Hasta cuándo? ¿Hacia dónde? ¿Por qué?

¿Qué decir de la economía? Crecer es obligatorio. O crece tu negocio o crecerá la competencia en tu lugar. Crecen las empresas, crecen los sectores y crecen las sociedades. Se asume todo crecimiento como positivo aunque no lo sea. Lanzarote ha crecido mucho: en oferta alojativa, y por tanto en población. Van de la mano.

Ahora se habla de declarar a la isla como saturada. Quizá algún día se dignen a explicarnos cómo van a transformar un anuncio en una realidad. También se ha hablado mucho de capacidad de carga, que es un concepto engañoso. No es que en la Isla quepan 200.000 personas o un millón. Caber, caben. Lo que hay que definir es el precio a pagar por ese crecimiento.

Pero crecer se puede cuantificar. No es bueno ni malo por definición, pero sí un hecho objetivo. Se puede medir. Lo que ya no se puede medir igual es el invento del crecimiento sostenible, porque ya vamos sabiendo que es crecimiento o es sostenible. Y se pueden medir menos aún otras ocurrencias, que parece que quieren aportar algo y no son más que otro eslogan vacío. El vicepresidente del Gobierno de Canarias, Román Rodríguez, que ahora reivindica a su yo del año 2003, dice que hay que crecer mejor. ¿Cómo se hace eso? Mejor, ¿para quién? ¿Tanto miedo tienen a dejar de utilizar el concepto de crecer como un objetivo deseable?