0 COMENTARIOS 27/02/2022 - 08:11

No tiene el glamur de la política, la economía o la sociedad, pero historiar el devenir inmobiliario de un lugar no deja de tener su miga, especialmente cuando hablamos de espacios limitados, como es el caso de las islas. De hecho, la ordenación del territorio y su urbanización explican muchos de los agudos vaivenes culturales que han vivido durante su historia Lanzarote, Fuerteventura y sus islotes. Los especialistas en la materia auguran que en 2022 volverán a subir los precios de las viviendas, así que les proponemos un repaso a vuelapluma por más de 2.000 años de distintas formas de organizar el territorio y su edificación.

Aún quedan muchas dudas por resolver sobre los majos (los primeros habitantes de Lanzarote y Fuerteventura), pero sí se sabe que, como en el resto de las islas, esos primeros pobladores tenían una clara jerarquía en su organización sociopolítica, lo que también se trasladó a sus viviendas y hábitats, de manera que además de las clásicas ‘casas hondas’ (pequeñas cabañas de piedra semienterradas), también han aparecido estructuras más desarrolladas, como el Palacio de Zonzamas, pieza central de uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Lanzarote y residencia del rey majo que llevaba ese nombre.

La distribución del territorio en el mundo aborigen también estaba controlada y ponderada, teniendo un ejemplo arqueológico sobresaliente en La Pared de Jandía, un gran muro de seis kilómetros que separaba esta península del resto de la Isla. Antiguamente, se creía que esta pared dividía la Isla entre los dos jefes de los clanes locales, Guise y Ayose, aunque hoy más bien se piensa que marcaba el límite de los pastos reservados para momentos de escasez.

Aunque no hay duda de que los antiguos canarios procedían del norte de África, sí hay muchas lagunas por rellenar sobre su llegada. Una de las curiosidades de este tema es que es bastante probable que Europa, y especialmente los pueblos mediterráneos, ejercieran una influencia decisiva en esa llegada. Entre las hipótesis más aceptadas por los arqueólogos está la que señala que la arribada de la población primitiva de Canarias estuvo vinculada con la apetencia de la antigua Roma por poblar nuevos territorios. Esta corriente sostiene que, como hizo en otras islas del Mediterráneo, el imperio romano pudo haber desterrado a tribus insurrectas bereberes (también llamados amazigh) a las Islas Canarias como castigo por su rebeldía, aunque no se descarta que el traslado fuera voluntario y que pudieran haberse dado más de una arribada.

En todo caso, el objetivo de Roma era el mismo, poblar nuevos territorios para incorporarlos a sus dominios, adelantando una pauta que se va a repetir y que será clave, las apetencias inmobiliarias de los pueblos de Europa en el suelo de Canarias. Efectivamente, después de la caída definitiva del imperio occidental de Roma a partir del siglo V, los pueblos europeos se retiraron del norte de África durante los casi 1.000 años del medioevo, para volver a interesarse por estos territorios a finales de la Edad Media.


Timanfaya. Fotos: Adriel Perdomo.

La conquista señorial

Motivados por los avances técnicos en navegación, cierta prosperidad económica y la lucha contra el Islam, los europeos volvieron a merodear por Canarias a partir del siglo XIV, siendo el primer intento serio, el del navegante genovés Lanceloto Malocello, quien se estableció unos años y terminó dando nombre a la isla de Lanzarote a partir de 1330 aproximadamente. En los siguientes años, distintos reinos como Portugal, Castilla, Aragón (con expedicionarios catalanes y mallorquines) pasaron por Canarias. Europa volvía a mirar hacia el Archipiélago. En 1391 otra expedición dirigida por dos genoveses pasó por Fuerteventura, en su ruta hacia Guinea.

Los señores feudales hacían y deshacían a su antojo la venta de tierras

La conquista europea de Canarias comenzó en Lanzarote en 1402, para seguir pronto con Fuerteventura, pero acontecieron dos modalidades bien diferentes. Tenerife, Gran Canaria y La Palma tardaron más en conquistarse (la última fue Tenerife en 1496) y requirieron la intervención directa del ejército del rey castellano, quien también financió la campaña e incorporó directamente esos territorios y sus súbditos a sus dominios. Fue la conquista realenga.

Mientras, el resto de las islas, incluyendo Lanzarote, Fuerteventura y sus islotes, siguieron el modelo de conquista señorial, el cual se produjo por iniciativa y financiación de individuos particulares (miembros de la aristocracia militar europea), aunque bajo el reconocimiento de la corona castellana y, sobre todo, del papa. Las diferencias entre un modelo y otro fueron notables, obligando a las habitantes de las islas señoriales a pagar más impuestos, con lo cual se dificultó aún más un precario desarrollo económico, siempre pendiente de la falta de agua.

Los derechos señoriales no fueron abolidos hasta el siglo XIX, de manera que los señores de las Islas, (varias dinastías poseyeron y se repartieron Lanzarote y Fuerteventura), hacían y deshacían a su antojo, vendiendo las mejores tierras entre sus colaboradores y apretando al campesinado con tasas abusivas, de manera que muchas veces la única solución era la emigración.


La Geria, zona carismática tras las erupciones.

Sequías, piratas...

En los primeros siglos tras la conquista europea, el valor de la tierra estuvo muy marcado por las leyes del limitado mundo agropecuario. Las tierras con más pastos eran las más apreciadas y, en islas de marcada sequedad como Lanzarote y Fuerteventura, esas posesiones siempre fueron escasas. La vida giraba en torno al frágil abastecimiento de agua.

Durante siglos, las propiedades de la costa tuvieron un valor muy escaso, los heredaban los hermanos y hermanas menores. No solo valían poco por su casi nula productividad agrícola, sino porque también eran los más expuestos a los frecuentes ataques piráticos. En 1618, piratas norteafricanos se llevaron a casi un millar de lanzaroteños como cautivos, lo que suponía alrededor de un 20 por ciento del censo local. Era un negocio a dos bandas, puesto que los señores de Lanzarote y Fuerteventura también organizaban razias a África para conseguir esclavos o cautivos por los que luego se pagaban rescates, aunque muchos terminaron quedándose en las islas.

Si el panorama para la mayoría de la población ya era muy poco alentador, entre 1730 y 1736 Lanzarote vivió uno de los peores episodios volcánicos de los últimos milenios. Durante seis años, más de 20 volcanes sepultaron algunas de las mejores vegas agrícolas y numerosos pueblos, con sus casas, corrales, pozos, sillas, aljibes, maretas, ermitas... y hasta un puerto real en la zona de Janubio. El orden territorial e inmobiliario saltó por los aires. El investigador José de León Hernández ha documentado casos de gente que se compró terrenos apenas meses antes de que los sepultara la primera fase de las erupciones y que, para colmo, volvieron a comprar nuevos dominios que, varios años más tarde, también fueron comidos por la lava. Fuerteventura, especialmente el norte de la Isla, también se vio afectada por la llegada de numerosas personas que huían de Lanzarote.

En el siglo XIX comenzó el declive del Antiguo Régimen en España, un proceso con muchas idas y vueltas que fue especialmente lento en islas como las nuestras, donde la aristocracia insular perdió sus antiguos derechos feudales. Pero no fue la única novedad de esta turbulenta centuria. La Iglesia, también otra gran propietaria en Lanzarote y Fuerteventura, vio cómo las diferentes desamortizaciones de la época la despojaban de sus abundantísimas propiedades. Mientras, la clase terrateniente agrícola, formada por grandes herederos de pudientes linajes tradicionales, contempló cómo surgía un nuevo sector social rival adinerado, que prosperaba con el comercio y que introducía nuevas ideas liberales. Se trataba de una burguesía portuaria que se asentó en Arrecife y Puerto Cabras, principalmente, y que representaba un nuevo modelo de poder frente a la oligarquía rural, muchas veces absentista, es decir, que residía en Gran Canaria, Tenerife o la Península, gestionando sus fincas a través de medianeros.

Aunque con novedades, el siglo XIX siguió manteniendo las injustas reglas del juego. El historiador Agustín Millares Cantero ha documentado cómo muchos grandes terratenientes aprovechaban las cíclicas crisis que provocaban las sequías o las sacudidas económicas para comprar a precios bajos los dominios de modestos propietarios agrícolas arruinados, en un progresivo proceso de acumulación. No eran islas buenas para los pequeños emprendedores.


Hotel Fariones, primer hotel moderno. Foto: Comercial Silva.

Revolución del turismo

A mediados del siglo XX, en plena posguerra civil española, Lanzarote y Fuerteventura seguían ancladas en una economía de supervivencia que malvivía de las escasas rentas que dejaban los anticuados sectores primarios. Zonas como Jandía y La Graciosa seguían dinámicas más propias del arcaico Antiguo Régimen que del mundo capitalista. La pesca era de lo poco que daba alegrías, mientras la industria no daba señales de vida y gobernantes como Franco aprovechaban para desterrar a sus enemigos a estas islas. Nadie quería venir a Lanzarote y Fuerteventura, y menos aún comprar terrenos. Cero interés.

Durante siglos, los terrenos de la costa fueron los menos valorados, una mala herencia

Sin embargo, a finales de los años cincuenta del siglo XX, un ciudadano de nacionalidad belga, Guy van Dhal (o Vandaele, según la fuente que se escoja), comenzó a comprar enormes terrenos inservibles en la costa de Lanzarote (casi todo desde Playa Honda, hasta La Tiñosa, hoy Puerto del Carmen) y más aún en el norte de Fuerteventura (casi todo desde Cotillo a Puerto del Rosario, incluyendo las dunas de Corralejo). Aquellas compras masivas causaban asombro entre la población, pero había que aprovechar la oportunidad para vender. Incluso los llamados “moros notables”, un afamado grupo de tertulia compuesto por distinguidos miembros de la alta sociedad tradicional de Arrecife, pensaban que el belga estaba despistado o lo hacía por caridad con los pequeños propietarios, hasta que pocos años después vieron cómo revendía esos terrenos a precios mucho más altos.

Existen en la memoria colectiva de quienes vivieron esa época muchas anécdotas similares a esta, que en este caso fue narrada en un libro reciente por el economista Marrero Portugués y que sirve para ilustrar el radical cambio que vivieron Lanzarote y Fuerteventura. Desde los albores del desarrollismo español comenzó una profunda fiebre constructiva y especulativa que metamorfoseó por completo la realidad insular, a causa del nuevo valor de mercado que van a adquirir los terrenos de la costa. La fulgurante llegada del turismo lo cambió todo, para volver a ligar la organización territorial de Lanzarote y Fuerteventura con las nuevas apetencias europeas, aunque de una manera no vista hasta entonces.

En el próximo (y el último) capítulo de esta breve historia inmobiliaria de las islas más orientales de Canarias contaremos los detalles de esta fase turística. Una etapa histórica en la que seguimos inmersos, y que ha dado tanto para la creación de grandes riquezas como de poderosas crisis.

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