Nieves Rodríguez Rivera

Respeto

La conciencia ecológica no nace, se hace. Esta conciencia se adquiere a través de un ejercicio de madurez, que implica conocimiento de la interdependencia entre el ser humano y la naturaleza, y un compromiso de responsabilidad de conservación y defensa de nuestro entorno.

Por fortuna, cada día hay una mayor percepción de la importancia de proteger y salvaguardar nuestro territorio de la barbarie que nos acecha. Los volcanes, el malpaís, las dunas o las playas son parte fundamental, distintivos naturales de nuestras islas y parte principal de nuestra idiosincrasia. El respeto y el máximo cuidado de las mismas es una asignatura que algunos tienen por desgracia, todavía pendiente.

Las últimas noticias sobre las fiestas en los volcanes en la Oliva, turistas que se salen de la carretera y pisan la colada de la lava protegida de Timanfaya, o el trasiego de turistas por las dunas, deteriorando el paisaje de Maspalomas, son una muestra más del impacto humano o de la parte más irracional y bestia del mismo.

Esta ola de turistas cuyo único afán es obtener una foto en un paisaje para subirlo a las redes, o hacer una fiesta en medio del volcán con dj incluido, indica una total impunidad y un grado de desprecio y de incivismo hacia nuestro territorio alarmante.

¿A qué se debe esta creciente barbarie?

Quizás por la poca importancia que se ha dado a los entornos protegidos, y la estampa en venta de nuestras islas como objetivo turístico, sin un plan de protección y de concienciación que realce la calidad de nuestro patrimonio como un valor frágil y vulnerable al que hay que proteger.

Estaría bien que, la próxima Feria Mundial del Turismo en Londres, nuestros representantes y políticos no solo lleven el paisaje como reclamo, sino que informen al visitante del respeto básico a las normas y se anuncien drásticas sanciones, con expulsión incluida, contra aquellas personas que la incumplan. Solo así, haciéndonos respetar podremos exigir respeto.

No es de extrañar la preocupación del presidente del Gobierno, Fernando Clavijo, contra la “turismofobia” creciente, en su debate de investidura. Hierra el tiro a cuando busca culpables entre “grupúsculos con intereses políticos” y debería, más bien, plantearse a qué se debe esta turismofobia y tomar notas de las voces críticas y discordantes con la poca o nula actuación por parte de las autoridades.

Ahora bien, por mucha consigna institucional que se venda de que aquí se vive del turismo, si un canario o canaria entiende que este es tan perjudicial como las termitas, que socavan, y destruyen mediante los distintos procesos urbanístico o la acción humana, la polarización seguirá creciendo.

Apremian medidas urgentes como la Ecotasa, que se invierta en la protección y custodia de estos lugares, urgen más leyes que sancionen y penalicen estos actos vandálicos con medidas ejemplares. El respeto a las leyes debe ser recíproco. Pero transmitir la constante consigna de que “vivimos del turismo” y permitir la destrucción de nuestro patrimonio es tener una corta visión de futuro. La ecuación es básica, cuando se destruya el paisaje ya no habrá nada que ver ni nada que proteger, tampoco turistas que quieran venir, y entonces, ahora sí, nada de lo que vivir.

Comentarios

La pregunta impertinente aquí es si de verdad se causa un daño ECOLÓGICO cuando la gente pisa piedras inertes. De ser así, ¿cual es el daño? ¿Es significativo? ¿Y cual es el beneficio que trae experimentar la belleza de la tierra íntimamente como hizo Manrique y no desde la ventana de un coche o autobús? ¿Qué sentido tiene mantener todo estático en una isla volcánica donde ni el mejor vulcanólogo del mundo te puede asegurar que no habrá una gran erupción el próximo mes? Es irracional. Viene del odio al ser humano y por lo tanto a su huella. No hablamos de daños ecológicos, sino PAISAJÍSTICOS. Y ese odio al ser humano cumple la función religiosa de demostrarnos de que somos una especie especial que por su divinidad tiene no solo el derecho sino el deber de velar por el resto de especies, subespecies, variedades, ecosistemas, o como quiera que definas el significante vacío "biodiversidad". Argumenta por qué nosotros tenemos el derecho y deber de ser los gestores de la naturaleza sin caer en la excepcionalidad humana y el antropocentrismo. Es imposible. Yo en este artículo solo leo el peor tipo de ideología, y que me digas que no pensar como tú es síntoma de inmadurez me parece primero una falta de respeto, y segundo extremadamente irónico. El cambio climático matará a la naturaleza como Nietzsche mató a dios. Nos hará mirar tras el andamio que reviste el edificio de la ecología y veremos que no hay edificio, solo andamio. Pero a ti ni una erupción volcánica te hará cambiar de opinión. Sería, en tus palabras, convertirse en una bestia inmadura.

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