Ana Carrasco

La cocina de las palabras

Silencio, se narra
Tengamos, por favor, un poco
de paciencia para narrar.
Y que luego la narración nos haga pacientes
Peter Handke

 

Nuestras abuelas y madres cocinaban y al día siguiente cocinaban también. Así nos criaban, alimentaban, y algo muy importante, conseguían reunir a toda la familia en torno a la mesa. Asumiendo con abnegación el rol de amas de casa, se enfrascaban horas en las cocinas y trajinaban: apartaban las piedras de las lentejas, aprovechaban lo que sobraba del día anterior, limpiaban a fondo, y entre mil cosas más, escuchaban radionovelas.

Nuestras abuelas y madres, catedráticas en I+D+i, conocían muy bien todo lo habido en sus cocinas, se relacionaban estratégicamente con calderas y sartenes, una para esto, la otra para aquello... y las mantenían relucientes por dentro y por fuera. Siendo pequeña, me preguntaba qué sentido tenía frotar hasta sacar brillo a la parte externa de una sartén.

Aquellas fueron generaciones tan volcadas en esa parte de la casa, que soñaban con habitar cocinas más grandes, o se conformaban con renovarlas, quizás porque lo único que podían cambiar en sus vidas era ese espacio, tan diferente al que reclamaba para la mujer la escritora Virginia Woolf.

¿En qué piensas, mamá?, "en lo que haré de comer mañana," contestaba. Y así transcurría la vida y nos hicimos grandes... y le comprábamos por Reyes pequeños electrodomésticos para la cocina, creyendo que aquellos objetos le harían feliz.

Yo disfruto de la comida, pero me gusta poco cocinar, razón por la que admiro a las personas que saben guisar con amor y gusto para los demás. Lo que sí me gusta es inmiscuirme, con perdón, en la cocina de las palabras. Me apasiona hornearlas, empanarlas, sofreírlas, escabecharlas, sancocharlas, rebozarlas, adobarlas... Mis calderas y sartenes preferidas son libretas, y para remover, me gusta una pluma más que comer. Cierto que a veces me desespero, porque en el supermercado de la mente no siempre encuentro las palabras más adecuadas. Entonces, intento mantener la calma, dejar reposar lo puesto al fuego, y esperar a la suerte de mayor inspiración y creatividad. En ocasiones, resulta imprescindible preparar con antelación las palabras, dorarlas un poco, pero con cuidado; las palabras demasiado guisadas no salen sabrosas, las quemadas se leen mal. Cada palabra tiene su peculiar punto de cocción.

Decía Jardiel Poncela que para que un texto se beba como el agua debe ser trabajado como el hierro, yo digo que para que un texto se beba bien hay que trabajarlo con la paciencia de mi abuela, a fuego lento, revolviendo a menudo para que las palabras no se peguen, ni resten sabor unas a otras.

¡Ay, mi abuela y sus rosquetes!, ¡cuántas horas amasando con sus gruesas y fuertes manos para dejarnos por vida el sabor de ese esfuerzo! Por no hablar del sabor tan particular de su cabrito compuesto, que siempre hacía por Navidad. Me imagino a "Casiano", mi abuelo, escribiendo para el Semanario Antena, inspirado en parte por los aromas que salían de la cocina. Transcribo uno de sus poemas titulado "El Islote del Francés", publicado en diciembre de 1961.

"En las aguas tranquilas de este bello Arrecife
y en la misma ribera de uno de sus islotes,
yace medio hundido, un barco: el S. Francisco,
de la flota pesquera de nuestro Lanzarote.

Abandonado, mudo, como triste desecho,
con la quilla en el agua y al aire su esqueleto,
a nadie dice nada, es un cuerpo sin vida,
pero en sí, es un tesoro de recuerdos repleto..."

Casiano, 1961

De mi infancia, tengo el recuerdo nítido de ver sobre el poyo de mármol de aquella cocina, los vasos con "Kinito" y una yema de huevo cruda dentro. Era el elixir de unos 15º de graduación que nuestra abuela nos preparaba para abrirnos el apetito.

Sintiéndolo mucho, en mi cocina, la de las palabras, no hay elixir de alcohol quinado que pueda ofrecerles. Llegado el momento, debo respirar hondo, quitarme el delantal, cerrar la pluma y servir lo narrado. En recuerdo a mis abuelos.

 

Foto: Las manos de mis abuelos y de fondo un extremo del Islote del Francés.

P.D. Naturalmente, a todas horas, "Kina de San Clemente", decía su anuncio.

 

Comentarios

Qué casualidad, mi abuela Dolores hacía lo mismo pero en la Destila
Un texto delicioso y cocinado con esmero.

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