Ana Carrasco

El horno de Rogelia

Arrecife era una ciudad rica en cines en la época en que mi tía Rogelia, tía de mi madre, hacía y vendía dulces. En su casa de la calle Jose Antonio, hoy Manolo Millares, se trabajaba duro, muchas horas seguidas para elaborar aquellos dulces tan famosos y reclamados, los dulces de doña Rogelia.

Eran tan populares que no había boda, ni banquete, sin ellos. Incluso, algunas personas los llevaban en latas a Las Palmas para regalar a amistades, médicos y familiares. Los fines de semana se vendían bastantes, también a la gente que iba al cine "Díaz Pérez", situado en frente de aquella casa terrera, alargada, de puerta marrón y aromas azucarados.

En los años 60 y principios de los 70, los cines de Arrecife tenían tanta afluencia que las personas hacían cola ocupando el ancho de las calles, de tal forma que se taponaban y los coches tenían que esperar a que se descongestionaran. En los intermedios de las películas que se proyectaban en el "Díaz Pérez", los golosos aprovechaban el descanso para tocar la puerta de mi tía y alongar sus cabezas por el postigo para comprar dulces. Los ojos curiosos podían ver en el zaguán los sacos de azúcar de tela blanca con las letras "ECA" impresas en el interior de un círculo.

La producción de dulces estaba en manos de tres mujeres, Rogelia, su hermana, Carmita, y la hija de esta, Nena. En la habitación donde se hacía la mayor parte del trabajo había un aparador grande y sobre él, una radio hermosa que entretenía. Aquella habitación era, sobre todo, el hogar de 6 manos veloces, cuidadosas y especializadas en remover el almíbar, hacer el bizcocho, preparar el hojaldre, rellenar con cabello de ángel o crema... Todo un trabajo en equipo, pegajoso y bonito.

Mirando al patio central de la casa se situaba la habitación del horno que acogía incandescente las grandes milanas llenas de dulces, que luego se enfriaban en ese mismo patio. La variedad de dulces era notable. Los que tocaban a la puerta los pedían por sus nombres. Ya no me acuerdo, sé que los había de coco, de yema, de hojaldre, de crema... Algunos de un color rosa espectacular. Mirar cómo trabajaban, cómo cogían huevos al vuelo, atender la puerta, hacer algún recado y asomarme al horno, entretuvo una buena parte de mi niñez.

Al terminar la jornada, mi tía Rogelia se aseaba e iba a sentarse al recibidor que daba a la calle. En él, la familia se reunía y hablaba. Luego, doña Rogelia se enjoyaba e iba al viejo cine "Atlántida" a vender entradas. La gente de Arrecife sabía que aquella mujer menuda, con gafas, tan llena de joyas como de amabilidad, había estado todo el día haciendo dulces.

Rogelia, que coleccionaba de todo, era generosa a rabiar. Se decía que tenía las manos agujeradas, todos los mandados eran bien recompensados. Arrecife en aquellos años estaba viva. Nos movíamos entre ir a la tienda de comestibles de Guadalupe, a Fedora, al recién abierto supermercado de Los Guerras, o a la carnicería de Chacón. A forrar botones íbamos a casa de las hermanas Guadalupe, a comprar la ropa a Arencibia, Prats, Ferrer o Lasso; solo había dos temporadas, verano e invierno. Los tarros de colonia se compraban en el Salón Rosa, los zapatos en Pepe Pérez o en Candela, las granizadas en la dulcería "La Salud", las tachas en la ferretería de los Ramírez o de don Leonardo, las madejas en Retana, los lápices y gomas en las las librerías Lasso o España. Los electrodomésticos y discos de vinilo en Pedro y Nicolás Martín, la ropa de niños en Bambi, el Clipper en el almacén del agua Firgas, los plátanos en el almacén de los plátanos, las medicinas en las farmacias Medina o Matallana, los churros en el Brasilia, los regalos en la tienda de don Claudio. Comercios había muchísimos más. Con menos de 18.000 habitantes, en el viejo centro de Arrecife abrían sus puertas más tiendas que ahora que vivimos 64.000.

Han pasado más de 50 años, y no me acuerdo de los nombres que tenían los dulces, ni de sus sabores, ni siquiera de sus formas y olores. Pero sí recuerdo bien el calor que salía de aquel horno. Lo sé, porque al salir a la calle en estos días de calor, de mi garganta salió la siguiente exclamación: ¡El horno de Rogelia!

Han pasado 50 años y este mundo se ha convertido en una gran milana, y nosotros en cuerpos acalorados sin que nadie quiera o sepa sacarnos del horno.

 

Comentarios

Qué emotivos y dulcísimos sabores y recuerdos de aquel bullicioso Arrecife con el que tod@s nos reconocíamos y en el que tod@s nos conocíamos!! Gracias, Ana.
Qué recuerdos más bonitos, así me crié yo también, gracias por recordarnos los dulces de Doña Rogelia y todos los comercios en donde yo también he comprado, saludos y nuevamente

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