Ana Carrasco

Ya el mar dirá

El agua se aprende por la sed.
La Tierra —por los Océanos atravesados.
El Éxtasis —por la agonía—
La Paz —la cuentan las batallas—
El Amor, por el Hueco de la Memoria.
Los Pájaros, por la Nieve.

Emily Dickinson

 

Una hoja en blanco puede ser un buen comienzo, también el espejo en el que se miren los pensamientos. De los postigos de la mente asoman las palabras y transitan tímidas hasta estamparse en el blanco vacío. Se colocan, no sin dudar, en lo que será una línea, luego un párrafo. Hermoso es el escribir, embarazoso compartir.

28 artículos he compartido en este "Diario" contando con aquel primero en el que narraba la experiencia de viajar lento. Y hoy vuelvo a hacerlo. Vuelvo a viajar "lento". Navego por el océano Atlántico y observo su azul, tan movido como la vida. Y no sé si esto que empiezo donde empezó la evolución de la vida acabará en algo, en algo más que un par de párrafos. Ya el mar dirá.

Navego por el mismo océano que acogió a la escritora y diputada republicana, María Lejárraga y la llevó hasta América en su emigración y segundo exilio en 1950, el mismo océano que acogió a los hermanos de mi abuela, emigrantes, como otros tantos lanzaroteños que huyeron del hambre. Es el mismo océano que acoge a los inmigrantes africanos y salpica sus cuerpos y los curte, como salazón, cuando no los devora. Pero el océano no tiene culpa, el océano es solo un vector, un gran aljibe sin brocal donde paliar la sed, la sed de vivir. La muerte tiene otros culpables; pecados capitales.

En este viaje llevo conmigo el deseo de ser y de saber de Rachel Carson, la bióloga marina que, en el año 1962 publicó su gran obra, Primavera silenciosa. La misma escritora que en 1938 sentenció que "el deterioro de la vida salvaje está ligado a la fatalidad humana". A ella, que le gustaban los líquenes, la conmovió el mar, y escribió sobre él.

El mar que nos rodea, comprado hace años y pendiente de leer y Los bosques perdidos, recientemente publicado, se encuentran hoy abiertos como "jareas" sobre mi litera y se mecen junto a una libreta roja que en la portada tiene impresa una frase de Julio Verne: "Podemos desafiar las leyes humanas pero no podemos resistir las naturales". De eso mismo nos advertía Rachel Carson. John Mason Brown, lo resume muy bien en la ceremonia de 1952 en la que Carson recibía el Premio Nacional de Ensayo por El mar que nos rodea: "Carson ha hecho añicos nuestros egos, y ha traído a cada lector no solo una nueva humildad sino un nuevo sentido de la inescrutable vastedad e interrelación de fuerzas más allá de nuestro conocimiento y control."

El legado de Carson fue tan inmenso como este océano, pero poco sabemos de su grandeza y trascendencia. Poco hemos divulgado sus plegarias. Es a ella a la que le debemos la prohibición del insecticida DDT, usado con profusión durante el siglo XX para combatir enfermedades transmitidas por los mosquitos como la malaria. El mismo pesticida usado en la agricultura masivamente para eliminar las plagas y que dañó el conjunto de ecosistemas que conforman la biosfera. El mismo insecticida que mermó la población de los guirres en Canarias y silenciaría la naturaleza.

Carson, escribió, y también habló de los peligros del DDT ante las cámaras de la CBS un 13 de abril de 1963, intervención que fue seguida por 15 millones de estadounidenses. Claro que la quisieron lapidar, antes y después de su exposición, la industria química fue implacable, pero la madre del ecologismo moderno sobrevivió a la ira y a la propaganda lanzada en formato de "tolucos" tan venenosos como el pesticida. No sobrevivió a un cáncer de mamá. Murió a los 56 años, el 14 abril de 1964, sin saber que conseguiría cambiar el curso de la historia sociológica de América.

Diez años después de la publicación de Primavera silenciosa, el expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, prohibía el uso del DDT en EEUU. En España se prohibió en 1978. Pero a pesar de que el DDT lleva décadas vetado, sus residuos siguen persistiendo en el mar que nos rodea. De eso nos advertía Rachel Carson, de los efectos perversos, acumulativos, del insecticida y de su afección en las cadenas tróficas.

También los efectos del cambio climático son acumulativos, y los del plástico y sus aditivos. Plásticos convertidos en microplásticos y que hoy llegan a las orillas cargados, entre otras sustancias, de aquel DDT prohibido, también de metales pesados.

Su otro legado fue enseñarnos que no hay manera de preservar la naturaleza, sino experimentando su grandeza. En El sentido del asombro Carson defiende la necesidad de dejarnos asombrar por la naturaleza porque solo el estupor provoca su cuidado. Miro el mar con el que soñaba Carson y recuerdo esta frase de María Lejárraga: "Creo que los males del mundo no proceden de perversiones de la voluntad sino de insuficiencias del entendimiento".

Decía Saramago que "hay gente que se pasa el día leyendo sin conseguir ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son solo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa".

Este viaje me ha enseñado a leer entre olas. Hemos llegado a la otra orilla, Cádiz. Meto los libros de Carson en la maleta y el aprendizaje en el hueco de mi memoria.

 

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