Antonio Lorenzo

Vendedores ambulantes

Antes de que los indios, con sus famosas tiendas en todo nuestro Archipiélago, llegaran del Extremo Oriente vía Sudáfrica; del Oriente Medio, arribaron los vendedores ambulantes, principalmente de El Líbano, integrado en aquel momento en el Imperio Turco, creado por el famoso presidente otomano Atatürk. Trabajadores y serios, muchos se integraron en nuestra sociedad y algunos llegaron a ser importantes dentro del comercio insular. Viendo la prosperidad del negocio, algunos isleños se convirtieron en “falsos turcos”, se inventaron una especie de idioma con olor a exótico, y se dieron situaciones, en algunos casos trágicos y en otras cómicas.

Recuerdo a Manolo el Árabe, “renegro, reseco y chicuelo”, como retrató el poeta a El Piyayo, en la sala de mi casa, con la maleta abierta y exponiendo a mi madre, sobre la mesa, su oferta textil. Cuando me compró un “buzo”, aquel pantalón largo, de tela azul oscuro, con un peto y unos tirantes para sujetarlos en los hombros, Manolo, sonriente le dijo: “Vas a vestir al niño de macánico”. Manolo compartía con Pepe, la vivienda en un viejo caserón, muy cerca de la actual calle “Alcalde Antonio Cabrera”, la popular Avenida de las Palmeras, de San Bartolomé. Se dijo que por celos, una noche Manolo atacó a Pepe con un hacha, hasta causarle la muerte. Durante mucho tiempo, el borde del postigo por donde su compañero quiso salir y no pudo, tuvo una mancha oscura de la sangre reseca de la víctima. Manolo huyó y me dice mi amigo Fernando, que un grupo de vecinos colaboradores con la administración de justicia, en el que estaba un primo suyo, lo localizó en una de las innumerables cuevas volcánicas de la isla, donde fue detenido. Juzgado y condenado por el crimen, al parecer unos años después falleció en la prisión de Las Palmas.

La parte cómica la protagonizó uno de aquellos falsos ambulantes. No debió ser “trigo limpio” y, en la ocasión en que uno de sus clientes se sintió engañado, lo esperó a la vuelta y lo recriminó de la posible estafa. Cuando se vio atrapado, el vendedor quiso recuperar su exotismo y le dijo: “Yo ser de Túrquia (con acento en la u) y no entenderte nada; no, no comprenderte”. La víctima, entre empujones más o menos violento, le replicó: “Qué Túrquia, ni Túrquia, devuélveme las perras, qué te conozco bien, tú no eres de Túrquia, tú eres Juanito el de Las Nieves”.

 

Comentarios

Gracias maestro, por contarnos las pequeñas historias cotidianas de la vida de ayer, aquí en Lanzarote.
Felicidades, Don Antonio, me encantan estas historia del ayer.

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