Samuel C. Figueras

Una propuesta para acabar con la confusión de Ástrid Pérez, Yonathan de León y Jacobo Medina

No se puede ser equidistante con determinados asuntos, por lo que, además de valorar la posición de otros, correspondería expresar más opciones sobre el conjunto central de la plaza de la iglesia de Arrecife, el monumento a los caídos,  puesto en tela de juicio por su significación fascista y que, a priori, con  la Ley de Memoria Histórica  en la mano, exigiría su retirada.

Sobre  la oportunidad de nuestros tres protagonistas del título, habría que apuntar la inconsistencia de los argumentos expresados en distintos medios a favor del mantenimiento del símbolo franquista,  pues el mismo es un símbolo del fascismo y no un símbolo religioso inocente, tal y como han manifestado. No sólo resulta insuficiente posicionarse por la defensa de esta cruz como representación estrictamente católica, sino que si la voluntad de estos es la de que un monumento fascista deje de serlo, supone emprender una serie de acciones que, de momento no han llevado adelante.

 

Dado que nuestros representantes públicos, del Parlamento, de un cabildo y de un ayuntamiento,  defienden la permanencia de la cruz y del resto del conjunto, y  han apelado a una valoración de la primera como símbolo católico, procedería instruirlos en lo que realmente  representa, que es a la causa nacional-católica, y es este un matiz estrictamente político e ideológico, no religioso, como pretenden aquellos. Se explica este carácter porque en un sistema antidemocrático y dictatorial se erige como exaltación de la identidad española asociada al catolicismo como elemento esencial del Estado. Supone, por tanto, la integración de la cruz en la parafernalia del régimen, por cuanto la Iglesia se presta a presentarse como  guía espiritual de la nación. Sabemos, además, que fue bendecida en 1956 en un acto conmemorativo religioso, lo cual conecta explícitamente con la Iglesia católica. Concluiríamos en que deja de ser suficiente afirmar que la cruz representa el catolicismo, pues, además, la Iglesia fue clara afecta al régimen.

El monumento posee un carácter militar porque fue concebido bajo el ideal nacional-católico y del militarismo del periodo franquista, y en  él se reconoce a los caídos por la gloria del régimen. Se trata de una cruzada religiosa y patriótica en la que los suyos quedan representados como mártires.  En síntesis, si aquellos representantes públicos que muestran su interés, públicamente, en la preservación del conjunto, no despojan al monumento de ese carácter, estamos ante un símbolo del franquismo donde se entremezclan patriotismo, catolicismo y glorificación militar. Tanto es así, que hasta casi su fallecimiento, un destacado militante de Fuerza Nueva residente en la isla brindaba un homenaje anual ante el conjunto escultórico, cada 20N. Desde entonces, no se ha vuelto a presenciar nada parecido.

En defensa de la significación de la cruz sólo como católica, nuestra presidenta del Parlamento, el consejero del cabildo o el alcalde de la capital no se han esforzado en despojarla de sus tintes fascistas ni en explicar por qué a sus ojos deja de ser lo que ha venido siendo ni cómo han acometido tal conversión.

Por lo dicho, pudiera parecer que no hay más destino que la demolición del conjunto, pero, del mismo modo que está siendo posible resignificar el Valle de los Caídos como un lugar de reconciliación, y que ya hemos comenzado a denominar como Valle de Cuelgamuros, este que nos ocupa, infinitamente menor en volumen, que no en significación, puede ser releído en otras claves.

Resignificar el conjunto central de la Plaza de Las Palmas es un desafío complejo, porque combina memoria histórica, patrimonio, política local, urbanismo y sensibilidades muy diversas, pero se puede defender la permanencia, total o parcial,  del monumento desde una posición estrictamente estética y urbanística, sin entrar en valoraciones históricas o ideológicas, y es esta una posición legítima que se puede manifestar sin insultar a las víctimas.

Los monumentos suelen actuar como elementos de organización espacial, pues ordenan circulaciones, crean zonas de estancia alrededor, generan un centro simbólico del espacio y aportan una jerarquía al trazado de la plaza.

Desde una perspectiva estética, el conjunto funciona en este espacio abierto como referencia visual de manera que contribuye a estructurar  la mirada del visitante; sirve como punto focal que organiza la composición del espacio, y  contribuye a romper la horizontalidad de la plaza. Incluso, quienes no compartan la evidente carga simbólica, podrían reconocer que cumple una función formal en términos de “hito urbano”. Cabe destacar que la presencia de las grandes palmeras  ya suponen un paso importante para que se lea como un jardín sin más connotaciones que las que otros quieran seguir manteniendo y a las que se aferran sin proponer alternativas conciliadoras para el espacio urbano. Por tanto, sin duda, su retirada alteraría la lectura espacial de la plaza.

Como pieza escultórica, independientemente de su origen, cuenta con valores formales, ya sea de proporciones o de materiales de singular notoriedad, al igual que interacciona con los elementos perimetrales de la plaza, ya sea vegetales o materiales, aportando coherencia plástica al entorno y unidad estilística. Comparte, además, elementos de factura estética con otros existentes en la misma plaza, deviniendo en un conjunto armonioso que, en nada, tiene que ver con la insultante monumentalidad de otras obras de aquel periodo y de igual significación. 

La resignificación de una cruz presente en un monumento fascista —y del monumento mismo— es un proceso cultural, simbólico y político mediante el cual se cambia el sentido original del lugar para romper con su carga autoritaria y darle un nuevo significado socialmente aceptable o crítico. No tiene una única forma correcta, pero suele seguir patrones que se han visto en otros países que han padecido regímenes autoritarios cuando se intervienen espacios ligados a esas dictaduras.

Se trata de alterar su lectura pública para que deje de representar lo que fue, esto es, la glorificación del fascismo, la exaltación del nacionalismo autoritario, o la sacralización de los caídos “propios”,  y que devenga en memoria crítica con aquel periodo.

La posibilidad de resignificación se puede demandar desde parámetros estéticos en tanto el espacio público evoluciona y su permanencia no necesariamente implica adhesión a su significado original. De hecho, para la mayor parte de la población no es más que un elemento presente en la plaza y esta ya se usa para fines culturales y sociales. A su amparo, cada sábado, un mercado de productos locales se ha consolidado en un proceso absolutamente ajeno a un hecho histórico. Esto permite defender que el valor espacial y estético del objeto no depende de su carga histórica, tanto es así, que los visitantes lo fotografían por su alto valor estético que surge de esa estrecha relación de vegetación con el objeto en sí.

Si bien determinadas instancias han propuesto la retirada definitiva del conjunto, defendiendo que en un espacio público tan relevante no debe haber símbolos que exaltan un periodo autoritario, hay que hacer notar que no parece existir una mirada única desde una determinada  opción política, por cuanto en unas comunidades son objeto de resignificación lo que en otras rechazan liberarlas de la carga con la que fueron diseñadas.

No se trata de  borrar el pasado, sino de desactivarlo como símbolo de poder. Podemos afirmar que cuanta a su favor el que la ubicación frente al templo de San Ginés ya contribuye a que las medidas de relectura resulten más sencillo de adoptar, del mismo modo que el ya mencionado uso por la población de manera bastante desacomplejada es un aspecto a considerar. Estamos, por tanto, ante una de las condiciones de un proceso de normalización como es el de la resignificación ritual que ya se ha producido de manera natural.

La resignificación crítica pasa porque el monumento quede como ejemplo visible de lo que no debe repetirse y que conste en él una señalética que informe de lo que  ha dejado de ser y de lo que hoy es, tanto de duelo por todas las víctimas,  símbolo de paz o, simplemente,  un elemento urbano con un nuevo significado.

Parte  de la resignificación estética podría brindarla la modificación de la cruz central, procediendo a su sustitución por un elemento escultórico que ocupe su lugar y que sea fruto de un consenso con la comunidad. Podría adoptar la fórmula de un concurso público por medio del cual se proponga, tanto una imagen del patrón del municipio, por lo cual se dotaría de un nuevo carácter — esta vez sí, religioso— o bien se puede proponer otro elemento desprovisto de tintes religiosos o ideológicos, simplemente con un valor estético. Entenderíamos esta  intervención como la capa cultural definitiva que acabe de restar la relevancia que ya el tiempo, el uso y el ajardinado central se ha ido encargando de borrar. Conviene señalar que todo el conjunto parece, ya no un monumento, sino  el soporte de la cruz nacional-católica, que, en sí ha sido el objeto de aquel homenaje del régimen. Con la retirada de esta, nos queda un soporte para un nuevo homenaje con una significación diferente.

En síntesis, se trata de RETIRAR, la cruz, RECONTEXTUALIZAR el espacio que hoy ocupa, y REINTERPRETARLO. Si bien, una placa puede recordar lo que fue y lo que ha dejado de ser, se correría el riesgo de que sirva para todo lo contrario. Es de las cosas que deben ser, también, fruto del consenso.

Llegados a este punto, podemos ser capaces hasta de tratar el olvido, no de la historia que hemos vivido, sino de un elemento de esa historia como medida de sanación. Sabemos, también,  que ni recordando la historia aprendemos a no repetirla. Toca, por tanto, superar este enfrentamiento en los medios de comunicación entre partidos y representantes públicos, que resulta  tan poco edificante, y buscar el camino para esta otra reconciliación que nos impone el servicio público, el interés general y el espacio común.  

 

Comentarios

Esto es simple: que salga la iglesia católica a bendecir la cruz. Si no lo hace, se retira por no ser símbolo cristiano.
Coincido esencialmente con el editorial. Por mis años viví parte de ese periodo, que debemos recordar como una periodo más de nuestra historia que tiene periodos brillantes y sombríos. Desde chico me acostumbre a ver esa cruz, que por cierto no destacaba mucho. Lo de reexcenificacion me parece bien, conservar el pedestal, poner una placa explicando su significado y poner una estatua de algún personaje histórico de esa época que sea capaz de ser cosensuado y apuntó un nombre Don José Hernández Almeida, un cura que creía y explicaba la doctrina social De la Iglesia, fundador de biblioteca pública católica y que hizo mucho por las familias de los más pobres de Arrecife. Ahí lo dejo a ver si alguien recoge el guante.

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