Ana Carrasco

Una de dientes

Hace un par de años escribí acerca de los psicópatas. El artículo llevaba por título "Psicópatas entre volcanes", y en él describía los rasgos de esos seres tan peligrosos por embaucadores. Calculaba que, en Lanzarote, según las estadísticas, podrían vivir unos 200 psicópatas. En una ciudad como Madrid, algo más de 30.000.

Recordé ese artículo porque hace unos días me hicieron esta pregunta: ¿Los psicópatas con la edad desarrollan empatía social, se vuelven decentes? Creo que no, respondí. Y así es, el psicópata muere encantador, manipulador y mentiroso. No sé si una vez muertos alcanzarán el cielo, lo que sí sé es que aquí abajo dejan un infierno.

Se sabe que los psicópatas se pirran por el poder. Pero, qué pasa cuando una persona no nacida psicópata llega arriba. Siempre hemos escuchado que el poder corrompe. La famosa frase es del historiador británico Lord Acton y dice así: "El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente".

Al leer el último libro de Rutger Bregman, "Dignos de ser humanos", me topé de lleno con un capítulo que explica por qué siendo los humanos de naturaleza amistosa hay en la cima del poder tantos egomaniacos y desfalcadores, tantos narcisistas y sociópatas. Debo aclarar que psicópatas y sociópatas no son lo mismo. Es verdad que tienen rasgos comunes, pero al sociópata le falta carisma, esa gran habilidad para seducir y fascinar que tiene el psicópata. El sociópata, sin embargo, es más impulsivo, menos calculador.

Las investigaciones del profesor de Psicología Dacher Keltner dicen que las personas que alcanzan el poder son más impulsivas, más egoístas, más temerarias, más arrogantes, más narcisistas y groseras que la media. Rutger Bregman, apoyándose en esas y otras investigaciones, concluye que el poder parece funcionar como una especie de sedante que insensibiliza frente al prójimo. Y va más allá, afirma que el poder funciona como una especie de droga con una larga lista de efectos secundarios.

Transcribo uno de los párrafos escritos por Bregman, pues aclara bastante la perversión suscitada por el poder. "Numerosos estudios demuestran que el poder hace a las personas juzgar de forma más negativa a los demás. Los poderosos tienden a pensar que la mayoría de la gente es vaga y poco fiable, y llegan a la conclusión de que hay que dirigir, espiar, manipular, regular y censurar y dirigir a los demás. Y como el poder los hace sentirse superiores, están convencidos de que son los únicos capacitados para ejercer dichas tareas de control".

Personalmente, me preocupa todo lo descrito, pero me da pánico cuando quien ostenta el poder se cree con la potestad para despreciar el pensamiento del resto del mundo, porque amputar el pensamiento, el juicio, es cosificar, degradar al otro al estado de lo inerte. Nada resulta más humillante y paralizador. Y en una sociedad extremadamente compleja, en la que el ciudadano, sintiéndose impotente ante la gravedad de los problemas, busca líderes que piensen y actúen por él, el ego de los sociópatas se pone las botas. Tampoco ayuda el actual régimen de la información y comunicación, que degrada a las personas a la condición de datos y se apodera de la psique.

Al parecer, entre el 4 y el 8 % de los directivos de empresas padecen algún tipo de sociopatía. Y en la política pasa más o menos lo mismo. De pronto esa persona amable, presumiblemente empática, a la que votamos, adquiere rasgos sociopáticos. Al igual que se nos sube el alcohol a la cabeza cuando bebemos, el poder se sube a la cabeza, perdiéndose en esa borrachera la vergüenza. Borrachos de poder, hartos de desvergüenza, hasta los más progresistas y críticos con los regímenes autoritarios pueden terminar convertidos en populistas y tiranos.

Pero cuidado, el humano ninguneado o hechizado, tarde o temprano, puede acabar hartándose del tirano. Los primatólogos dicen que nos parecemos a los chimpancés bonobos más que al chimpancé común. Por fortuna, los bonobos son más amistosos que los chimpancés, pero cuando un macho molestoso abusa de una hembra, en casos extremos, los demás llegan a arrancarle el pene con los dientes.

Como no es cuestión de ir por la vida arrancando penes a psicópatas y sociópatas, debemos recurrir a otras técnicas más amables. Una de las herramientas que nos puede ayudar a fortalecernos como sociedad es aprender a discernir e identificar las acciones hostiles. Por eso, desde una visión educativa, estimo importante la filosofía como asignatura y la incorporación de contenidos ecosociales en el currículo escolar. La FUHEM, una fundación independiente sin ánimo de lucro que promueve la justicia social, la profundización de la democracia y la sostenibilidad, ha elaborado una estupenda propuesta curricular de contenidos y objetivos necesarios para la transformación ecosocial que nos urge. Y otro proyecto interesante nacido en Canarias es "Violenciacero: Me cuido, Te cuido, Cuidamos" cuyo objetivo es minimizar la violencia mediante la concienciación, ofreciendo herramientas y sumando a colectivos y personas.

Parece lógico entonces, que todo aquello que nos ayude a pensar por nosotros mismos y junto a los demás, además de mejorar el clima social, puede ampararnos a la hora de votar, eligiendo líderes amables, respetuosos, honestos y dialogantes, conscientes de que no pueden estar mucho tiempo en el poder porque saben que el poder les pervierte y de ello se avergüenzan.

 

P.D. Y si no, habrá que enseñar los dientes.

 

Imagen: Internet