Adrián E. Cabrera

Puente, patrimonio y pachorra

En 2015 habrán transcurrido tres mandatos en el Ayuntamiento de Arrecife. Unos cuatro o cinco alcaldes, de varios colores políticos, se habrán sentado en la poltrona desde el año 2003, fecha en que desde el Cabildo de Lanzarote se informa de daños en la estructura del Puente de Las Bolas.

Desde entonces, ni los que gobernaban, ni los que habiendo sido oposición, gobernaron después, han tenido ocasión de meterle mano al puente. Puente que es símbolo de la ciudad y que ha sido reproducido y carteleado cientos de veces; difundido, mostrado, y entregado como trofeo o como distinción hasta el aburrimiento; llevado a ferias, filmado para películas y congelado para las imágenes fotográficas por cada turista que ha pasado por la ciudad.

Desde 2003, una de las obras más antiguas de la ciudad no ha dejado de ser, literalmente, meada cada día, ni atendida en su vejez. El monumento, construido en el mil setecientos, es constante en su voluntad de permanecer y de acoger a intrépidos bañistas que ascienden hasta sus bolas para lanzarse al mar o brindárselas a los gobernantes. Ningún accidentado hasta la fecha, ni por una parte, ni por la otra. Catalogado por el Ayuntamiento y por el Cabildo, y declarado como Bien de Interés Cultural, ya no puede aspirar a mayores distinciones, aunque es tratado como si careciera de ellas.

Lo del puente, su situación de riesgo, es lo de la visión ramplona de nuestros gobernantes, víctimas de un mal y conveniente entendimiento de lo que es el desarrollo urbanístico, torpe y primitivo. Lo del puente es lo de los bienes catalogados y abandonados, lo de la permisividad para dejar caer, dejar derribar y archivar. Olvidar que se cometen tropelías ha sido una constante de todos quienes han tenido responsabilidad municipal. Tapar, echar tierra y seguir.

El abandono es una forma de corrupción. La falta de atención a las peticiones de la ciudadanía resta representatividad a los gobernantes. Carecer de un buen gobierno es una pérdida, y lo es la desaparición de nuestros bienes patrimoniales, que, en un discurso nacionalista, vendría a significar algo así como cargarnos nuestras esencias patrias, sustento de la canariedad.

El abandono es una forma de corrupción. La falta de atención a las peticiones de la ciudadanía resta representatividad a los gobernantes

Por aquello de estar escrito en una norma canaria, vaya por delante el preámbulo de la Ley 4/1999, de patrimonio histórico de Canarias: “La conciencia de ser canario y la de integrar, con sus peculiaridades, el acervo universal de los pueblos, es una realidad que tiene uno de sus más importantes pilares en el patrimonio histórico, en las obras que a lo largo de los siglos han ido testimoniando nuestra capacidad colectiva como pueblo, en las actividades que han ido, poco a poco, salvaguardando gran parte de los rasgos y señas que hoy conforman la nacionalidad canaria. El patrimonio histórico canario constituye no sólo el depósito sino el soporte de esa identidad atlántica e isleña, en la que se afianza la condición cosmopolita y la vocación universal de la nacionalidad canaria. Un legado que demuestra la sabiduría y el arte de los canarios que nos precedieron y que ofrece las claves para entender el camino que nos condujo, a través de los tiempos, a nuestra realidad actual, a lo que somos hoy”.

Sin ese recorrido por los siglos de historia de la ciudad, de la isla, porque haya sido borrado del mapa, entendería que llegamos al siglo XXI sin las claves para entender el camino que nos ha conducido hasta aquí, algo así como pasar del neolítico a los apartamentos. Demostrar cada día el desprecio a ese recorrido, aunque no estuviera escrito en la Ley, resulta descorazonador y nos devuelve a las mismas cuevas de las que salimos, más a unos que a otros. Algo debemos estar haciendo mal, más unos que otros.

Comentarios

Desde luego si el ayuntamiento no es capaz en vez de apuntalar el puente repararlo de una vez que venga dios y lo vea(incompetentes)

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