Mi vecino Quico
Mi vecino Quico es un señor de 91 años que sale a pescar morena, viejas y sargos cada vez que puede. Si no está pescando, está sentado mirando al mar junto a otros vecinos o junto a su mujer Callita, que a sus 82 años sigue trenzando palmito con sus manos para hacer la sombrera típica de La Graciosa, la sombrera campesina de Lanzarote.
Ellos siempre me preguntan por mi hijo.
A Quico le gusta verle pescar delante de casa. Allí le pregunta y le enseña todo lo que sabe sobre el arte de la pesca.
Cada día que le veo, me paro a hablar con él. Es un hombre que escucha y habla poco, pero lo que dice es de sabios o a mí me lo parece. A veces, solamente miramos el mar. Si está bueno para pescar, si hay mar de fondo, si hay muchas algas. El mar es horizonte, pero también es espejo: te lleva lejos y te pone frente a lo que eres.
Para mí es un tiempo de no hacer nada, para Quico es una de sus razones de vida.
Hoy, mucha gente lee a filósofos como Byung-Chul Han, libros de autoayuda y artículos de opinión que hablan sobre la vida inactiva. Es curioso que tengamos que leer para volver a encontrarnos y reaprender a ser humanos.
Es raro estar inactivo en una época en la que todo se consume de forma rápida. Sentimos la necesidad de satisfacernos de forma inmediata. No tenemos paciencia. No le damos una segunda oportunidad al amor ni a las amistades. ¿Para qué? Preferimos cambiar. Huir hacia adelante.
Pero las emociones y las experiencias requieren tiempo para madurar y crecer con libertad.
El tiempo es lo único que tenemos, el tiempo es oro. ¿Por qué usarlo para llenarlo de actividades? Ya lo advertía Sócrates: “Ten cuidado con el vacío de una vida tan ocupada”.
No nos damos cuenta de que el tiempo inactivo es el más productivo. Es momento para escucharnos, recargarnos, pensar, desconectar, estar sin estar, observar nuestra vida, valorarnos, lamer nuestras heridas, decir "te quiero”, sentir, saborear, disfrutar del placer de no hacer NADA. Es un tiempo para vivir, no para sobrevivir.
Una vez vi a Ignatius Farray subiendo, bajando y volviendo a subir por las escaleras mecánicas del metro de Madrid. Dirección: ninguna parte. Sólo invitaba a la gente a hacer lo mismo, a “tomarnos nuestro tiempo”, a hacer cosas improductivas pero vitales: parar, hablarnos, pensar, mirar pa´ los celajes.
Un día, mi vecino Quico señaló al cielo y me dijo: “De arriba nadie escribe, así que a vivir”.
Comentarios
1 Gero Lun, 12/02/2024 - 19:02
2 Epi Mar, 13/02/2024 - 09:35
3 Almudena Mar, 13/02/2024 - 13:59
4 Juan Carlos Tou... Mié, 14/02/2024 - 10:39
5 Juan Carlos Tou... Mié, 14/02/2024 - 10:39
6 Elena Mié, 14/02/2024 - 11:49
7 Ana Jue, 15/02/2024 - 11:30
8 Pedro Dom, 18/02/2024 - 18:12
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