Ana Carrasco

Los aljibes del planeta

En memoria del mejor de los paraguas, mi padre

Nunca imaginé que los tres últimos artículos que publicara en este diario tuvieran que ver con el dolor y la muerte. En agosto escribía acerca del dolor que me había causado la muerte de Enrique Pérez Parrilla. El 27 de ese mes moría mi hija, y con tinta indeleble, la del alma, narré la herida infinita de mi vida. El domingo 3 de abril, moría mi padre; de este último dolor nace lo que ahora escribo.

Dicen que las lágrimas tonifican la piel, pero yo que he llorado intenso en los últimos meses, me veo cada día más ajada. Soy testigo de que el dolor no embellece el cuerpo. Si acaso, te invita a reflexionar sobre la provisionalidad de este mundo, a ser una persona resiliente.

La noche del 3 de abril, mientras mi padre agonizaba, llovía. El cielo derramó un llanto dulce que alimentó cultivos y campos. Esa lluvia limpió la atmósfera y tonificó la piel de Lanzarote. Y se agradecía, pues el dolor de la sed nunca ha embellecido la isla, si acaso, incrementado el ingenio y la resiliencia de sus habitantes.

Por eso, cuando era niña, en cada casa había un aljibe, y los chinijos no éramos indiferentes a ello. Y no porque durante los juegos algunas de nuestras pequeñas pelotas saltarinas rodaran trágicamente por el pequeño agujero hasta llegar a la oscuridad del aljibe, sino porque en él nos metían nuestros padres para limpiar el fondo. ¿Cómo lo hacía mi padre? Nos dejaba caer en el aljibe vacío y armados con escobillones y trapos, en afanosa misión, barríamos y secábamos el suelo hasta dejarlo como una patena. Poco importaba que de una pared se abriera paso hacia el brocal una cuca u otro animal. Sabíamos que era importante lo que hacíamos, y que, tras la limpieza, el aljibe estaría preparado para llenarse de nuevo. Mis abuelos y mis padres me enseñaron muchas cosas, entre ellas, que sin agua no sobreviviríamos. Pero si hay algo de mi padre que valoro sobremanera era su preocupación por los niños.

Ahora, aquellos aljibes del pasado se encuentran derruidos, o se han reconvertido en una habitación más de la casa. Y de ese ingenio colectivo, materializado en la construcción de infraestructuras para la captura y distribución del agua de lluvia, poco queda. Los aljibes, alcogidas, maretas... han ido desapareciendo al tiempo que ha ido diluyéndose la propia cultura del ahorro del agua. Mi padre se fue apagando al tiempo que una cantidad importante del llanto del cielo de la noche del 3 de abril terminaba, desaprovechada, en el mar.

La mañana siguiente, el 4 de abril, mientras velábamos su cuerpo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), emitía un comunicado de prensa que contiene la siguiente frase: "Para limitar el calentamiento a 2 °C (3,6 °F), será necesario que las emisiones de gases de efecto invernadero a escala global alcancen su nivel máximo en 2025, a más tardar, y que se reduzcan en un cuarto antes de 2030."

Sabemos por los informes del IPCC que con 1,5 ºC muchos glaciares desaparecerán por completo o perderán la mayor parte de su masa. Leyendo el libro del islandés Andri Snaer Magnason, Sobre el tiempo y el agua, me percaté del parecido que existe entre un glaciar y un aljibe en funcionamiento. Entendí que los glaciares son como los grandes aljibes de este planeta: acumulan el 75 % del agua dulce de la Tierra.

Snaer aborda de una manera muy original la desaparición los glaciares. Como literato sabe relacionar historias, como activista domina los efectos del cambio climático, como islandés presume de que en su idioma existen 70 palabras para designar la nieve. El resultado: una invitación evocadora a pensar en la sed global que nos espera si seguimos ignorando los informes del IPCC.

Las consecuencias del retroceso de los glaciares no son triviales: esos grandes "aljibes" de la naturaleza aportan agua durante las estaciones secas, riegan cosechas, acumulan en forma de nieve y hielo las aguas excesivas, mantienen el nivel del agua en lagos y en ríos, fertilizan el mar... Todo ello mediante un preciso equilibrio: durante el deshielo se libera la misma cantidad de nieve que se ha acumulado en invierno. Las grandes reservas de agua dulce dependen en parte de ese honesto y hoy amenazado equilibrio. 

Nuestros aljibes no tienen la dimensión de los glaciares, pero estuvieron llenos de agua y calmaron el dolor de la sed de nuestros antepasados. Dejar que desaparezcan los aljibes e infraestructuras de recogida y almacenamiento de agua de lluvia, condenarlas cuando producimos agua potable desalando el agua de mar, quemando un petróleo que es escaso, caro y contaminante, no parece inteligente, ni ingenioso.

Mi padre, que me enseñó a limpiar un aljibe y mimó profundamente a mi hija, como excelente cuidador, me llevó a la escuela, en más de una ocasión, un paraguas. Entraba en la clase y le decía a doña Marisa Ferrer: "Está lloviendo, dejo este paraguas aquí para que mi hija no se moje cuando salga de clase". Me acordé de ese hermoso gesto la noche que murió: llovía y no tenía paraguas.

Mi padre, ese ser compasivo, enamorado de las criaturas, estaría encantado de que cada niño y niña de esta isla y del planeta entero tuviera en su mano el más imprescindible de los paraguas, ese paraguas protector con forma de aljibe o de glaciar, porque si no actuamos ya, nuestras futuras generaciones sufrirán la angustia de la sed.

Mi yo herido ha dejado de llorar, también la tristeza sufre sus sequías. El aljibe de mi alma está vacío, es el momento de limpiarlo y volver a crear un mundo sobre este mundo. Gracias, papá por existir y asistirme siempre, por haber sido el mejor de los paraguas.

Comentarios

Te queremos
Te queremos mucho
Fantástico!!!! Un abrazo
Cuando contienen esas palabras tan delicadamente hiladas. Gracias por compartirlo
Muchas gracias por tus palabras, Ana.
Gracias Ana por abrirnos tu corazón y tu libreta y compartirnos este bello y emotivo texto. Felicidades!! Gracias!!!
Que preciosos recuerdos! Yo también viví al pie del aljibe de mis abuelos y me impresionaba mirar al fondo oscuro. Gracias recordarnos!
Siento la perdida de tu ser querido. Yo, con experiencia de meterme en el aljibe y sacar gallinas que se caían por el caño. Una odisea
Preciosos recuerdos. Un abrazo
Ha sido emocionante tu escrito, espero que a partir de ahora tengas paciencia para llevar una vida llena de Pas, besos
Qué belleza de palabras…tocas el alma…y además despiertas conciencias…deseando volver a leerte…

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