Lo que celebra San Ginés
La inocencia puede ser un estado circunstancial. Ello significaría que la ausencia de determinada conducta sale a la luz, algo así como la negación de un acto concreto. La inocencia también puede ser interpretada como un signo de ignorancia que conduce a un sujeto a un estado de candor. En lo que es motivo de esta reflexión, ni una ni otra.
Los que sabemos cómo se las gasta, conocemos en el personaje público un hecho indesligable de su naturaleza humana: que es un experto cazador. Vaya ello en su demérito.
Quien no es buen representante público porque use malas artes en su gestión es posible que tampoco sea buena persona. Carecería, por tanto, de pundonor. Es esta mi segunda presunción.
Escribí, en un comentario a la publicación de la noticia del archivo de la causa contra él, que la inocencia es un estado del espíritu, y lo vuelvo a manifestar ahora, y añado, que lo es con independencia de veredictos judiciales -que no hay- o decisiones que den carpetazo a asuntos que nos hubieran dejado expuestos en algún momento de nuestra trayectoria pública.
Cuando consideramos la inocencia como la ausencia de culpa, hace referencia a quien no hace daño, por lo que cabe trasladar a nuestro actor si posee conocimiento de si tal intención está en su naturaleza.
Con quienes fueron objeto de señalamiento por él o por otros demandantes de tal medida, fue bien disciplinado para darse satisfacción o hacerlo a terceros. Él, aunque se muestre como objeto de una persecución y practique esa forma de victimismo tan sonrojante, está lejos de ser víctima. Porque íntimamente sabe de sus acciones y conoce que determinados instrumentos son útiles para dar aspecto de que una cosa que no es, pueda llegar a serlo, o al revés. Y, sí, hablo de los vericuetos de la justicia que a veces dicta lo que la razón niega. Hablo del conocimiento de su inocencia. No es inocente, tampoco, quien dejó a una isla, en lo que es la gestión de un bien esencial, en manos privadas que ha derivado en tal índice de precariedad. Esa culpabilidad aún recae en él.
Inocencia, además, es un concepto que ha perdido vigencia y terrenalidad, tanto, que en el lenguaje de la justicia ya no se habla de inocencia, sino de no-culpabilidad, pues uno puede ser declarado como no culpable, pero eso está lejos de suponerse que derive en la inocencia del sujeto.
Tampoco parece ajustado a la realidad que se establezca la inocencia de alguien cuyos procedimientos judiciales han sido objeto de archivo, al menos yo no lo contemplo. Archivar no es juzgar por lo que no se desprende veredicto de inocencia o culpabilidad alguna de tal procedimiento.
Otras víctimas, estas reales, sí conocen el intento de desgaste personal y profesional tras orquestarse una suerte de persecución -esta vez sí-. Lideró una persecución con otros como él porque gustaba hacer uso de ese poder y disfrutó hasta el tabique en el empeño aunque no lograra arrodillarlos. Ahí no tuvo éxito.
Nada es, por tanto, inocencia; no es candor; no es exención de culpa, y no disfruta, ni mucho menos, de un alma limpia.
Es arrogancia y fanfarronería en una cabeza que nunca conoció algo cercano a un estado de gracia. Concluyo que, tal y como afirmó sobre lo que pretendían algunos, sobre dañar su reputación -la buena, porque también la hay mala- que para ello, esa persona debe gozar de tal adorno, y a él, no se lo suponemos. Para acabar con la mala reputación sólo queda dar un giro a la forma de proceder y que otros hablen muy bien del sujeto, y no me parece que haya una forma distinta de actuar ni que nadie, ni cerca ni lejos de su partido, esté en tal esfuerzo.
De su espíritu, lo ya señalado. Él sabe.
Que lo celebre, pues. Que celebre el archivo, porque lo que su alma no conoce es la inocencia. Esa no la puede celebrar.
Comentarios
1 Martín Fernánde... Mar, 10/12/2024 - 08:22
2 Peter pan Mié, 11/12/2024 - 10:00
3 Doctora Jue, 12/12/2024 - 18:54
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