La sociedad del cansancio
Vivimos un exceso de positividad inaguantable. El imperativo del rendimiento máximo al que nos imponemos diariamente, la superproducción y la súper comunicación nos enferma.
El escritor surcoreano Byung- Chul Han así lo afirma en su libro “La sociedad del cansancio”. En este ensayo argumenta que, el exceso de trabajo y el rendimiento agudizado se convierte en auto- explotación. Ya no necesitamos jefes que nos exploten, el animal laborans se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa. El trabajador es al mismo tiempo verdugo y víctima. El filósofo concluye diciendo que, el afán de rendimiento provoca enfermedades como la depresión, el estrés, TDAH (Trastorno del déficit de atención e hiperactividad) o SDO (síndrome de desgaste ocupacional) o el “burnout”.
El pasado catorce de octubre se conmemoró el día Universal de las enfermedades mentales. Un día que ha pasado de puntillas y sin recibir la importancia que debiera, visto los datos que señala el Instituto Canario de Estadística, en extremo alarmantes, a saber: El 24% de la población canaria consume ansiolíticos y antidepresivos, lo que supone un aumento de casi un 30% en tan solo seis años, según esta fuente, más de 355.000 isleños toman tranquilizantes, relajantes y pastillas para dormir y otros 147.000 antidepresivos y estimulantes.
Como era de esperar, son las mujeres las mayores consumidoras de este tipo de medicamentos. El 20% de ellas toma ansiolíticos, a diferencia del 12,5% de los hombres, y el 10,6% de las mujeres toma antidepresivos doblando el porcentaje de los hombres. Esta diferencia es la consecuencia de la mayor presión social que sufren las mujeres, padeciendo de estrés laboral y/ o sobrecarga mental, derivada de las tareas del hogar y de los cuidados, de la dificultad para la conciliación y la mayor sobrecarga de trabajo.
Los tranquilizantes y los antidepresivos se han convertido en los reyes de los medicamentos para este mal del siglo XXI. Ante las inacabables listas de espera para acudir a psiquiatría o la imposibilidad de terapias psicológicas en la Seguridad Social, el enfermo se ve abocado a la única salida: el consumo de fármacos.
A esto hay que sumar el estigma que los enfermos mentales sufren y el ocultamiento que se hace de este tipo de enfermedades. En los hogares, acallados por la vergüenza, en las calles donde duermen los mendigos, ocultos en los albergues, invisibilizados en las cárceles, ignorados en los puestos de trabajos, los enfermos sufren de forma silenciosa como si de un tabú se tratara.
El estigma que sufren quienes padecen de estas enfermedades es otra carga más que debe sufrir el enfermo, quien muchas veces se calla por miedo a ser discriminado, despedido o mal visto.
En una sociedad que nos impulsa a hacer y no ser, que nos lleva a rendir por encima de nuestras posibilidades, a auto-explotarnos, a auto-exigirnos, que nos enferma, paradójicamente, luego nos aboca a mantener el silencio por vergüenza o miedo. Se criminaliza al enfermo pero no a la sociedad y al sistema que lo ha provocado. Nada más perverso que esto. Mientras a los enfermos más profundos los encerramos y dopamos como desechos de una sociedad, la farmacología sigue obteniendo grandes beneficios.
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1 bodega Mar, 29/10/2024 - 18:18
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