Samuel Clavijo

La mujer que quiso ser alcaldesa. La alcaldesa que aprendió a ser ciudadana

La mujer que es determinada persona, y el cargo que pudiera tener la misma no nos debiera dar como resultado el encontrarnos ante dos personas diferentes con dos modos de obrar, uno en su vida privada, y otro en su dimensión pública. Son la misma persona la alcaldesa y la mujer. No es posible que sea de otra manera. Los valores, los principios y las aspiraciones -de tenerlas- pasarán de un lado a otro de forma fluida, del ser humano al cargo público que pudiera ejercer, pues creo que muy pocos puedan ser algo determinado y en su tiempo libre todo lo opuesto, aunque esté demostrado que se pueda actuar de forma extrema desde uno y otro lado. La historia nos brinda muestras sobradas de ello. Afirmo esto porque percibo que la alcaldesa parece carecer de algunos adornos de los de la maleta de las emociones de la mujer que es, y de la experiencia de la ciudadana que debiera ser.

Si la mujer amara los árboles, pongo por caso, a la alcaldesa le faltaría tiempo para liderar una campaña de reverdecimiento de la ciudad. Filas de interminables árboles que a modo de sombrilla permitiera recorrer la ciudad bajo el amparo de tan cualificada sombra. Árboles para la vida, para el bienestar, para la buena imagen del espacio público.

No sé si la mujer tuvo alguna vez como eje de una conversación de sobremesa hablar de los árboles que le hubieran impresionado en sus viajes, o si apreció alguno particularmente hermoso; si le impresionó un ejemplar centenario en una calle, abrazado a un viejo edificio, o cubriendo una plazoleta a modo de techo verde. Desconozco si la mujer que transita por la ciudad aprecia la falta de riego de decenas de árboles y si observa la manifestación del estrés hídrico en ellos. De la mujer, ignoro todo eso, pero aprecio en esta y en la alcaldesa un desinterés por la materia. La alcaldesa parece llevar la cuenta de los árboles plantados en lo que va de mandato, ¿500 ejemplares? Es un dato que publicita para vendernos una intervención en la línea de la mejora de la calidad del espacio urbano, pero la ciudadana que recorriera la ciudad no sería capaz de establecer qué extraño sortilegio le impide apreciar el lugar en el que se encuentran esos nuevos árboles, porque al pasear por ella no encontraría nuevos alcorques en sus aceras ni nuevas calles arboladas. Pudiera ser que entre rotondas removidas para quitar unos y poner otros, y viejos alcorques en los que se perdieron ejemplares tiempo atrás, sumen esa cantidad. No hay nuevos árboles, sino que unos han sustituido a otros o han ocupado el espacio de un árbol anterior. Parecen coincidir la mujer y la alcaldesa en mostrar su falta de observación y de afecto por el espacio público: la primera como depositaria y ciudadana a la cual irán a parar las acciones de la segunda. A ésta, a la segunda, porque le toca gestionar nuestro espacio público en atención al cargo que ejerce, y está ignorando que todo lo bueno que deje de hacer, lo recibirá como herencia la ciudadana que también es.

A la alcaldesa le escriben sesudas intervenciones cuyo contenido parece más propio de una conferencia que de un discurso o un artículo de la regidora que desea comunicar una acción de gobierno. Puede que la mujer, por la formación recibida, ignore todos esos detalles que igual se refieren a la historia de un islote como a la obra literaria de un autor, pero la alcaldesa -sus asesores- parecen empeñados en vendernos la erudición que no está obligada a tener. Una buena gestora, sólo eso es lo que necesitamos, no una conferenciante sobre historia o literatura. Queremos un lenguaje simple que exprese voluntad de hacer y experiencia ciudadana ejercida.

Arreglar semáforos o bordillos y poner parches en el firme es una necesidad y una obligación del equipo de gobierno, pero también lo es diseñar un plan de futuro en forma de proyecto de actuaciones que definan el qué y el para qué. Pudiendo hacerlo, no puede la alcaldesa llegar a 2023 sin más sustento que haber sobrevivido al mandato con la pretensión de que le demos cuatro años más para garantizarle un poder que no administra y un sueldo que no merece, confundiendo el liderazgo en su partido, donde nadie le replica, con la jefatura municipal, cosa bien distinta porque la ciudadanía tiene independencia y capacidad de discernimiento y no se somete a más obediencia que a las necesidades propias y a las de la comunidad.

La mujer debe aprender a ser alcaldesa, y puede que esta última a ser ciudadana.

 

Añadir nuevo comentario