Víctor Bello

La Historia perdida

Hace unos años, en una entrevista, el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga decía que para él la Prehistoria es un grupo de personas contando historias en torno a un fuego y que con su trabajo lo que pretende es conocer dichas historias. Tal vez esto signifique el mayor conocimiento que podamos alcanzar del ser humano: sus historias, sus inquietudes, su logros, sus ideas y sus miedos. Sin duda, las bases de la evolución de la humanidad. La dificultad, en este caso, estriba en que las sociedades prehistóricas nos han legado un sustancioso material arqueológico que es necesario estudiar e interpretar, si bien, por su carácter de sociedades ágrafas, carecemos de testimonios escritos en los que nos legaran sus actividades y pensamientos. De ahí que la invención de la escritura supusiera una revolución global cuya consecuencia fue lo que se ha denominado como el tránsito hacia la Historia, hacia unas sociedades que cada vez se complejizaban más y más hasta construir grandes imperios, cuya génesis, evolución y decadencia quedaron plasmadas en documentos escritos conservados en archivos.

Sin testimonios escritos no podríamos saber que el ser humano, al margen de la tecnología empleada en cada periodo, ha tenido siempre las mismas inquietudes, ha librado las mismas batallas, se ha enfrentado a las mismas incertidumbres a lo largo de milenios. En definitiva, no tendríamos la profundidad de miras suficiente para conocernos a nosotros mismos.

La isla de Lanzarote, como es sabido, ha sufrido a lo largo de su Historia la desaparición de incontables documentos que podrían arrojar luz sobre cuestiones que son escasamente conocidas. Probablemente, la desaparición más significativa sea la del propio Archivo del Marquesado de Lanzarote, el más antiguo que pudo existir en Canarias. Un archivo al que se alude en otros documentos. Sabemos, por ejemplo, que en 1569 estaba en un aposento de las casas de Agustín de Herrera, primer Conde y Marqués; y que en él había un libro titulado Catálogo donde están sentados los antiguos señores destas yslas de Canaria y sus nobles conquistadores y pobladores, el cual había sido traducido del francés. Y también sabemos, gracias a recientes investigaciones en archivos peninsulares, que en 1634 el archivo estaba custodiado en dos baúles, de los cuales se hizo inventario. Esta relación de documentos nos está permitiendo reconstruir, aunque sea de modo parcial, dicho archivo a través de fuentes secundarias, como protocolos notariales o expedientes judiciales; pero también nos permite conocer todo lo que hemos perdido, lo que en esta ocasión no es atribuible a los sucesivos ataques piráticos sufridos por Lanzarote, sino, muy probablemente, al desinterés de quienes eran sus responsables.

Este inventario, junto con otros muchos documentos, nos ayuda a saber qué era importante para la familia Herrera, señores de Lanzarote y Fuerteventura, también la precariedad de su estado o la debilidad que supone depender de un único sector productivo cuando se avecina una crisis. Aunque el conocimiento no es todo lo exacto que desearíamos, dada la desaparición de cartas o libros de cuentas que no pueden ser recuperados por otra vía. En definitiva, representa una Historia perdida para siempre, la evidencia más certera de lo que fuimos y el reflejo de lo que somos.

Comentarios

Cuánta verdad emana de esas pocas líneas y qué tristeza causa el reconocer lo poco atractivo que es el patrimonio documental para algunas administraciones. La mejor y más auténtica historia es la que sus protagonistas nos cuentan voluntariamente mediante la escritura. La conservación y difusión del documento escrito es el pilar básico para comprender el pasado y justificar el presente. Luchemos por su conservación, organización, difusión y uso de esos "papeles viejos", cómo se escucha por estos campos de Dios.

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