Miguel González

La ciudad del viento

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Chicago, en el estado de Illinois, es la tercera ciudad más importante de EE.UU., tras Nueva York y Los Ángeles, con casi tres millones de habitantes y una arquitectura impresionante que la coloca entre las urbes más interesantes del planeta. Aquí vieron la luz personajes tan destacados como Ernest Hemingway, Walt Disney, Miles Davis o Hillary Clinton, y es el lugar donde inició su carrera política el anterior presidente estadounidense, Barack Obama, que ocupó el cargo de hombre más poderoso de la Tierra antes que la mala bestia desagradable y grosera que hoy tiene en sus manos la terrible posibilidad de apretar el definitivo botón nuclear. El caso es que Chicago, que se extiende más de 30 kilómetros a orillas del lago Michigan, nos acoge en un caluroso día de agosto mostrando desde la lejanía un panorama soberbio, donde destacan los rascacielos del John Hancock Center y de la Torre Willis (la anterior Torre Sears), con casi 450 metros de altura sobre el nivel de un lago que en invierno transporta vientos helados procedentes de Alaska y que obliga a sus habitantes a realizar una suerte de ejercicio de hibernación durante los meses más gélidos.

Pero la urgencia principal de visita obligada una vez llegados a Chicago tiene un nombre: el “Loop”, esto es, el entramado de vías férreas elevadas que enlaza las calles y avenidas del centro de la ciudad. En suma, un metro aéreo, al que se accede subiendo viejas escaleras de hierro forjado y que es exactamente igual a como lo retrata el cine o la televisión. Los vagones se desplazan tan próximos a los edificios que es posible observar la actividad que se desarrolla en el interior de oficinas o escuelas a través de las ventanas. Los trenes que chirrían sobre las cabezas de los transeúntes y el ir y venir de las miles de personas que deambulan por calles y estaciones proporcionan un bullicio ensordecedor, al que se une un tráfico incesante de vehículos privados, coches de policía y ambulancias. La vista desde uno de los vagones del tren elevado de Chicago es magnífica y proporciona una perspectiva diferente de una ciudad espectacular. Casi deseamos que el tren se detenga para observar desde las alturas la vida de una urbe que parece no detenerse jamás.

Los habitantes de Chicago sostienen una teoría para ellos irrefutable: las mejores pizzas y los perritos calientes más deliciosos del país se hacen en su ciudad. Sobre las primeras, la “Ciudad del Viento” ha patentado una especialidad exquisita, la denominada “masa gruesa”, donde la masa se eleva sobre el plato dos o tres centímetros y se recubre de ingredientes al gusto que la convierten en irresistible. Nosotros nos dejamos caer por Giordano´s, uno de los restaurantes más conocidos y cuya salsa de tomate, al parecer, es famosa en todo el estado de Illinois. Lo cierto es que el camarero que nos atiende, ataviado como los cocineros típicos de las “trattorias” napolitanas y de nombre Marco, cuyo rostro me recuerda vagamente a los canes que aparecen en el escudo oficial de la Comunidad Autónoma de Canarias, no se explica nuestra insistencia en solicitar únicamente una porción para cada uno, y no una pizza completa. Pero es que nuestros vecinos de mesa degustan piezas enteras, y una vez examinadas atentamente a nosotros nos evocan más una especie de rueda de camión de carga máxima que a una pizza. Marco se mosquea bastante pero finalmente regresa con dos cuñas de pizza gorda y esponjosa, olorosa a tomate, con finas tiras de ternera asada lentamente en su jugo en su interior, queso cheddar derretido y en su punto y un toque sutil de orégano que nos hace ver las constelaciones planetarias a plena luz del día. Brutal. Pizza en estado puro. Cuando abonamos nuestra comida Marco continúa con su careto perfecto de perro bardino, pero no importa. Nosotros jamás podremos olvidar la delicia que hemos experimentado por obra y gracia de los cocineros de Giordano´s.

Esa tarde paseamos por el Millennium Park, una especie de obra de arte al aire libre donde destaca el escenario en forma de ola proyectado por el arquitecto Frank Gehry y también la famosa escultura a la cual la sabiduría popular de Chicago ha renombrado como “La judía”, que pesa 11 toneladas y que, ciertamente, tiene forma de alubia. En el Milennium Park Obama pronunció su famoso discurso ante casi un millón de personas, reivindicando la igualdad para todos los ciudadanos de Norteamérica independientemente de su raza, su clase social o su condición sexual. Aquí es donde se ha creado un gigantesco bloque de cristal que se utiliza para proyectar videos bajo el agua de una cascada y que en estos momentos visualiza imágenes en 3D de Michael Jordan, el genuino héroe local que ganó para el equipo de baloncesto de la ciudad, los Chicago Bulls, varios campeonatos de la NBA.

El pasado gangsteríl de Chicago no parece interesar demasiado a las autoridades de la ciudad, a juzgar por la ausencia de referencias históricas, pero por esas casualidades de la vida el modesto hotelito donde nos alojamos, en Michigan Avenue, está cerca de State Street, el lugar donde acontecieron los sangrientos sucesos de la masacre de San Valentín en el año 1929, cuando el mismísimo Al Capone ordenó acribillar sin piedad a nueve miembros de una banda del hampa rival. Esa noche, y sin duda como consecuencia de los delgados tabiques que separan las habitaciones de nuestro hotel barato, casi no conseguimos conciliar el sueño a causa de los ronquidos mastodónticos de un especímen de bisonte de las grandes praderas de Kansas que duerme en la habitación contigua. Ya amanece cuando el tipo se calla, pero esa madrugada no me hubiese importado transmutarme en Capone y ordenar a mis chicos que dieran un buen repaso al animalito roncador.  Por bestia.

En el verano de 2008 el autor de estas crónicas viajó durante casi un mes por diferentes lugares de Estados Unidos. Visitó once estados y varias ciudades, y en cada uno de ellos tuvo la sensación de haber estado previamente, sin duda a causa de la potente influencia cultural que ejerce ese país sobre el resto del mundo. Como consecuencia de ese viaje son estas crónicas de anécdotas y situaciones diversas en el país entonces de Obama y hoy propiedad de un individuo de color naranja.
 

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