Víctor M. Bello Jiménez

Guerras, catástrofes y archivos

La vida de las sociedades complejas encuentra su reflejo en los archivos que se crean a partir de las relaciones sociales, políticas y económicas que se registran en documentos. Así es desde el desarrollo de las ciudades-estado y la invención de la escritura hace más de cinco mil años. Podríamos decir, incluso, que, a partir del contrato social que definía Rousseau, los archivos se sitúan en el eje de la sociedad en tanto que en ellos quedan garantizados los derechos obtenidos y las obligaciones cumplidas que todo contrato conlleva. Unos contratos que no sólo se establecen entre la ciudadanía y las administraciones, sino que también son resultado de las relaciones entre pueblos, entre naciones.

En definitiva, los archivos custodian una cantidad de información tal, que son objeto del deseo de otros, generalmente con intenciones espurias.

Recientemente hemos podido leer en la prensa que Ucrania, asolada por el ataque ruso, debe poner a salvo los servidores informáticos que albergan sus archivos: los secretos oficiales, la información médica o económica de los ucranianos, etc. Y es que, a lo largo de la Historia, la destrucción o incautación de archivos ha sido una constante, de ahí que, en todo conflicto o catástrofe natural, alguien alce la voz para gritar: ¡salven los archivos!

La lectura de la noticia de Ucrania me trae al recuerdo otros hechos similares y aún más complejos de llevar a cabo, como ha sido poner a salvo los archivos en papel. En Canarias y en España tenemos diversos ejemplos. Si en el siglo XVIII Pedro Agustín del Castillo proponía que los archivos de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria fuesen llevados hacia al interior de la isla y escondidos en caso de ataque de piratas y corsarios; tras el estallido de la Guerra Civil española, siendo Madrid asediada por la tropas franquistas, Juan Negrín decidió salvar los archivos de los ministerios que había ocupado hasta ese momento, cuyos documentos debían servir de sustento de la II República y para defensa de su legitimidad.

El paralelismo entre los episodios español y ucraniano es la respuesta evidente a la preocupación de que el enemigo se apropie de unos documentos que empleará con intereses diferentes a aquellos por lo que fueron creados. Es el caso de la represión efectuada por sistemas políticos autoritarios, de diversa índole, que han tenido lugar a lo largo de la Historia, sustentada en la información obtenida de los documentos adquiridos como botín de guerra.

En otros casos, como ha sucedido en Lanzarote en siglos pasados, los archivos han sido simplemente destruidos, lo que ha repercutido de forma negativa en las posibilidades de rehacer la vida tras los conflictos.

La urgencia por salvar los archivos que se expone en el título se ha podido observar también tras la erupción volcánica de La Palma, con los ciudadanos preocupados por salvar sus papeles, aquellos que los legitiman como propietarios de bienes, por ejemplo, o los que sustentan su memoria familiar. Esto manifiesta que, a pesar de que garantizar la conservación de los archivos no figure muchas veces entre las prioridades políticas y sociales, en momentos de extrema urgencia nos acordamos de ellos: cuando vemos peligrar nuestros derechos y nuestra memoria individual o colectiva.

¡Salven los archivos! es un grito transversal en la Historia que pone de relieve una evidencia: cuando la batalla se libra a pie de tierra, en el mundo tangible, es necesario garantizar la seguridad de la información; cuando la batalla se libra en el ciberespacio, el término se cambia por el de ciberseguridad. La idea es la misma, sólo han cambiado las técnicas a aplicar y los protocolos de salvaguarda.

De ambas cuestiones se hablará en la quinta edición de las jornadas de archivos de Teguise, que tendrán lugar en el mes de mayo.

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