Ana Carrasco

El arte de interpretar la realidad

El arte es la habilidad para hacer algo, así que todas las personas, de uno u otro modo, poseemos algún arte: arte para cocinar, dibujar, cultivar, investigar, arreglar un motor, gobernar, limpiar, educar, decorar, cuidar, coser..., o pescar. De hecho, a los métodos de pesca les llamamos "artes".

El arte puede ser maña, un diálogo con lo no real en palabras del filósofo Jorge Riechmann, o la interpretación de lo real o imaginado a través de la pintura, la escritura o la música, según la RAE. Admiro sobremanera a aquellas personas que tienen arte para escribir, pintar, cantar o tocar un instrumento. Pero de todas las mañas habidas, hay una que me fascina por encima de las demás, y es el arte de vivir interpretando la realidad en términos de relaciones y a través de las relaciones.

Fue leyendo "La nueva realidad" de Jordi Pigem, cuando empecé a pensar en ello y en los hemisferios. No en las dos mitades en las que hemos dividido el globo terráqueo, sino en las dos mitades en las que se encuentra dividida la parte más grande de nuestro encéfalo: dos estructuras conectadas entre sí por millones de fibras nerviosas.

Pigem explica que, aunque los dos hemisferios intervienen en la totalidad de nuestras funciones, estos lo hacen con diferentes estilos. El hemisferio izquierdo es analítico y calculador, y el derecho, creativo, relacional y holístico. Si el hemisferio izquierdo analiza detalles, aísla y clasifica, el derecho centra su atención en lo cualitativo y en el conjunto de la experiencia, explorando, conectando y relacionando. Con el hemisferio izquierdo analizamos una flor y vemos las distintas partes que la constituyen, con el derecho vemos la imagen global. En definitiva, que mientras el hemisferio izquierdo no deja de teorizar y racionalizar, el derecho parece ser que nos conecta a la vida, al sentido de nuestra existencia. Jordi Pigem cita a la científica Jill Bolte porque esta nos invita a usar conscientemente el poder de los dos hemisferios.

Hace ya algunos meses que leí, por recomendación de una estupenda amiga psicóloga, "Un ataque de Lucidez" de Jill B. Taylor, sin saber, hasta ahora que escribo, que es la misma persona a la que se refería el filósofo Jordi Pigem en su libro. Me supo bien el ensayo porque, además de repasar lo escrito por Pigem, aprendí sobre la enfermedad del ictus, enfermedad que ha sufrido mi padre en varias ocasiones provocándole la paralización de la parte izquierda de su cuerpo.

Jill Bolte Taylor, neuroanatomista, sufrió con 37 años una forma rara de ictus que afectó a su hemisferio izquierdo. El libro narra su experiencia. Y es que Taylor hizo un seguimiento de su lenta recuperación, tomando notas acerca de todo su proceso desde el momento que aprendió, de nuevo, a escribir.

Jill B. Taylor explica que no solo tuvo que volver a aprender a escribir, sino a andar, hablar, leer y a recordar quién era. Pero lo singular de su libro es el énfasis con el que la científica expresa lo que sentía. De su experiencia resalta que lo único que podía percibir en esos momentos de enfermedad era el aquí y el ahora, y se pregunta "¿cómo es posible que pudiera existir como miembro de la especie humana con esa percepción exaltada de que todos somos parte de todo, y que la energía vital que hay dentro de cada uno de nosotros contiene el poder del universo?".

Porque Jill, tras el ictus, se volvió más empática, y su "ataque de lucidez" le hizo comprender que en el núcleo de su conciencia de su hemisferio derecho había un personaje directamente conectado a la sensación de profunda paz interior, comprometido, según palabras textuales, con la expresión de paz, amor, alegría y compasión por el mundo.

Si según la neurocientífica, con el hemisferio derecho hemos de marcar el rumbo, porque es este el que nos hace sentir parte del aquí y el ahora, y nos conecta con el conjunto del cosmos, entiendo que cuanto más interpretemos la realidad desde el hemisferio derecho, más contribuiremos a la paz y a la armonía, en nosotros y en el mundo.

Jill está convencida de que podemos aplicar un enfoque cerebral más equilibrado al modo de llevar nuestra vida. Y eso encaja mucho con las necesarias formas de proceder en el siglo de la Gran Prueba, que es como llama J. Riechmann a este siglo.

Porque bueno sería para nuestra civilización fomentar una visión que propicie mayor empatía y compasión por los demás y por el resto de los seres vivos. Y porque considero que, a raíz de la instauración y predicación de la cultura del individualismo (1), hemos ejercitado en exceso el hemisferio izquierdo, esa parte en la que "habita" el Yo, con mayúscula.

Existen controversias científicas. Puede que las diferencias entre la forma de operar de los hemisferios no estén del todo descifradas. Yo, por si acaso, voy a seguir suplicando a mi hemisferio izquierdo que se relaje un poco, porque ahora mismo lo que necesito es mucha paz. Porque nos urge practicar el arte de interpretar esta realidad tan llena de incertidumbres con el hemisferio derecho, porque me rompe la agresividad y la muerte de Samuel, porque necesitamos con celeridad fomentar el pensamiento relacional. Y porque como dice Riechmann, para superar la Gran Prueba necesitamos más de cosmos y un poco menos de sujeto.

Dedicado, en especial, a mis compañeras y compañeros que miran a los ojos, que danzan conmigo cada lunes en el aquí y ahora.

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Imagen: J.L.

(1) Enlace al documental "El siglo del Yo" 

 

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