Marcial Riverol

El “modus operandi”

De JFR, en su calidad de empresario, constructor, promotor, bodeguero y demás actividades, se ha dicho de todo, y no tanto porque le tengan envidia, que es lo que se ha venido vendiendo por sus cercanos desde hace décadas, cada vez que tiene un tropiezo, como por sus arrestos para tirar pa'lante sin detenerse en procedimientos, normas, licencias ni autorizaciones. No diría que sufre ninguna patología, pero algo debe pasar por su cabeza para que su modo de operar a lo largo de su ya dilatada vida profesional se vea llena de tropiezos, ya con la familia, con los socios, con los amigos, con las empresas...

Podría suceder que pasara por su mente que la razón le asiste, y que sus imparables iniciativas no son merecedoras de ser bloqueadas por formalidades legales, esas que se aplican a toda la ciudadanía. Porque él “genera riqueza y puestos de trabajo”. No sé si pretende trato de favor y en base a qué cree merecerlos. La última es la de meter hasta a sus hijos en su particular cruzada empresarial, lo cual queda en su conciencia, y no sé qué principios éticos y valores cree estar transmitiendo a la generación que se hará cargo de su conglomerado empresarial, si no se lo carga antes con sus manejos.

El personaje creo que retrata una forma de hacer que no es de su exclusividad, sino que en este país, y en Canarias, especialmente, ha tenido otros exponentes. La diferencia entre JFR y el resto es que cierto nivel de discreción ha caracterizado la gestión de sus maestros. Es como lo que sucedió con Dimas, que todos lo hacían pero a él lo pillaron. Él las purga en la cárcel y los otros se fueron de rositas. Hay que decir que todos los que han actuado como JFR, y son legión en Canarias, han contado con la protección de la clase política, desde dentro de los ayuntamientos, del Cabildo y del Gobierno, y por ellos -por él- se han mojado hasta los técnicos más relevantes. Tal es así que hasta ha colocado en listas a las administraciones a alguno de sus trabajadores que, una vez ganadas las elecciones, ostentaban responsabilidades en urbanismo, que es tanto como enchufar en una oficina técnica municipal a un trabajador de una empresa constructora, como es conocido que se ha hecho en Arrecife, y ahí sigue.

A JFR le adornan, no obstante, algunas habilidades que le convierten en la distancia corta en un personaje atractivo, embaucador, cercano y “buena gente”.

Si todos hubiéramos hecho uso de las prebendas otorgadas a JFR y actuado tan libertinamente en el territorio, no cabe duda que, de norte a sur, habríamos alicatado hasta las coladas volcánicas habiendo apelado a “la bondad” de nuestras intervenciones y al “bien común”. Es como lo del aparthotel Fariones, que teniendo una licencia de demolición no se hizo efectiva porque habría supuesto un mal mayor como es el despido de los trabajadores. No cabe duda de que en el Fariones, JFR se creció. Con la bodega, lió a particulares, se conchabó con arquitectos, con responsables municipales, y con técnicos relevantes, y hasta recibió una subvención de un millón de euros del Gobierno.

Me queda por saber qué sucedió con la parcela –algo nunca investigado- donde se asienta el Club Fariones, que habiendo sido propiedad de la comunidad de propietarios de la zona denominada como Urbanización Playa Blanca, pasa a su patrimonio cuando JFR preside la comunidad. Sabemos que cerró bocas a empleados que facilitaron el cambio de titularidad, y estamos por saber si hay responsables en el registro, en las notarías, o en el propio ayuntamiento. La comunidad de propietarios ni sabía de qué iba nada. Tampoco sabemos de los viales públicos que quedaron en los terrenos del campo de golf de Tías, una operación nada transparente que, como casi todo lo que afecta a determinados actores, goza del silencio y de la complicidad de muchos.

Con acciones como las que conocemos podemos afirmar que se puede ir por libre, pero deberán aceptarse las consecuencias de las acciones que no sean conformes a derecho. Se puede vulnerar la ley, pero deberemos asumir el riesgo de sentarnos ante los tribunales. Se puede comprar el favor de los técnicos de las administraciones, de los concejales, de los alcaldes de los presidentes de los cabildos, de los consejeros del gobierno y hasta de los propios presidentes; de todos aquellos que estén dispuestos a corromperse, pero por algún lado ha de reventar el asunto.

Las andanzas de JFR, demuestran otra cosa, no sólo que él no es ejemplar, sino que el pueblo que le ha dado cobertura, sea cual fuere la relevancia pública de quienes conforman este pueblo, ha sido extraordinariamente tolerante con el personaje y duro con las pequeñeces de sus convecinos. Cómplices, corruptos y cabrones. El otro aprendizaje es que si JFR lo hace, por qué no lo voy a hacer yo. Es la lección de un mal maestro que nunca deberíamos haber recibido en esta escuela de corrupción que ha venido siendo la isla. Pongamos que hablo de Lanzarote. Y así nos va.

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Blanco y en botella

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