Ana Carrasco

Cuando llega noviembre

En memoria de Joaquín Naverán

Hace ya más de dos años que tomé la decisión de dejarme el pelo del color que realmente es, blanco. Mis primeras canas fueron tempraneras, se dejaron ver cuando estaba en la universidad, y como me molestaba tan prematura vejez, con unas pinzas tiraba de ellas delante del espejo como si contaminaran. Con los años me di cuenta de que las canas no contaminaban, sino el tinte que me daba cada mes.

Liberarme del tinte supuso todo un entrenamiento mental, aparentar más vieja conlleva una carga emocional negativa, y la tiranía del canon de belleza construido no perdona canas, ni arrugas. Por fortuna, gracias a los movimientos feministas y ecologistas, muchas mujeres empezaron a independizarse de los tintes, luego la moda sumó puntos a favor de los pelos plateados, y el coronavirus remató la jugada con una goleada blanca frente al amoniaco que la naturaleza agradeció tanto como el confinamiento.

Pero por el título del artículo saben ya que no es mi intención escribir sobre el conjunto de mujeres que hoy pasean sin complejos sus canas, sino de la amistad entre compañeros de trabajo a través de dos mujeres, pioneras desde hace años, en eso de lucir canas: Marisol y Begoña, viuda y hermana de nuestro querido Joaquín Naverán.

A Marisol y a Begoña les gusta aprovechar la subida de la marea para disfrutar de un baño en la playa del Reducto. Desde la cuarta planta del edificio en el que habito me resulta grato reconocer esas dos cabezas amigas que pasan largos ratos hablando entre sí. Soy testigo de esa bonita amistad que brilla en el agua tanto como sus canas bajo el sol.

En este mes de noviembre, uno de esos días de calor inapropiado para la época y amenazador para el planeta, Marisol y Begoña, con las canas aún mojadas, me llamaron al unísono desde el otro lado de la acera para agradecerme lo escrito en Facebook el 19 de mayo pasado tras la muerte de Joaquín. Entré en mi casa triste y agradecida, miré el mar que Joaquín disfrutaba y me propuse ampliar lo ya dicho en honor a la amistad. Joaquín fue tan importante como trabajador, compañero y amigo que resulta impropio que mi homenaje se ciñera a un franco pésame en una red social.

Joaquín fue un magnífico trabajador del Cabildo de Lanzarote, honrado, discreto, comprometido hasta el punto que llevaba en la médula el trabajo en equipo y en su ADN la institución. Su carisma hacía fácil el día a día, su amabilidad abría corazones, y su generosidad y vocación expandían el sentimiento de pertenencia al Cabildo, contagiando responsabilidad y dedicación.

Cuando llega noviembre no puedo sino recordar con nostalgia los cursos internacionales de volcanología, la cantidad de horas que trabajó para que todo estuviera en orden, para acoger a todas y todos los profesionales del volcanismo de diferentes partes del mundo que se formaban en Lanzarote estableciendo lazos imborrables. No puedo olvidarme de la pasión con la que trabajó para poner a punto La Casa de los Volcanes y por la que pasaron tantos escolares, científicos y turistas, y que fue más de Jesús Soto que del propio Cabildo porque Jesús dedicaba a ella más horas que las tiene un día.

Cuando conocí la noticia de su muerte escribí bajo una foto suya: "Esa sonrisa es la de Joaquín Naverán. Es la sonrisa amiga, querida. La sonrisa del buen compañero. Siempre atento, amable, cariñoso. Siempre con esa despedida muy suya: Te quiero un montón. Joaquín, siempre serás un referente para tus viejos compañeros del Cabildo, los que tuvimos la suerte de ser felices a tu lado. Ya sé, Humanidad es el nombre de tu sonrisa. Te quiero un montón, tu brujilla ❤❤❤ D.E.P."

Joaquín, ¡qué presente estás cuando que te veo a través de Marisol y Begoña! Quizás no sepas, Marisol, que no había día que Joaquín no te mentara en el Cabildo como lo hacía en tu casa: llamándote mamá. Tu familia, Marisol, se convirtió en nuestra familia y seguro que nuestras familias se convirtieron en la tuya, ¡cuánto echo de menos hoy esa familiaridad!

Que sepas, querido amigo, que acompaño a tus queridos sargos de la playa del Reducto como tú lo hacías. Me pongo las gafas y el tubo y nado junto a ellos con el ánimo de verles plácidos y libres, y les digo que, aunque ya no te vean, allá arriba hay una estrella sonriente que derrocha humanidad, y que la amistad de esas maravillosas mujeres que remojan sus canas mientras hablan, es una evidencia más del amor que supiste dar.

Comentarios

Bonito y emotivo artículo.

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