Marcial Morales

‘¿Caso Grúas?’

Otro magnífico día para la justicia. Y para la Política, con mayúsculas. Un día señalado, también, para la mucha buena gente que tiene valores y cree que no todo puede valer. Ni en la política, ni en la vida.

Tres años después, muchas malas madrugadas por medio de los en torno a mil días y noches que han transcurrido después de que intereses partidarios pusieran en danza el que llamaron ‘Caso Grúas’, el Tribunal Supremo, destapando las vergüenzas de los que poca tienen, ha decidido lo evidente: que no había tal ‘caso’, que lo engordaron artificialmente unos cuantos personajes. Como otros en otro tiempo, unas veces desde unos partidos; desde otros, ahora. ‘Construyendo’ a base de medias verdades una trama que sólo existe en sus mentes incapaces de construir nada sano. Presionando hasta límites -esos sí- que han rondado el delito al aparato judicial. Estableciendo complicidades para intentar por todos, todos los medios que no escapara una pieza que no ha cometido otro delito, con aciertos y errores, que dejarse la piel, primero por La Laguna y más tarde por toda Canarias. Fernando Clavijo.

No han faltado, como de costumbre, en este ‘baile’ algunos medios de comunicación. Fuera por no recibir el trato de favor millonario que exigían al Gobierno, se tratara de su frustración por algún sablazo que no consiguieron dar, le han dado al anterior Presidente de Canarias una legislatura y pico de primeras páginas, editoriales, artículos de opinión o ‘noticias’ sistemáticamente fabricadas con el objetivo de hacer daño, de ir componiendo una figura que despertara rechazo. Lo de siempre. Con demasiada frecuencia, los de siempre.

No los mismos, pero sí muy parecidos a los que lapidaron en la plaza pública a Carmelo Padrón, al que acompañó hasta su muerte una trayectoria de hombre tan bueno como vehemente en su defensa de esta tierra, pero que sobrellevó a lo largo de casi dos décadas la sombra de un ‘Caso Guillén’ que, como el Grúas, nunca existió más allá de las intrigas de quienes se dedican a destruir. ¡Triste forma de estar en la política, en la prensa, en la vida…!

No corrió con esa suerte, la de leer en vida el archivo de su martirio, Aurelio Ayala, el herreño singular que compartió ¡dieciocho años! de mentiras, llamadas ‘Caso Icfem’, con personas, como él, de la talla humana de Víctor Díaz, Paco Zumaquero, Paco Almeida o Tomás Quesada. Otros casi veinte años de falsedades, descalificaciones, titulares, ruedas de prensa, soflamas en la tribuna del Parlamento de Canarias… En medio, las presiones y las llamadas conminatorias a la condena de algún destacado prohombre que se acabó dejando el prestigio y el rango, que nunca mereciera, en tierras centroamericanas.

Una vez más, después de alguna gente buena que trabajó incansablemente por la verdad -seguramente, ninguna como Diego León y Maite Larrea, que desmontaron pieza a pieza esas toneladas de folios llenas de confusión premeditada-, lo sensato: el Tribunal de Cuentas, primero, y los Tribunales ordinarios, más tarde, dejaron claro, con toda la solemnidad, que allí no pasó absolutamente nada reprochable en justicia.

… Pero, y ésa es la estela común a estos y otros ‘casos’, en el camino quedó el cruel sufrimiento de gente honrada. Como Fernando Clavijo. Que, como otras personas que creen y practican el noble e imprescindible ejercicio de la política, pueden, como proclamaba un compañero, ‘meter la pata, pero nunca la mano’. Su sufrimiento y el de las y los suyos. Muchos malos ratos. Seguramente, cargados de impotencia por tener que esperar, casi siempre desde el silencio, a que el tiempo y los hechos pusieran la inocencia, la suya, en su sitio.

Los que ‘la hicieron’ -como ahora, hoy mismo, los que tramaron para que no se les escapara ‘vivo’ el que ganaba elecciones trabajando en equipo y al lado de la gente-, ahora, a atorrarse, a no dar la cara y a seguir ensuciando lo público… Eso sí, haciendo discursos, siempre, de defensa del interés general. Que el papel y los micrófonos aguantan lo que les echen. Y a esperar oportunidad de seguir haciendo daño.

Mientras tanto, pierde, la sociedad entera. Porque pierde, sobre todo, la política. ¿El resultado de este ‘desprestigia, que algo queda’? Que sea mucha la población que cree, sinceramente, que ‘todos son iguales’, que quienes se meten en política sólo buscan lucirse, enriquecerse, colocar a los suyos… Que ‘la política’ provoque rechazo en amplísimos sectores, lo que está creando -ya están aquí, y con descaro- el caldo de cultivo más querido por los ultras que crecen en el fango de lo que presentan como antipolítica y que no es, en realidad, más que instransigencia de la peor calaña.

Y, como consecuencia, que personas sanas, motivadas, preparadas, se alejen de eso, la política, que se les presenta como un gran estercolero. Personas que podrían dar mucho a la gestión de lo de todas y todos, pero que sienten que no merece la pena dejarse lo mejor de sus años para correr el riesgo de acabar soportando la injusta persecución de los de siempre. Nos enseñaban en clases de física que el espacio vacío tiende a ser ocupado. ¿Qué significa eso, en este terreno? Lo que estamos viendo con demasiada frecuencia: que acceden a los puestos de representación y gestión de las instituciones algunas -a veces, muchas- personas que, en pocas palabras, poco son y menos aportan.

Hay días, como hoy, en los que la Justicia, además de cumplir con su compromiso con la verdad, devuelve otro poco la confianza en que no se van a salir con la suya quienes son capaces de lo peor. Una buena noticia para todas y todos. Y un empujón de ánimo y fuerza para la mucha gente, conocida y anónima, que trabaja con honradez para que en esta sociedad merezca la pena vivir. Como Fernando Clavijo.

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