Puede que algunas personas y entidades deseen que Arrecife devenga en una suerte de exclusiva zona residencial al modo de un sanatorio o de un alojamiento para ancianos donde pasar los últimos años con pleno sosiego y una vida plana. Es una aspiración legítima, por qué no, y, de hecho, la Plataforma contra el ruido en Arrecife ha tenido a bien informarnos públicamente de algo que parece que desconocíamos, que la capital es una ciudad residencial habitada por personas que buscan descanso y tranquilidad. No dicen que es más cosas, ni parece que la habiten personas con otros intereses. Con esa afirmación me quedo un poco fuera de juego, porque no sé en qué gestos lo perciben. Ante esta presunción, ese deseo, o esa aspiración, habría que hacerles saber que es posible que la asociación pueda representar a una parte de la población que, efectivamente, busca eso, pero no representa a la inmensa mayoría de ciudadanos que, estando o no en la edad de la jubilación,  son población que demanda ocio; es ciudadanía activa, trabajadores, jóvenes, niños ruidosos y mayores que son parte de la vida de una ciudad viva, muy alejada de una idea de retiro espiritual.

Ciertamente, no comparto las decisiones políticas de que las residencias de ancianos se construyan fuera del ámbito urbano, todo lo contrario, deberían estar en medio de cada ciudad,  regalando vida a nuestros mayores, integrándolos, acogiéndolos y acompañándolos, y a los que no debemos relegar a una residencia rural a la espera de la muerte, lejos de los espacios por los que ha transcurrido su vida y sus relaciones. Por ello, no voy a decir a los componentes de la plataforma que se muden al Cable, a Puerto Calero o a Masdache o que si esto no les gusta que busquen otra alternativa fuera de la capital. Lo que sí debo decirles es que les deseo una larga vida en la ciudad, pero que no me parece que esta se vaya a adaptar a determinados requerimientos, ni mucho menos sus habitantes, porque esta es una ciudad viva y con múltiples dimensiones, con vecinos con variados intereses y, además, lugar de retiro de algunos. Vaya por delante que Arrecife debe hacer un esfuerzo para dar respuestas a sus administrados, debiendo cuidar que sus políticas atiendan a la conciliación de determinados índices de calidad de vida con la ciudad viva que es y que disfruta de una nueva dimensión que siempre le fue negada, la turística, que brinda riqueza e incomodidades a partes iguales. A esa, no vamos a renunciar ahora. Lo que me parece inalcanzable es pretender silenciar la ciudad como casi demandan desde la plataforma, pues comenzaron su andadura pública con palabras prudentes y hasta  incorporando el término “barrio” a sus mensajes pero parecen derivar ahora en cierto autoritarismo de clase, olvidando los matices sociales.

Esta capital, rara, que muere después de las tres de la tarde y que hasta cierra comercios en esas horas, no puede atender una petición de pleno silencio -ninguna ciudad lo puede hacer- pues ni sería normal, ni sería real. La actividad de bares y terrazas es ruidosa y es parte de la estructura económica de la ciudad; da trabajo, servicios y riqueza, y genera vida en las ciudades, propiciando el encuentro que no se da en los inexistentes parques y plazas. Respondo también a la plataforma que el ruido de los servicios de limpieza, como denuncian, no es objeto de discusión, como no lo debe ser las obras que se ejecutan, y que afirmar que esas actividades afectan gravemente al bienestar es fruto de la falta de reflexión y de una  ausencia de sentido cívico, hipotecado, probablemente, por la existencia de cierto sesgo caprichoso. 

Nada importuna más que la ciudad sucia y sin barrer, por lo que quejarse del ruido de los servicios de limpieza suena torpe y mal cogido. No sé quiénes -persona a persona- son los que conforman la asociación contra el ruido, ni sé de su vida anterior, pero parece que acaban de llegar -o regresan en la madurez de sus vidas- y vienen de vivir en urbanizaciones sin los servicios propios de una ciudad y parapetados del mundo tras las vallas de los complejos residenciales. También podría ser que regresen de ciudades ruidosas donde ejercieron su actividad profesional y quieran recuperar el Arrecife de la niñez en un esfuerzo imposible por dar marcha atrás al reloj. Se incorporan ahora a la ciudad poniendo condiciones, pretendiendo que se adapte a ellos, a que esto se parezca a una de las ciudades jardín de las decenas que existen en este país o a sus recuerdos en blanco y negro. Esos modelos residenciales no son el ideal de ciudad, en todo caso son parte de ella en los extrarradios. En esa fórmula de vivir, tranquilidad mucha, pero vida, poca. Ya era antes ciudad, pero hoy es la de la realidad que han encontrado, con muchos defectos, pero muy demandada por quienes nos visitan y vivida por quienes residen en ella, y es a lo que deben adaptarse aprendiendo dónde están los límites y exigiendo al ayuntamiento y a sus convecinos el cumplimiento de las ordenanzas, porque parte de los problemas los generan quienes no saben vivir en comunidad. Ahora bien, percibo que a lo que parece que está llegando la plataforma es a una imposición de un modelo muy alejado de lo que realmente es la ciudad actual sin preguntarnos al resto por qué opción nos decantamos. Diría que esto que vivimos es lo que hay, que muchos cambios están de nuestra mano para mejorarla y que no hay otra. Bueno, sí la hay, disolverse.