¡Esa cosa tan rara llamada participación o algo así!
Divagar es tener un espacio propio, deambular por él sin un rumbo permanente pero sí con algunas ideas claras y salpicadas sobre el territorio por el que se vaga.
Este vagabundear del pensamiento y de la acción, de una praxis determinada (Filosofía Política y Ética), modifica el significado de límite, el significado fronterizo que perfila y delimita lo permitido y su verdad de lo extraño y su osadía. El caminar ambiguo, de esta manera, democratiza, rompe con las lógicas del dogma y del militarismo fiel de la obediencia sobre el que se sostienen los discursos y los partidos políticos predominantes.
La amistad, en el territorio de lo ambiguo y divagante, es, entonces, el paradigma alternativo frente a la obediencia y las delimitaciones marciales; esta amistad no consiste en ganarse a la opinión pública ni en establecer puntos de combate y competición sectarias bajo imperativos demoscópicos, sino en “ampliar y hacer vibrar una red de complicidades”[i].
Se trata de generar otra lógica de cuya realidad están muy distantes las élites dirigentes, las económicas y las mediáticas. La realidad que vagabundea es la que subyace en el disenso, surge de la discordia vehemente y los mínimos comunes multiplicadores. Son procesos indefinidos de participación en la construcción política de lo colectivo que no forman parte de la moneda partidaria, ni de su cara ni de su cruz, y que huye de todo consenso y concierto. De aquí la fortaleza de los afectos, de la apertura y la constitución de esa sensibilidad compartida sobre la que sostener el andamio. Todo andamiaje se teje sobre los afectos. Sobre todo, la estructura de la Política.
Controlar, dominar, manipular y generar estratagemas y maquinaciones en la consecución y mantenimiento del poder, debilita al mundo y a las cosas, nos precipita paso a paso por estos callejones por los que andamos de la miseria y la banalidad suicida. Cuanto más, más. Y así se ensancha el abismo.
El horizonte está en sobreponerse al tiempo de las instituciones y su laberíntico entramado burocrático como tiempo de la tardanza; a la vez, el tiempo de la competición por la apropiación de los recursos y de la toma de decisiones, tiempo de la legitimación jurídica, se convierte en tiempo propio cuando se divaga, tiempo democrático, cuando un proceso participativo vaga definiendo y redefiniéndose; no caben los métodos, ni los tiempos marcados con su listado de objetivos y pasos que se convierten en fines y criterios y la biblia en verso de la participación, de la gobernanza o del gobierno abierto; el tiempo, entonces, en la ambigüedad, es tiempo para la experiencia y la vida fuera de la lógica guerrera del enfrentamiento y la victoria que siempre termina, mira por donde, en una derrota de lo colectivo, de lo común, de la amistad y de lo democrático; de los Derechos Humanos. De las instituciones, de los partidos y sus credibilidades.[ii]
Las fronteras que habitamos en nuestra vida diaria, en el territorio como hábitat y vínculo, en el lenguaje y en la cultura, son poros indefinidos por los que transitar descifrando enigmas nuevos para la convivencia: para la decisión política no sirven los tópicos repetidos hasta la náusea ni sirven poses con más versiones de lo mismo. Esto termina siendo lo que es, una rentable ficción.
En Lanzarote se le tiene un miedo especial a la gente, se da un esmero singular y característico por el control y el insistente estancamiento en los mismos errores para las decisiones políticas: se olvidan de la vida de la gente. No cuentan. Soberbia gobernando y compadreo “gestionando”[iii].
Tienen los de la cosa esta del miedo, un concepto de participación basado en los mismos procedimientos por los que se elige a quién va a Eurovisión a representar a España. Es lo mismo. Fraudes y sospechas incluidas. Todo controlado.
La participación es así un concepto trampa[iv] en el que ya se tienen decididas las opciones y que, a base de transparencia y “gobierno abierto”, termina por mantenerlo todo como está, pese a la debilidad democrática que supone la cosa.
Vagar es solicitar en la búsqueda vínculos de confianza y habitar sus espacios líquidos como razón poética[v]. Amar la vida, sus rostros y sus territorios. Divagar común, vagar cómplices, es lo que nos remediará ante tanta estrategia canalla y fronteriza.
Comparto la proposición de Fernández-Savater cuando indica que la participación “es un modo de producción de lazo social”. De encuentro, de “cooperación y de autoorganización” de lo común que requiere de la culminación técnica de las instituciones, y que viene marcada por la presencia de una “comunidad”, de un proceso de deliberación que se genera desde el conflicto que nunca se cierra definitivamente, que permanece abierto e indeterminado en la divagación de un “cierto vacío”, que permite la “apropiación del proceso por parte de los actores implicados”, “cierto caos”, propio de lo que no está “definido de antemano”. De ahí la importancia de los afectos, de los lazos de complicidad que “como cualquier lazo afectivo auténtico (amor, amistad), se cuece precisamente en el imprevisto, en la ausencia de garantías, en el conflicto y en el tiempo largo de un proceso. Hay que arriesgarse a la pérdida de control”.
Un reto, aplazado sistemáticamente, para el Gobierno, el Cabildo y los ayuntamientos de la Isla: encajar esta visión en el quehacer institucional y en la democratización de la toma de decisiones. Recrear la confianza.
[i] Fernández-Savater, F. 2021. La fuerza de los débiles. Ed. AKAL Madrid. Pág. 69.
[ii] “La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite”, nos recuerda Simone Weil en su Nota sobre la supresión general de los partidos políticos.
[iii] Comentaba, tiempo ha, Mayor Zaragoza, una anécdota muy extendida de este tipo de prácticas y personajes que prefieren ir al pediatra que es miembro de su partido, antes que al pediatra de mayor prestigio. Aunque esto tiene también su aquello, sirva como pista.
[iv] Solamente en el último año hay ejemplos para derrochar.
[v] Poiesis (ποίησις, pronunciado «poíesis») es un término griego que significa «creación» o «producción», derivado de ποιέω poieō , «hacer» o «crear». Platón define en El banquete el término poiesis como «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser». Se entiende por poiesis todo proceso creativo. Es una forma de conocimiento y también una forma lúdica: la expresión no excluye el juego. https://es.wikipedia.org/wiki/Poiesis
La Razón Poética es un factor central en la filosofía de María Zambrano. De los males de la democracia sólo nos remediará la Democracia, venía a decir.
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