SOCIEDAD

Ramón Pérez Farray: “Las injusticias me fortalecen, no me dejo doblegar”

Fue secretario insular de Comisiones Obreras desde 1983 a 2006

Foto: Manolo de la Hoz.
Lourdes Bermejo 6 COMENTARIOS 21/07/2018 - 07:49

Sindicalista histórico de Lanzarote, Ramón Pérez Farray (Caldera Honda, Tinajo, 1947) llegó a la lucha por los derechos de los trabajadores después de sufrir en propia carne “algunas injusticias que nunca pude soportar y contra las que me rebelaba”, según él mismo cuenta.

Pasó su primera niñez en el cortijo Las Quemadas de Tinajo, propiedad de José Díaz. El terrateniente había sido secretario general del Ayuntamiento de Madrid y tenía influencia en el régimen franquista, del que parece que también heredó el autoritarismo en el trato a sus trabajadores, como el padre de Ramón, José, que era medianero en la finca. “Aunque este señor siempre gritaba, recuerdo especialmente un día en que llegó al cortijo en su coche, uno de los pocos que había en la Isla a principios de los 50, y de muy malos modos increpó a mi madre para que le explicara dónde estaba mi padre. Hasta la hacía llorar en ocasiones. Levantaba la voz, sobre todo a las mujeres, y a mí aquello se me quedó grabado, me ponía malo, me reventaba”, dice, muy emocionado, pensando en su madre, Paca, “una mujer muy especial para mí”.

Debido a la precaria situación económica de su familia, con tan solo ocho años Ramón abandonó su hogar para trabajar con el ganado en una finca de Tao. “Subía todos los días a Montaña Tamia, desde donde se divisaban los pueblos de Soo, Mozaga, La Vegueta… Y desde allí veía a mi madre barriendo. Solo podía ir a mi casa los domingos por la tarde. Perdí mi infancia en familia”, dice Ramón, que echaba mucho de menos a su madre, pero, como el mayor de seis hermanos, tuvo que hacerse adulto demasiado pronto. “Sin embargo, he de decir que aquella familia de Tao, José Hernández, Lupe Perdomo y sus tres hijos, me acogieron como a uno más, sin distinción. Comíamos juntos, teníamos las mismas camas, e, incluso, me enseñaron a leer y escribir, ya que casi no había ido al colegio y fue una condición que puso mi madre para dejarme ir a vivir allí”.

Ramón pasó por innumerables empleos siendo apenas un adolescente. Trabajó en la pastelería de Antonio Luna, cerca del actual edificio Spínola de la Calle Real, y en el sector tabaquero a mediados de los 60, en las empresas de Faustino Pío y Julio Blancas, este último dueño de un verdadero monopolio, que convirtió a Lanzarote en productora de la planta. “Los almacenes estaban en La Vegueta, allí se despalillaba la hoja, se echaba agua para que fermentara, se dejaba al calor y después se prensaba en fardos de 60 o 70 kilos, rumbo a la fabrica de Eufemiano Fuentes en Gran Canaria”, cuenta. Sin embargo, el negocio cerró poco después y, tras trabajar en la viña “escardando y excavando en las zonas de pendiente”, con 16 años empezó en el sector de la construcción, junto a su tío Félix Rijo, que le enseñó el oficio, y el hijo de éste.

“Hacíamos pequeñas obras, mi tío era buen conocedor de los aljibes, y ello provocó que acabáramos en Lloret y Linares, la fábrica conservera, un sector al alza en aquel tiempo”, recuerda. La plantilla, superior a las 300 personas, “entre ellas muchas mujeres”, incluía una cuadrilla de albañiles fija, ya que siempre se requerían obras, remodelaciones o, como fue el caso entonces, la división del aljibe en dos, para incluir agua dulce. Tras incorporarse a la plantilla, en el año 1967 Pérez Farray se topó con su primer conflicto laboral, aunque enfocado únicamente en su persona.

“Entonces, las fiestas de los pueblos eran sagradas, era un día al año, y la ley estipulaba dar fiesta al trabajador. Así que el 2 de julio, festividad de Nuestra Señora de Regla, patrona de La Vegueta, yo pedí el día de permiso. Sin embargo, el encargado, maestro Antonio, un hombre muy raro, con una personalidad difícil, se negó a darme el día libre alegando que había que echar el hormigón para el nuevo aljibe y que ese trabajo requería a todo el mundo y no podía quedar a la mitad. Hablé con mi madre, porque mi padre estaba embarcado en la goleta ‘Bella Lucía’, y la mujer me hizo ver que se trataba de un puesto fijo y que no ir a trabajar tendría sus consecuencias. Yo resolví acudir a trabajar, pero no hacer ni una hora extra, que era, en realidad, donde se ganaba dinero, cuando nos quedábamos después de las cuatro y media de la tarde a empaquetar. Así que le dije a Pancho, un veterano que tenía reloj, que me avisara cuando llegara la hora y me marché. Mis compañeros estaban muy preocupados por mí, incluso se ofrecieron para llegar antes ese día y terminar en hora, o dejar el volcado de hormigón para otro día, pero Antonio se negó”.

Como bien advirtió su madre, las consecuencias llegaron en forma de ‘arresto’ (sanción). Un año y medio estuvo Ramón sin poder hacer horas extra. Como no hay mal que por bien no venga, en aquella época de ‘arresto’, Ramón se inició en el estudio del solfeo y aprendió a tocar la trompeta en la academia municipal de Arrecife, que estaba junto a la iglesia de San Ginés. “Yo, la verdad, no tengo mucho oído, pero en mi casa había tradición musical. Mi padre era conocido como el maestro ‘José el de las castañuelas’. Él fundó la agrupación folclórica de Arrecife y mi abuelo, el rancho de pascua Familia Pérez de Teguise”, explica. Él mismo integró también el grupo musical Los Aldas.

La música se convirtió, posiblemente, en una suerte de refugio para la situación que vivía en la fábrica, represaliado por el encargado. “Hacía trabajos durísimos, me enviaba a mí solo a cernir la cal viva, en lugar de con algún compañero, como era habitual, sin protección de ningún tipo y en días de viento”, corriendo riesgos extremos. A la pregunta de por qué no renunció, Ramón contesta que es “tozudo, las injusticias me fortalecen, no me dejo doblegar”.

Por suerte, su situación llegó a oídos del patrón, don Miguel Pérez, que lo llamó para preguntarle por qué se había negado a hacer horas extras en una emergencia en la que había que embarcar mercancía excedente, rumbo a África. Ramón había sido requerido por Antonio y aquel le contestó “dígale a don Miguel que el hijo de Paca se larga a las cuatro y media”.

Ese día, Ramón ganó el primer pulso laboral de su vida “y puede decirse que casi no volví a dar palo porque el patrón habló seriamente con Antonio”. La anécdota define mucho el talante sindical de Pérez Farray. “Lo primero que hay que hacer es tener razón y, después, actitud y estar preparado porque a veces es muy difícil. Aquí la familia tiene que apoyar. Hay que renunciar a muchas cosas personales y estar disponible siempre”, dice.

Quizá por ese espíritu de trabajo nunca se encontró con candidatos alternativos a liderar el sindicato entre 1983 a 2006, cuando tomó el relevo Victoria Sande, actual edil del PSOE en Arrecife. Poco después del incidente de Lloret y Linares, la conservera despidió a 74 empleados y empleadas (había mucha mano de obra femenina). Las partes se reunieron en la sede del Movimiento y allí se negoció, estando presentes el abogado Manuel Meca, recién llegado a la isla, y Reguera, empleado que fue elegido por la empresa para defender sus razones, y alegó que los despedidos no tenían una antigüedad superior a tres años y por tanto no eran fijos. Meca “con la legislación laboral en la mano y la ordenanza del sector conservero y de salazones nacional dijo que allí no decía nada de la antigüedad”, explica Ramón. El resultado fue que los empleados perdieron el juicio en Magistratura de Las Palmas, pero ganaron en Madrid, en el recurso. “Nos abonaron los salarios del año y medio que duró la causa”, recuerda Pérez Farray, un dinero que le vino muy bien mientras cumplía con el servicio militar.

“Lo primero que hay que hacer es tener razón y, después, actitud y estar preparado porque a veces es muy difícil. Aquí la familia tiene que apoyar”

Su entrada en la lucha sindical está ligada a la librería García Lorca, de Manuel Cáceres, entonces afiliado al Partido Comunista aún en la clandestinidad a principios de los 70. En su negocio se reunían, en la época previa a la transición, históricos como Enrique Pérez Parrilla, Agustín Torres, José Domingo Hernández, Pablo González, Francisco Leal o Manolo González Barrera. El contenido de las reuniones era vox populi, pero afortunadamente el responsable del sindicato vertical en la isla, Santiago Alemán, era “buena persona” y no permitió que la sangre llegara al río. Los debates giraban en torno a integrarse o no en el sindicato vertical. “UGT se oponía, pero en Comisiones Obreras pensábamos que desde dentro se podría luchar con más herramientas, aunque corríamos el riesgo de que se nos viera el plumero”, dice.

Lo cierto es que Ramón fue elegido como representante de los trabajadores que levantaban el hotel Salinas y viajó varias veces a Gran Canaria, donde se libraba la batalla por el derecho al 4,5 por ciento de liquidación por fin de obra, que el Estado había erradicado por decreto. “Conseguimos recuperar la indemnización y sentar las bases del convenio colectivo con las mismas condiciones que el de Tenerife”.

En 1977 fueron legalizados los sindicatos y los partidos políticos de izquierdas en España, y Domingo Hernández fue elegido secretario general de Lanzarote. Como secretario de Comisiones, desde 1983, Ramón ha llevado casos del sector de administraciones públicas, y convenios de sectores específicos como limpieza o jardinería.

La irrupción de Las Kellys le parece, sin embargo, una oportunidad perdida de “trabajar en conjunto, de aglutinar fuerzas, que son siempre bienvenidas”. Ramón alude a las formas de la actual presidenta a nivel nacional Myriam Barrios, ella misma representante sindical por Comisiones Obreras en su lugar de trabajo en Lanzarote. “Parece una contradicción criticar a tu propio sindicato y a la vez aprovechar su estructura, las horas laborales a las que tienes derecho, arrogarte las sentencias ganadas, que han defendido los servicios jurídicos del sindicato que rechazas. Lo coherente sería salir de él”, dice.

A pesar de este desencuentro, Pérez Farray es partidario de tender puentes en la lucha común. No ostenta ningún puesto honorífico en Comisiones Obreras, “la única excepción de las normas en ese sentido se hizo con Marcelino Camacho”, pero cuenta con nítidos recuerdos de una vida entera dedicado a la labor sindical. Como reflexión a lo hecho, se queda con una frase de Gandhi: “seguramente, podría haber hecho más”.

Comentarios

Si hay profesionales en la política. Este lo ha sido del sindicalismo. ¡¡ Cara, para dar y regalar ¡¡
Gran luchador, mejor persona. Felicidades por el artículo Diario de Lanzarote!
Habla de tu apoyo al puerto marina rubicòn. Vas a pedir perdón? Vas a decirle a Santiago Medina q te equivocaste? Vas a pedir ahora q se ejecute la sentencia? Si no haces esas tres cosas, entonces escóndete en Mancha Blanca y siente vergüenza y espera por el volcán q llegará. Chao.
Menudos son los sindicalistas liberados, como para darle un premio por estar al lado de los sucursalilsmos del partido comunista o psoE, los que dicen de dientes hacia dentro que defienden la igualdad, la libertad y justicia social. Pajaritos a mi. ¡Viva la hipocresía y aquellos que la pusieron por bandera!
Explica Ramón. Por qué se te ha olvidado tu apoyo vehemente a la injusticia de Berrugo? Habla hombre no tengas miedo .
Cuenta en CCOO y cuenta allí donde vayas los motivos de tu apoyo a la destrucción de Berrugo. Cuéntalo para q lo sepan en Mancha Blanca. No lo ocultes. Así la gente se fortalece frente a tu injusticia al servicio de los poderosos del marina rubicòn. Cuéntalo Ramón...

Añadir nuevo comentario