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Los toros de Tiagua

Juan Parrilla mantiene viva la tradición carnavalera de su padre que, junto a su parranda, recorría la Isla bajo una máscara que simulaba un astado

Juan Parrilla conserva en buen estado el toro de su padre. Foto: Manolo de la Hoz.
María José Lahora 0 COMENTARIOS 18/03/2019 - 06:42

Juan Parrilla aún conserva el toro que heredó de su padre y que se ha encargado de mantener en buen estado durante todo este tiempo, no sin esfuerzo y mucha dedicación. Tanto mimo y empeño le ha puesto en su guardia y custodia que parece que por la máscara no ha pasado el tiempo. Hace dos años acudió a los carnavales de Teseguite junto a su hijo, al que le tocó estar dentro del toro, mientras Juan Parrilla vestía un singular traje de luces a modo de torero.

La memoria lleva a Juan Parrilla a la época de aparición de este toro junto con el del tío Jordán López, que acompañados de su parranda de Tiagua salían a asustar a los vecinos que nunca habían visto similar animal. Era habitual que uno de los jóvenes se disfrazase de torero. Corría el año 1944. Uno de los momentos que evoca es la visita de su padre y el tío Jordán a Yaiza con sus máscaras, acompañados de su parranda en el camión de Emilio Morales.

En el baile del pueblo se toparon con la Benemérita que les echó de allí. ‘“Fuera esto de aquí. Fuera de aquí !Ya!”, les decían los guardias. Estaban ya todos de vuelta en el camión, a punto de marchar, cuando un joven atrevido de la cuadrilla le cantó a los agentes: “Si yo te cojo en el jable con este bastón te doy cuatro palos como un ratón”, relata.

También estuvo la parranda de su padre en Haría. Carnavales de los que conserva una instantánea que protagoniza también uno de los recortes de prensa que decoran las paredes del bar de la plaza norteña. Conforme enseña la máscara astada, Juan Parrilla va explicando los pasos para su creación. Confeccionado de tela de saco “es importante que no se pinte, porque se queda tiesa. Debe teñirse”, señala.

La estructura del toro está compuesta de arco y duelas de barricas. El interior forrado de espuma. En la boca, por donde se mira, una dentadura de madera. La cornamenta ha tenido que ir retocándola también. Tampoco le falta su banderilla en el lomo. Todo ello en un tamaño un poco más pequeño que un toro natural. Recuerda que la máscara original de su padre se elaboró con trozos de fardo que fueron “uniendo y cosiendo”.

En los sesenta, fue él mismo el encargado de mantener la tradición carnavalera con sus compañeros de juventud. Recuerda anécdotas vividas en primera persona también recorriendo diversos pueblos de la Isla. Con la máscara de la familia y la del tío Jordán, que cogió prestada, fue de Tiagua a Tao. Recuerda los nombres de algunos de sus antiguos compañeros de parranda: “Triguito, Paco, los dos Rafael, y alguno más. Tendría yo 16 años o menos. Fuimos para la cantina Augusto, donde estaba Goro, Pedro Guerra y Manolo Hernández de Muñique, que nunca habían visto los toros, y estuvieron toreando un poco. A Manolo, que tenía la novia en Tao, se le ocurrió que fuéramos para allí. Tiramos con los toros puestos arriba y caminando”, narra.

Una vez en la casa de la novia, en la que se encontraba también su hermana y la pareja de esta, “Manolo empujó la puerta. Entró delante y nosotros detrás. Tremenda escandalera se formó”. Comenta que les recibieron entre gritos por el susto.

Tras la hazaña se les hizo de noche. En el camino de regreso se toparon con el camión de Santiago Hernández que se ofreció a llevarles a Tiagua. También iba en el transporte Manuel Perdomo, que era de El Peñón, y en lugar de regresar al pueblo decidieron realizar otra excursión. “Manuel quiso asustar a sus hijas que estaban con los novios en su casa. Y a El Peñón que fuimos”.

También viajó a Fariones “con unos chicos de El Cuchillo”, según recuerda. En esa andanza llevó solo el toro de su padre. Les acercó Mingo en su furgón. Iban también los hermanos Perdomo, Manolo y Blas, y Antonio Pérez. A este último, en la cuesta hacia el hotel Fariones, le vino el pronto y corriendo cuesta abajo no se le ocurrió otra cosa que decirle a alguien que subía: “Cuidado maestro que se enreda con los cuernos del toro”. No era otro que Heraclio, hombre corpulento del que no sabían qué reacción esperar. Sin embargo, se echó a reír y siguió su camino.

También estuvieron en Mácher, en la casa del suegro de Leandro Tejera, donde comieron tocino y vino. De allí tiraron para San Bartolomé para participar en el baile de El Casino. Recuerda que estaba de portero Felipe, del que dice que “mandaba más que el presidente”.

Para recuperar la memoria carnavalera de los toros de Tiagua ha recopilado un listado de nombres de la parranda que salía con su padre. De Soo, Tiagua, La Vegueta y Muñique procedían todos. Juan Martín, de Soo, le pasó un listado de nombres de esa localidad: Marcial Rodríguez, Vicente Pérez, Manuel Brito, Domingo Ramírez, Marcial García, Ventura Martín y Juan Rojas. “De aquí falta uno que casi se mata con el toro. Saltó en una pared en un corral donde pensaba que era más bajo”, comenta.

De Tiagua eran Antonio Tejera, Pepe Tejera y Juan Delgado Barrera, junto a los propietarios de tan singulares máscaras Juan Parrilla y Jordán López. Juan Mota, de La Vegueta, del que dice que era bajito pero fuerte, y Redusindo López, padre e hijo, de Muñique. Mientras que uno de los toros permaneció en la casa de los Parrilla el otro pasó a manos de la familia de los López, concretamente en manos de Sebastián (Chano) López, sobrino de Jordán, que ha confeccionado varias réplicas.

Cristóbal Guillén, de Tiagua, también ha reproducido estas máscaras, e incluso se han visto vacas en los carnavales. En una ocasión, Juan Parrilla vio los toros en la tele de color negro y quiso innovar. No se le ocurrió otra cosa que forrar la estructura de un tejido de fieltro. “Eso no vale. Tienes que tener los pulmones de una vaca”, señala.

Relata que en los 80 fue a Tinajo con su hijo que iba debajo del toro y a la altura del cine salió sudando. Cambiaron y se metió él dentro. Llegó hasta la plaza y comprendió porque su chico sudó tanto. “No entraba aire. Salí de ahí escurriendo abajo”, comenta.


Un momento de la visita al Carnaval de Haría del toro de Juan Parrilla.

 

En la memoria vecinal

Juan Manuel Hernández Auta recordaba en su pregón de las fiestas de Tiagua del pasado año la historia de los toros y los carnavales. Habló del inicio de esta tradición y recordó la década de los 70, cuando comienzan a introducirse cambios en la costumbre y con ella se confunden orígenes.

Así, señaló que “al fallecer los López, la familia hereda los toros, esto fue al principio de los años 70. Por esa época sufren una modificación, aparecen con sexo de vaca y toro, y se le pone ubre a uno de ellos, y salen en la cabalgata de la fiesta de San Ginés. En esta cabalgata salían animales que portaban aperos de labranza; recuerdo que los toros iban unidos como una yunta y arrastraban un arado y, además, de vez en cuando se paraban para ordeñar la vaca. Estos toros se pierden al llevárselos para los carnavales de Tenerife, saliendo algunos años en el coso carnavalero. Nosotros los de Tiagua, al ver los toros por la televisión, los identificábamos como nuestros toros”.

Habló también de su experiencia de niño con los toros. “Cuando salían por Carnaval los chinijos nos asustábamos y corríamos para que no nos cogiera, no te hacían daño físico, pero si te atrapaban y a mí me pasó, por lo menos te tenían llorando un buen rato”.

“Recuerdo que en la escuela los toros eran tema de conversación: una de las cosas que más nos inquietaban era los dientes, pues nos preguntábamos que ¿de qué serían? Unos decíamos que eran de batatas, pues las batatas cuando se secaban al sol quedaban duras y muy blancas, al ser el color de los dientes tan blancos nos lo parecía, una muestra de que nunca nos acercábamos a ellos, ni siquiera para comprobar de qué eran los dientes. Sesenta años después supe que eran de madera”. Tal y como los conserva en el toro original de su padre, Juan Parrilla. “Hoy día ya lo saco poco”, señala con añoranza.

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