LA HUELLA CONEJERA

La historia que escribió el fuego

El pago de Lanzarote, en el corazón verde de Gran Canaria, surgió de la diáspora del Timanfaya y se convirtió, el pasado 17 de agosto, en la ‘zona cero’ del mayor incendio en España desde 2013

Gregorio Cabrera 0 COMENTARIOS 09/09/2019 - 06:23

El lugar nació del fuego. O más bien del pavor y la destrucción que éste desató. Las gentes del barrio de Lanzarote, en el municipio grancanario de Valleseco, conservan el vago recuerdo de la llegada de un grupo de conejeros y conejeras que huían de los pesares y hambrunas que provocaron las erupciones históricas del Timanfaya (1730-1736), aquel aullido de seis años de largo de las entrañas terrestres.

Formaban parte de la diáspora del volcán y decidieron establecerse en un vergel e iniciar una nueva vida en un lugar antagónico al suyo, en un estallido verde entre Madrelagua y Valsendero alejado en todos los sentidos de la explosión de lava y ceniza que dejaban atrás en la que había quedado acuñada como ‘isla de los volcanes’.

Su segunda existencia, marcada para siempre por el fuego, se desarrollaría en adelante en un escenario exuberante de prados, valles, vacas, ovejas, manzanos y panales de abejas donde, con el transcurso de las décadas, los orígenes lanzaroteños se convirtieron en un eco tenue pero siempre presente, como el que deja el agua en su paso por las acequias. El barrio de Lanzarote, situado a más de mil metros de altura, adquirió oficialmente su denominación actual en 1842, coincidiendo con la segregación de Valleseco de Teror.

Casi tres siglos después, el fuego, en otra de sus manifestaciones, volvió a llamar a las puertas de Valleseco con su tenebrosa mano y exhaló su abrasador aliento de muerte. Es probable que los pastores que vieron asomar las columnas de fuego abriéndose paso desde la crestería de Cueva Corcho, en el corazón verde de Gran Canaria, se encomendaran entonces a San Vicente Ferrer, a quien se profesa devoción en el pago de Lanzarote en una ermita construida fundamentalmente por mano de obra de origen lanzaroteño entre 1740 y 1746, según concreta el cronista de Valleseco, Nicolás Sánchez Grimón. La cifra maldita, el número seis, como los años infernales del Timanfaya, parecía perseguirles de algún modo.


Investigación de las causas del incendio.

Una breve nota de prensa del Cabildo de Gran Canaria difundida aquel 17 de agosto dejaba constancia de un conato de incendio forestal “con gran potencial” en las inmediaciones de Lanzarote, poblado cercano a espacios naturales de gran importancia como el Montañón Negro, Fontanales o el Barranco de la Virgen. El fuego, a partir de entonces, corrió a mayor velocidad que las noticias, lo cual resulta abrumador en la actual sociedad de la información. Las primeras evacuaciones de población por la abundante presencia de humo tuvieron lugar precisamente en Lanzarote, Madrelagua y Valsendero.

De este modo, Lanzarote, aquel asentamiento que emergió de fuego y revivió en el corazón verde de Gran Canaria el mito del Ave Fénix, se transformó en la zona cero del mayor incendio que ha tenido lugar en España desde 2013, con alrededor de 12.000 hectáreas de alto valor natural, paisajístico y etnográfico arrasadas y casi 10.000 personas evacuadas. El incendio, con un perímetro de casi setenta y cinco kilómetros, afectó a algunos de los parajes más emblemáticos de la Isla y coincide casi a la perfección con los límites del paisaje cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, declaradas poco antes Patrimonio Mundial de la Humanidad.

El poder destructivo de este incendio resulta equiparable al de los volcanes. Este monstruo de fuego puede catapultar pavesas a kilómetros. Y desde el Puerto de las Nieves, en Agaete, un gentío atónito contempló como en la meseta que remata el risco, el bosque de pino canario de Tamadaba, una zona que alberga el veinte por ciento de los endemismos de Canarias, era presa de un asombroso pirocúmulo que dibujó un hongo de humo y ceniza de cientos de metros de altura.


Federico Grillo, jefe de Emergencias.

Ardía Gran Canaria y algo se quemaba en el interior de cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Uno de los rostros del incendio, Federico Grillo, jefe de Emergencias del Cabildo grancanario, señaló que en muchos puntos se había alcanzado el umbral de “zonas de hombre muerto”, es decir, donde la acción humana, incluso con todos los medios técnicos a su alcance, era absolutamente inútil ante el avance de esta ardiente nada.

La solidaridad del resto del Archipiélago se tradujo en la llegada de bomberos y otros efectivos humanos y materiales, incluido un destacamento del Consorcio de Seguridad y Emergencias de Lanzarote que, trescientos años después, participó de algún modo en el cierre de este círculo de fuego y de los tres siglos en llamas de una historia escrita a fuego que demuestra que hay un renacer tras cada fin del mundo.

Añadir nuevo comentario