PERFIL

La dura vida de Carmen Luzardo: “Todo es trabajo”

De niña se tuvo que hacer cargo de sus hermanos y después de su abuelo y de un tío. Enviudó cuando dos de sus hijas aún eran niñas y tuvo que luchar mucho para sacar adelante a su familia

Foto: Adriel Perdomo.
Saúl García 3 COMENTARIOS 25/10/2020 - 09:00

Hace 57 años que Carmen Luzardo Perdomo vive en Los Valles, adonde llegó después de casarse con Domingo Robayna, que falleció hace 35 años. Antes de empezar a contar su vida advierte, sonriendo, de que “es muy dura”. Y los hechos le van a dar la razón.

Nació en Guinate en 1937. Su padre, que entonces estaba en la Guerra Civil, se dedicaba a la pesca, en Cabo Blanco, como tantos otros. Su madre cuidaba de sus hijos, entre otras cosas. La cocina de la casa no era tal. “Eran dos teniques” dispuestos en una especie de choza aparte de la vivienda. “Ya ves tú, no había nada de nada”, dice.

Los potajes de chícharos no llevaban ni aceite, y con suerte aparecía un tomate. Se criaba un cochino que no daba para todo el año, unas cuantas cabras y se mariscaban burgaos y lapas de la marea, bajo el risco. “Hoy tienen de todo y no lo quieren”, resume Carmen.

Fue la hija mayor. Tenía tres hermanos y no llegó a tener el cuarto porque su madre y el bebé fallecieron en el parto. “Llamaron a José Molina cuando se murió mi madre, pero no hubo manera”, dice.

Aquello lo cambió todo. Hasta entonces Carmen iba a la escuela, a Ye porque en Guinate no había. Iba caminando y descalza a la clase de doña Margarita o de doña Carmen Toledo. Hacía el camino dos veces: por la mañana y por la tarde. Pero con 10 años, de repente, se hizo mayor y dejó de ir para cuidar de sus hermanos menores.

Poco después su padre se volvió a casar y ella se mudó, pero a casa de su abuelo, que también era viudo, y vivía con un tío. Ese abuelo había estado en Buenos Aires y en Cuba, donde le tocó le lotería.

Eso es lo que le dijeron cuando se enteró de que el Valbanera, el barco en el que se había embarcado y del que bajó en Santiago de Cuba, se había hundido con 488 personas a bordo.

En Guinate se encargaba de todo: la comida, las cabras, la casa y el campo. Desde los 14 años ya iba a buscar agua a mitad del risco, a la Fuente de las ovejas, con un rodillo y un balde en la cabeza, que subía con unos 15 litros más la ropa recién lavada. “Hoy me pagan y digo que no”, asegura.

A esa fuente iba la gente de Máguez, de Ye, “y de todos lados”. De Haría no porque había pozos. El agua, en cualquier caso, no daba para todos. Recuerda Carmen que un alcalde hizo allí un tanque y que había cola. Algunas se enfermaron por infecciones.

Y allí “no había nada para divertirse”. Se juntaban las cuatro chicas del pueblo en alguna de las casas. En Máguez había baile en la sociedad y en Ye también, pero solo fue una vez porque hubo un pleito “por cantares picantes o algo así” y no le gustó: “Saltaban por la ventana”, recuerda.

Después conoció a su marido en la fiesta de las Mercedes, en Mala. En realidad ya lo conocía de antes porque tuvo una novia en Guinate. Tardó un año en casarse y fue entonces cuando se mudó a Los Valles.

Su primera impresión fue que era un pueblo antiguo, oculto, escondido, “más escondido que Guinate”. Todo el mundo estaba en sus campos y había muy pocas casas, “no como ahora”. Solo había una cantinita, la de Jacinto y Eustasio, y la guagua para Arrecife había que cogerla en Teseguite.

Solo salía de Los Valles para ir a Arrecife a comprar tela para los vestidos de Santa Catalina y San Antonio, uno de invierno y otro de verano

Se instaló junto a sus suegros en una casa con dos habitaciones y cocina que ha ido creciendo. “La gente me recibió bien aquí... y todavía”. La aceptaron bien en el valle abajo, aunque le costó adaptarse: “Miraba para arriba y solo veía montaña”.

“Dicen que los del valle abajo son más ricos y los del valle arriba más pobres, eso dicen, pero yo los veo a todos iguales”. Tuvo siete hijos y las dos últimas fueron gemelas.

Además de sacar adelante a todos, trabajó el campo, sembró papas y cebollas y crió cabras. Las papas las vendía a un tal Hermán, cree que a 60 céntimos (de peseta) el kilo: “Un año tiré la cebolla porque no se vendió”. El resto: judías, garbanzos, lentejas o arvejas, era para casa, al menos la mayoría. Se quedó viuda con 48 años, cuando las gemelas tenían 10.

Las dos estudiaron en Tenerife, una Psicología, y otra, Trabajo social: “Con mi sudor y una beca, pude hacerlo y no me arrepiento”. No le daba tiempo a descansar. “¿Cómo iba a descansar?”. Y se explica: “Mis hijos nunca fueron a la escuela sin lavar o con la ropa sin planchar. Yo venía del campo corriendo porque venían mis hijas y no me encontraban en casa”.

Salía poco de Los Valles. Iba a Arrecife, a Arencibia, para comprar tela para hacerse los vestidos, el que estrenaba en Santa Catalina y el que estrenaba en San Antonio, uno en invierno y otro en verano.

A las fiestas de San Ginés solo fue una vez. No le gustaron porque una de sus hijas cogió miedo en la feria. Si iba a la Villa, al médico o a algún trámite, lo hacía caminando, por el cortijo de Manguia, cuando estaba todo plantado. A La Graciosa fue de joven, a la boda de su hermana, y tampoco le gustó.

Su hobby era la roseta, que se la entregaba a la señora Efigenia. Y también hacía balayos de junco y paja para el Mirador de Los Helechos. Pero lo que más le gusta es cocinar, de todo y bien, y aporta, de memoria como prueba de su buen hacer, varias recetas de repostería.

-¿Pero esas aficiones también son trabajo, no?

-Pues claro que es trabajo, todo es trabajo, contesta.

Comentarios

Gracias, estupenda. Y gracias a tantas mujeres que han cuidado con su esfuerzo a las siguientes generaciones para que pudieran tener una vida mejor.
Una vida muy dura, una persona ejemplar y muy buena, muchos recuerdos.
Ay doña Carmen...y hoy todo desidia y "paro"................

Añadir nuevo comentario