CULTURA

La casa alza el vuelo: arte, identidad y territorio en el MIAC

'El Traspatio' reúne la obra de cinco jóvenes artistas conejeros, todos menores de 30 años, en torno al concepto de casa y territorio

María Valerón 1 COMENTARIOS 06/08/2022 - 06:13

Patios y traspatios pueblan, como oasis del imaginario, las páginas de la literatura escrita en Lanzarote. Están en este siglo, con su destiladera de agua y bañados con “el color del cielo” en 'La vieja a veces bebía' (Félix Hormiga), repleto de poderes adivinatorios en 'El año de las cucas volonas' (José Ramón Betancort) y juegan a la confusión en 'Acaso dije casa' (M. Nieves Cáceres). Y si hablamos de la casa, ese territorio, tejido inicial de todas las historias, las voces de la poesía y la escritura vienen cercando todas las bibliotecas con sus alcobas de sombra, sus mesas de comedor, sus quintales de madera, sus ventanas; aunque todas conducen, quizás, a una misma, casi única, imagen colectiva: “Abundan las cúpulas, los muros, los hornos de pan, los grandes patios, los pozos, las cuadras y los camellos. A más pedir está la media luna, las mujeres embozadas, las palmeras y la cal” (Mararía, Arozarena).

En la primera planta del Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote habita una casa. Está construida desde el imaginario; no tiene paredes, ni habitáculos estancos; tampoco los rasgos distintivos de una vivienda. Es la “casa”, conceptual y viva, de cinco jóvenes artistas que abordan desde diferentes disciplinas la amplitud del ideario del hogar y del territorio: Marina Speer, pintora e ilustradora, Darío Machín, artista interdisciplinar, Cintia Machín, escultora, Mariela García, artista plástica y textil, y Lana Corujo, escritora e ilustradora, ocupan el espacio con sus obras junto a la artista, antropóloga y doctora en Arte y Filosofía Marianna Amorim, comisaria y mentora del programa que, además, se suma a esta ceremonia con su propia pieza.

La exposición 'El Traspatio', que se mantendrá en el MIAC hasta el próximo 31 de agosto, es el resultado del trabajo formativo y de producción artística del proyecto 'El Museo Diverso', una iniciativa puesta en marcha por el museo dentro de su programa Circuitos MIAC. Desde el mes de abril, Marianna Amorim ha sido la encargada de guiar las dos vertientes de la propuesta, dirigida en su totalidad a artistas menores de treinta años y originarios de Lanzarote. Así, desde el MIAC y durante tres meses, una nueva generación de artistas ha puesto el pie en lo contemporáneo en la primera edición de este proyecto que, cuenta Amorim, ha cobrado matices de residencia artística, tanto por los vínculos generados entre autoras y autores como por el trabajo común, durante meses, en torno a los conceptos de investigación escogidos para el desarrollo de la exposición final.

La isla, la casa

A los ojos que visitan la casa de El Museo Diverso puede llegarles, primeramente, la extrañeza; así es el arte contemporáneo, siempre lleno de incógnitas. Con obras de instalación, pintura, escultura, textiles y videoacción el conjunto transita por las visiones individuales, piezas llenas de elementos personales, intimistas, que distinguen donde comienza cada autora y autor. Los retazos de la casa común, que es este Traspatio, hablan de identidades individuales dentro de una identidad colectiva. Y es que más allá de la luz de cada obra, enfocando en lo doméstico y lo biográfico, la sala resuena con un eco de entramado colectivo: la casa vuela por los aires y aquí se habla de identidad.

“Cada artista, desde su simbólica individual, biográfica, entiende la casa y cada uno de ellos trabaja bien una habitación o bien la casa completa en el plano conceptual”, explica Amorim, que señala que en el juego de distribuir, a través de los espacios de cada artista, los conceptos de la casa (y la familia) se revela el conjunto: la infancia, la pareja, la intimidad, la mesa de comedor, la alcoba, los distintos ángulos de visión de los exteriores de la vivienda. Todo ello queda reunido, aunque todo salpicado de simbología (doméstica y pública).

El Museo Diverso combina formación académica en arte contemporáneo con producción artística tutorizada

El público queda separado de las pinturas de Lana Corujo por un teje (una rayuela) pintado en el suelo y por pequeñas instalaciones de volcanes hechos en rofe, moteados aquí y allá de estrellas semi-hundidas al volcán. Solo una luz ultravioleta, además de resaltar las estrellas, puede arrojar el texto oculto en uno de sus cuadros, de trazo amplio y en el que un caballito se cuela, aquí y allá, en la escena repleta de volcanes: “Un caballo del color de la plata deambula por las coordenadas 28-7. Un día volveremos a mirar. Veremos la isla imaginada, la propia e intransferible y entonces todo, a la luz, volverá a ser compartido”.

El paso del tiempo, la transformación, la mudanza y el recuerdo cuelgan unos metros más allá y se enfrentan entre sí en las obras de Marina Speer. Seis óleos de pequeño formato proyectan su sombra contra la piedra negra del Castillo de San José: muestran diferentes fachadas, en pincelada realista y en distintas perspectivas, de casas blancas, sus puertas azules o verdes. El juego de Speer está en la memoria y frente a estos seis pequeños óleos a pincelada que recuerda al realismo se enfrentan, al otro extremo de la sala, dos óleos de gran formato con paisajes de infancia, abriendo el color, y el pincel, a una visión más próxima al impresionismo: en tonos pastel, vivos, un niño persigue sin prisa una enorme hilera de hormigas; junto a él, el mismo niño pasea a la orilla de una fachada que, a su lado, parece de enormes proporciones.

El espacio para la abstracción más pura lo ocupan las obras de Darío Machín, con su instalación a base de cerámica, tela, metal, acrílico y agua de mar: 'Entre esquirlas y charcos, una cueva'. Un móvil, desde la altura, cae repleto de cerámicas, con fluidez, con la apariencia de gotear agua sobre las pequeñas piezas que lo cercan desde el suelo. Aquí y allá se despliegan largas telas: caen desde los ventanales y trepan muros y esquinas, con una apariencia de pieles curtidas que parecen retar al público a repensar la identidad.

El matrimonio, la pareja y la intimidad quedan en la muestra en las manos de la propia Amorim, con una instalación de pequeño teatro, donde se proyecta fotografía y sonido bajo el título 'Todo carnaval tem seu fim', que recrea el inicio, desarrollo y fin de un matrimonio. En la pieza, la dinámica del juego también está presente, dando espacio al arte relacional al público con un interruptor que permite avanzar en los audios para transformar el sentido entre imagen y sonido. También deambula en territorio relacional y de lo íntimo y afectivo la instalación de la artista Mariela García, que recrea a gran escala en su obra 'Oquedad' una representación no figurativa de la cama de dosel: en su interior, como en las casas de juegos de niños, grandes cojines y un banco situado en el centro mismo de una proyección de luz. La tela de la instalación, pintada, escrita y trabajada, sirve además como filtro para la luz, permitiendo al público recibir desde dentro de la estancia distintas percepciones de color y formas.

La exposición permanecerá hasta el próximo 31 de agosto en MIAC

Por último, la joven escultora Cintia Machín ofrece un banquete de simbolismo. Ella escoge el gran comedor como espacio de recreación artística: sobre una enorme mesa de madera, cuidadosamente colocadas sobre servilletas de tela oscura, seis máscaras quedan servidas frente a cada una de las plazas destinadas para los comensales. La instalación, titulada 'Teatro', está salpicada por los pedazos de una séptima máscara, rota en el centro de la mesa y en el suelo, como borrada. El simbolismo de luces y sombras, el adorno de menaje principal con los nombres de los seis comensales bordado en tela y la foto familiar en blanco en negro, frente a la mesa de comedor, interrogan al público sobre los roles familiares, la honestidad, la empatía, la necesidad de comprensión, diálogo y escucha.

Para la comisaria de la exposición, y mentora del proyecto formativo y de producción artística, Marianna Amorim, las obras mantienen un diálogo entre lo íntimo y lo público, la casa y la isla, la identidad y el territorio: “Durante el proceso de creación, se han trazado varios paralelismos entre el hogar y la isla, y aquí entran varios conceptos de isla como: isla como paraíso, isla como prisión, la isla inventada desde el arte, la isla inventada desde el turismo, y pasando siempre por una cierta crítica a la domesticidad, pasando por el decolonialismo, la mujer y la casa, la relación familiar, la intimidad. Hemos dialogado en torno a las narrativas de la isla-obra, la isla-producto, la isla-proceso que nunca termina (si siempre hay que venderla, hay que re-hacerla siempre de otra manera, siempre en un proceso)”, explica, e incide en la relevancia de estar ante la visión biográfica de personas muy jóvenes. “Quizás, lo más difícil es configurar un diálogo entre obras de carácter biográfico entre biografías aún tan jóvenes. Pero confluyen: todos tienen formación superior en artes (Bellas Artes o Ilustración) y han vivido lo que conocemos como la diáspora: quien se quiere formar, vive en la Isla y se va para poder hacerlo: ahí se unen quienes no pueden volver, quienes sienten rabia, quienes volvieron”, señala.

De todos los escritores y poetas que desde Lanzarote señalaron las casas, ese primer tejido originario de la historia, ese primer relato, símbolo de todo artista, la voz de Arozarena fue, mucho más allá de Femés, mucho más allá de sus perros que ladran y su cielo, tan intenso, la que mejor se coló en todas las esquinas: “Abrí la ventana./ Vi / latiendo al mundo, /encendido corazón de todos./ Estaba sostenido por los hombres./ Yo solo era en la ventana/ Rafael Arozarena./ Mirad qué poco (…) / Latiendo el mundo, encendido,/ grandioso corazón de todos/ sostenido por nuestros hombros/ para siempre. / Aprendí la palabra/ somos/ ”.

Que desde su ventana el arte, en Lanzarote, siempre recuerde el verbo somos. Como quien se asoma, de puntillas, por no molestar, a un pequeño Traspatio.

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Comentarios

Que texto tan bonito.

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