DIARIO DEL CORONAVIRUS (XVI)

La cama

Saúl García 0 COMENTARIOS 31/03/2020 - 21:17

El escritor Juan Carlos Onetti pasó los últimos doce años de su vida sin apenas salir de su habitación. Sin apenas moverse de la cama. Era un confinamiento voluntario. Tenía un cartel sobre el cabecero de la cama que decía esto: “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche”. Como buen escritor, revestía todas sus decisiones de literatura y decía que en la cama pasaba todo lo importante, aunque su mujer Dorotea Muhr declaró hace un par de años que lo hacía por simple pereza.

Nunca me gustó madrugar. Cuando estudié la carrera había tres turnos: a las 8:00, a las 12:00 y las 16:00. Me planteé el de la tarde pero pensé que iba estar durmiendo toda la mañana, así que me matriculé en el de mediodía. El resultado fue parecido.

No llego a entender a esa gente que dice que si se despierta no puede seguir en la cama. Es un breve y placentero confinamiento. Como ahora, pero un paso más. Resulta que esto tiene un nombre: dysania. Leo la definición de un experto en trastornos del sueño: “La dysania es un estado de conciencia alterado en el que cuesta trabajo despertar a la realidad; es decir, el cuerpo llama a seguir durmiendo, a pesar de que sabes que es hora de levantarse”. Y digo yo: ¿Cómo no va costar trabajo despertar a la realidad? Además, dicen los médicos que hay que hacer caso al cuerpo. Pues hagamos caso al cuerpo.

La cuestión es que una cosa es la vocación y otra la realidad. Mi paternidad, una condición que adquirí hace casi 16 años, destrozó mis ilusiones de llegar a ser algún día como Voltaire, Valle-Inclán o Truman Capote, escritores que escribían en la cama. Me quedé a medias de todo, ni pude vivir tumbado ni ser escritor. Incluso llegué a coger gusto a madrugar.

Habitualmente, pero ahora más, mi ánimo va creciendo con las horas. Me cuesta arrancar, pero me ayuda a empezar bien el día el camino con mi hija al colegio. Hago el mismo camino desde hace once años y últimamente había empezado a aborrecerlo, por eso de la reiteración, pero ahora echo de menos salir y saber a quién voy a encontrarme cada diez metros, con o sin saludo.

Esto de echar de menos lo cotidiano me había recordado una frase que tuvo mi madre puesta en la pared de su casa durante muchos años. Era de Memorial del convento, la novela de José Saramago y decía así: “La casa, si la mujer que en ella está es querida y los hijos amados, tiene el gusto que tiene el pan, no es para todas las horas pero se echa en falta si no se tiene todos los días”.

... pero ahora que la leo no sé si es la más adecuada.

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