PERFILES

Julián de León, una autoridad en Titerroy

Foto: Felipe de la Cruz.
Saúl García 4 COMENTARIOS 16/05/2016 - 06:44

En 1950, el mismo día que  desembarcaba Franco en Lanzarote, Julián de León Tejera (Tiagua, 1933) se embarcaba a Gran Canaria para trabajar en la zafra del tomate, porque en Lanzarote no había trabajo. “Mi vida siempre ha sido trabajar”, dice Julián, que desde hace diez años vive en Playa Blanca y desde hace más de treinta emite sus palabras con dificultad porque le practicaron una traqueotomía.

Julián fue el sexto hijo de un zapatero, el primer varón. Fue “el mantenedor” de la familia porque su padre había fallecido, y gran parte del dinero que ganaba era para su madre y sus hermanas, aunque muchas de ellas también trabajaban.

En Veneguera, en la zafra que duraba seis meses, se trabajaba mucho, se vivía mal, entre animales, y se cobraba 201 pesetas. Allí estuvo ocho años, hasta que sacó el carné de chófer de camión y volvió a su Isla. Trabajó primero en San Bartolomé y en noviembre de 1959 entró en la plantilla del Ayuntamiento de Arrecife, donde se jubilaría en 1998. Lo reclamó Elena Morales, cuando Pepín Ramírez terminaba su mandato y lo empezaba Ginés de la Hoz, el mejor alcalde que ha tenido Arrecife, según Julián.

Al principio estaba a las órdenes de Maestro Manuel, en una cuadrilla de diez o doce personas, en la que estaban también Domingo y Luis Morales; Marcial de Tahíche; Juan, Pedro, Rafael, Jerónimo o Manolo. La memoria la comparte Julián con Nena, su mujer, que apostilla que su marido “estaba nuevo y fuerte”. “Domingo y él trabajaban que daba miedo”, dice.

Trabajó en el Ayuntamiento de Arrecife casi cuarenta años, hizo varias obras que definen la capital moderna y fue el 'factotum' del barrio de Titerroy y del Parque de los Pinos

Le hizo falta esa fuerza porque el trabajo era muy duro. El Ayuntamiento no tenía ni coches ni camiones y había que acarrear todo al hombro o en carretilla. En esos primeros años levantaron la muralla de la Avenida de Arrecife, que entonces “era una vereda por la que no cabía un coche”, y lo hicieron desde “el Casino de los ricos hasta la Peña del camello” y después hacia el otro lado, “hasta donde Lamberti”.

También hicieron los baños de la boca del muelle del Puente de las Bolas, la carretera de la que hoy es la calle Jacinto Borges, rompiendo las piedras con barrenos y con un compresor y cargándolas a pulso, empicharon la calle Tenerife con unos carros de los Rosa tirados con mulos y una máquina que calentaba el piche con leña, y allanaron la calle Ginés de la Hoz porque, de las piedras que había, no se podía ir ni en bici.

Pero la mayor parte de su vida laboral la pasó en Titerroy, el barrio donde vivió, donde tenía múltiples ocupaciones y donde era prácticamente la autoridad, junto con Basilio el guardia. Allí lo destinaron “cuando empezó a hacerse el cementerio de San Román”.

Se encargó, primero, de hacer los hoyos y plantar los pinos del Parque de los Pinos, y después de regarlos y mantenerlos, uno por uno. También se encargaba de destupir las cañerías, con unas vergas que llevaba colgadas a la espalda, de tener a punto la escuela, donde se daba misa antes de que se construyera la Iglesia, de cobrar la recaudación de las casas que eran promociones municipales, y de repartir el agua, el agua salobre que llegaba desde las galerías de Famara hasta el Pilar del agua, y de ahí, a través de un conector con varios grifos, a los cacharros y los baldes de los vecinos.

“Del consultorio a los cuarteles gobernaba yo -dice Julián entre risas- porque más allá ya era terreno del teniente coronel”

“Del consultorio a los cuarteles gobernaba yo -dice Julián entre risas porque más allá ya era terreno del teniente coronel”. Y Nena confirma esa autoridad: “Si unos niños se escapaban de la escuela, como vieran a Julián, era peor que ver al guardia, allí no se fugaba nadie mientras estaba él”. Y la corrobora su hija Tere, que salía beneficiada: “Como era 'medio alcalde' le daban siempre fichas para los coches chocones que ponían en la Plaza de Pío XII”.

El Parque de los Pinos se convirtió en el centro de la vida social del barrio, un barrio con decenas de pequeños comercios que han ido desapareciendo, y después también se convirtió en el centro de una época más dura, asociada a las drogas. “A algunos les decía yo: me voy a Valterra y vuelvo, así que no hagan nada” cuenta Julián, a quien le hicieron la traqueotomía en agosto de 1983 y estuvo a punto de dejar de trabajar, pero al final decidió seguir en Los Pinos.

Trabajó con seis alcaldes y una alcaldesa, que enumera: Ginés de la Hoz, Rogelio Tenorio, Antonio Cabrera, Jaime Teixidor, José María Espino, Cándido Armas y Elisabeth de León. Sólo una vez, dice, tuvo una salida de tono, y porque le quedaban dos meses para jubilarse. En una visita al barrio de las autoridades, alguien dijo que estaba sucio. “Pues manden más gente”, fue la respuesta de Julián, que poco después, cuando se jubiló, le entregaron una placa que pone: “A Julián de León, funcionario y jardinero ejemplar”.

Su nombre para el parque

Hace unos años hubo una iniciativa vecinal para que se pusiera el nombre de Julián de León al Parque de los Pinos, que en realidad se llama Parque Félix Rodríguez de la Fuente. Su hija Tere dice que desde hace años ha venido haciendo esa reclamación a los distintos alcaldes y alcaldesas, sin éxito. En 2010 el Ayuntamiento le hizo un homenaje y aseguraron que le pondrían el nombre de una calle, pero esa iniciativa también ha quedado en el olvido.

Comentarios

BUEN HOMBRE MUY AMIGO DE MI PADRE Y BASTANRES VECES DISFRUTAMOS DE LAS PLAYAS DE PECHIGUERA. BUENOS RECUERDOS. LA PLAZA DEBERIA DE LLEVAR SU NOMBRE.
Si muy buena persona lo conocí en pechiguera buenos tiempos que tenga suerte y le pongan la calle
Si señor. Una persona muy trabajadora. Recuerdo lo de los hierros y que estuvo de guardián en el San Bueno. Allí me agarró de las patas mientras me bajaba de la azotea. Con aquellas manos me meé los pantalones. Cosas de aquellos niños.
Si señor. Una persona muy trabajadora. Recuerdo lo de los hierros y que estuvo de guardián en el San Jurjo. Allí me agarró de las patas mientras me bajaba de la azotea. Con aquellas manos me meé los pantalones. Cosas de aquellos niños.

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