Esta mañana he ido al supermercado. No había salido desde el sábado, con un pequeño paréntesis para bajar la basura (dejé el vidrio para otro día porque hay que dosificarse). La Calle Real está más vacía que un domingo, y ya es decir. Hay algunos comercios que han puesto carteles en la puerta anunciando que sigue la compra on line. Buen intento, pero no hay público para leerlos.  

Me he encontrado a un conocido y nos hemos saludado con el pie. También he hecho una transacción no permitida de pan casero con un amigo. Digo no permitida porque está fuera de la economía reglada, aunque el traspaso del pan se ha hecho en un establecimiento autorizado y con las medidas de seguridad oportunas. Por cierto, está buenísimo (el pan).

Las trabajadoras del súper no están de humor. No me extraña. Por sus condiciones laborales, tienen motivos para no estarlo también durante el resto del año. Ni siquiera las aplaude nadie, y eso que se puede hacer presencialmente. Es como lo de decir “te quiero”, que es más fácil por whatsapp.

Para entrar al súper hay que colocarse guantes. A la mitad de los clientes hay que repetírselo o explicárselo. La mujer que pesa la verdura está rodeada de cajas para que nadie se acerque. A ella misma le hace gracia su situación. Hacía tiempo que no veía tan poca gente en el supermercado. Creo que se debe más a la fiebre consumista del fin de semana que al confinamiento. Cuando acabe esto se van a forrar los gimnasios, los dietistas y los psicólogos.

El lector de productos de la caja se ha atascado y un señor, detrás de mí, se queja de que la cola no avanza. Se lo dice a la cajera. El hombre tenía prisa por encerrarse de nuevo. Esta ya es una interpretación personal. Está claro que el peor confinamiento es el mental. De ese no se sale por decreto del Gobierno.

En la puerta del súper, a la salida, me he parado a hablar con Petrov. Es búlgaro, vive en la calle y duerme en el intercambiador de guaguas. Pide para comer. No llevo monedas porque he leído que es mejor pagar con tarjeta. También depende de la economía no reglada. No le he entendido bien si no le quieren en el comedor social o es él el que no quiere ir. También dice que han cerrado la asociación donde se iba a duchar por la mañana.

Ya de vuelta, en casa, he estado cocinando unas lentejas con los niños. Creo que si pulo un poco la idea y me encargo yo de la selección musical, y no ellos, me puede salir un formato televisivo muy original: algo así como Master chef en casa intergeneracional. El nombre es largo pero ahí dejo la idea, libre de derechos. Hay cadenas que con mucho menos llenan la parrilla.