La fotografía era sinónimo de lujo durante gran parte de sus décadas iniciales, aún más en un espacio tan marginal y pobre como Lanzarote. La mayoría de la población no podía ni plantearse comprar una fotografía. Era un objeto extremadamente caro y técnicamente difícil de conseguir. Por ese motivo, casi todos los retratos que tenemos del siglo XIX son de la pequeña élite insular.

Pocas figuras ejemplifican tan bien las estructuras de poder y de dominación de la época como el protagonista de este retrato: don Leandro de Lara y Arbelo, quien a sus apellidos de rancio abolengo añadió títulos eclesiásticos y militares de primer orden. Además, el que fuera conocido como el “cura Lara”, también fue uno de los mayores terratenientes de su momento (era el propietario del Cortijo de La Geria, por ejemplo) y estuvo rodeado de numerosas controversias y acusaciones de escandalosos abusos, incluso para su época.

Observo la imagen sabiendo del enorme poder del retratado, pero no puedo evitar recrearme en la paradoja que se da entre la solemnidad de su porte y el aspecto un tanto simiesco que desprende toda la figura, como de mono de circo al que obligan a posar con uniforme. El cura Lara pagó una fortuna para quedar retratado para la posteridad como si fuera un coronel de las fuerzas rebeldes del Planeta de los simios. ¿Qué pensaran nuestros tataranietos dentro de 150 años de los relamidos y modernos ‘selfies’ que nos sacamos hoy en día?