REPORTAJE

El imperativo de José Saramago

Fotos: De la Cruz.
M.J. Tabar 4 COMENTARIOS 08/11/2014 - 07:56

El escritor José Saramago reivindicó el derecho a la disidencia y a la herejía. Pidió, sin vocativo, que perdiésemos la paciencia. Que no permitiéramos el engaño y despreciáramos a quienes lo practican a diario. La trayectoria literaria del Nobel portugués termina con Alabardas, una novela póstuma que no pudo concluir, pero para la que dejó escrito un vigoroso imperativo final: “Vete a la mierda”.

“La llegada a Lanzarote influenció de alguna forma su estilo”, cuenta la periodista Pilar del Río, en el jardín de su casa de Tías, la víspera de la presentación de Alabardas en la isla donde fue concebida la novela. Desde su asiento se vería el océano, si no fuera porque la vegetación ha crecido tanto que oculta el perfil majorero del horizonte. “El contacto con la isla le hizo llegar al corazón de la piedra”, dice en referencia a La estatua y la piedra. En sus dos últimas novelas, “va directamente a lo esencial”.

Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas (Alfaguara, 2014) es una novela inconclusa, integrada por tres capítulos que el lector saramaguiano, y cualquier otro, devorarán con rapidez. La historia está protagonizada por Artur Paz, un tipo cualquiera, encarrilado por las normas, descrito con más ironía y mayor precisión que en las anteriores obras del escritor portugués.

“José siempre ha reflexionado sobre el poder y la responsabilidad. Y ahora concreta muchísimo más. Habla de cómo no asumimos la responsabilidad que tenemos y que por eso pasa lo que pasa”. Pasa la corrupción, las guerras, la desertificación, las enfermedades que se inoculan, los desaparecidos que no se investigan, etcétera, un etcétera muy largo.

“Los ciudadanos son las víctimas, pero si tuviéramos otra actitud nada de esto pasaría”, dice la esposa de Saramago y traductora de su obra. Nunca avanzaba el hilo argumental de sus libros, pero Saramago hizo una excepción con Alabardas. Durante la presentación de Caín explicó que estaba trabajando en una novela que intentaba responder una pregunta: “¿Por qué no hay huelgas en la industria armamentística?”.

La chispa que desencadenó su última obra fue un hecho real: un empleado (probablemente de la fábrica de armas Braço de Prata, que hoy es un centro cívico cultural) saboteó un proyectil destinado a explotar en el frente de Badajoz durante la Guerra Civil española. Cayó, se partió en dos pero no explotó. En su interior encontraron un mensaje escrito en portugués: “Está bomba nunca reventará”.

El poeta y ensayista Fernando Gómez Aguilera y el escritor Roberto Saviano firman los textos que acompañan los tres capítulos de la novela, ilustrada por Günter Grass, con grabados que ya acompañaron las letras de Años perros. “Alabardas es una novela abordada desde el vigor ciudadano”, dice el director de la Fundación César Manrique, muy cercano al fallecido José Saramago. Su última novela no tiene que sorprendernos. El escritor ya lo advirtió cuando la enfermedad empezó a mellar su rutina: “Yo no voy a desistir. La vida que me quede la usaré para ensanchar la acción pública de mi trabajo”.

Los editores, reunidos en Lanzarote poco después del fallecimiento del escritor, valoraron la obra. Las páginas escritas estaban terminadas. Pilar las leía y las comentaba con su autor cada noche. “No buscamos el inmediato boom comercial, queríamos que el libro fuera un hecho moral, un mazazo sobre las conciencias de los lectores”, explica.

Mientras los 22 folios permanecieron en el despacho del escritor -cuenta Pilar- “parecía que pudieran continuarse en cualquier momento”. La conciencia de lo irremediable y definitivo de la muerte llegó cuando el material fue entregado a los editores.

Pilar Reyes, directora de la editorial Alfaguara, es rotunda: “Aquí se puede leer el mejor Saramago”. Un hombre con una capacidad de convocatoria tal que llenaba teatros y dejaba gente fuera, aporreando la puerta. “No he visto nunca un escritor que despertara tanta pasión en los lectores”, dijo Reyes. El entusiasmo era quizás directamente proporcional a la incomodidad que generaba entre algunas autoridades y en algunos postines.

Saramago se obsesionó con el error humano y quiso averiguar por qué somos capaces de convivir con la vileza “sin hacernos muchas preguntas”

Tras el genocidio de la Segunda Guerra Mundial cundió una actitud política de encogimiento de hombros, un inaudito “no sabíamos nada”, que indignaba a Saramago y que sigue repitiéndose hoy. La fórmula siempre es la misma: delito, negación, silencio, impunidad.

“Es la primera vez que tenemos la tecnología y el conocimiento suficiente para terminar con el hambre en el mundo”, apunta Pilar del Río. A pesar de este histórico momento de inflexión, la ciudadanía no termina de reaccionar. El Nobel solía decir que son tres las plagas que hoy sufre la humanidad: el miedo (“mejor malo conocido”), la indiferencia (“ande yo caliente…”) y la resignación (“no podemos hacer nada, la vida es así”). Ante este percal, él apelaba a la responsabilidad personal y denunciaba los oídos sordos.

El “vigor ciudadano” del escritor aumentó con los años, recordó Fernando Gómez Aguilera en la presentación de la novela en la Fundación César Manrique. En las notas de trabajo que Saramago escribía en su ordenador dejó una cosa clara: el final de Alabardas sería un rotundo y claro “vete a la mierda”. Un imperativo dedicado a un personaje y a la civilización en la que vive.

“La tasa Tobin podía haber terminado con la pobreza. Pero, ¿hemos visto manifestaciones pidiéndola? No. A veces sólo protestamos cuando algo nos afecta el bolsillo”, opina Pilar del Río, en A Casa. El mensaje se repite al día siguiente, en Taro de Tahiche: “Sostenemos con nuestra complicidad o nuestra indiferencia un sistema profundamente injusto con la humanidad”, dice Aguilera.

Saramago se obsesionó con el error humano y quiso averiguar por qué somos capaces de convivir con la vileza “sin hacernos muchas preguntas”. Falleció en 2010 sin haber encontrado la respuesta, pero dejando un alegato que ya ha generado muchas saludables preguntas.

Comentarios

Me encantan las obras de Saramago y me gustaba el, como escritor y como persona por ser fiel ( al menos lo que yo he podido leer) a sus principios. Lo que no soporto es toda la parafernalia que se organiza y gira, tras su muerte , alrededor de su nombre, puro negocio. Lo mismo que ha pasado con César Manrique. Los grandes no necesitan corte; los grandes lo han sido, lo son y lo serán por sus obras.
Sin comentarios. Fdo. Marina Castaño
Sin tal vez, Saramago nos enseña tanto es sus obras, nos acompaña, nos acaricia, que no tenemos la capacidad de aprehenderlo, en una sola lectura. Voy a buscarlo cuando la soledad me derrumba y siempre me habla, me oye, me entiende. Como ya no me regalan más "Saramagos" para mi cumpleaños (quienes no me entienden) clamo por encontrar quien me preste los libros que aún no he leído. Habrá en Uruguay, algún grupo de "saramaguianos "? No lo he encontrado.Compartiendo el amor por las letras de Saramago, les saludo. Ana
A obra de José Saramago é para além do TEMPO. Os pronunciamentos, as entrevistas, as conferências, mostram a incrível capacidade de VER o mundo com LUCIDEZ. Homem que foi coerente sempre. Gracias, Saramago.

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