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El 86% de las aves muertas por tendidos eléctricos en Lanzarote no son detectadas

Un estudio, publicado en la revista científica ‘Ardeola’ ha proporcionado factores de corrección para obtener estimas no sesgadas de las tasas de mortalidad de aves

Diario de Lanzarote 0 COMENTARIOS 08/10/2020 - 10:53

Un estudio, publicado en la revista científica Ardeola, realizado en líneas eléctricas de Lanzarote y Fuerteventura, arrojó una probabilidad general de detección de cadáveres de solo el 0,134, lo que significa que alrededor del 86,6% de los ejemplares muertos por colisión no son detectados.

La investigación analiza también los sesgos que subestiman el índice de mortalidad por colisión y electrocución de aves en tendidos eléctricos y aporta distintos factores de corrección para dichos errores de cálculo. También determina una distancia recomendada de 27 m desde el tendido para realizar los rastreos de aves comisionadas.

La cuantificación de los índices de colisión de aves con infraestructuras humanas se basa, comúnmente, en el recuento de cadáveres, pero ¿acaso esta aproximación produce estimas precisas de los índices de colisión de las aves?, ¿se detectan todos los cadáveres presentes en el campo?, ¿cuántos cadáveres desaparecen debido a la depredación por animales carroñeros?, ¿son todos los cadáveres igualmente detectables pasado un tiempo tras la colisión?

Todas estas cuestiones generan una preocupación con respecto a la precisión de las estimas de las tasas de colisión de aves basadas en el recuento de cadáveres, ya que se sospecha que infravaloran los índices reales de mortalidad. Esto es debido a tres fuentes principales de sesgo: la desaparición de ejemplares muertos por descomposición o eliminación por carroñeros, la detección imperfecta; y la caída de cadáveres fuera de la zona de rastreo.

Con el fin de obtener una correcta cuantificación de esta mortalidad, un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC y de GREFA han publicado en Ardeola (la revista científica de SEO/BirdLife) un estudio que analiza a fondo todas estas fuentes de sesgo, centrando su trabajo en líneas eléctricas de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. La importancia del estudio radica en que ha proporcionado factores de corrección para obtener estimas no sesgadas de las tasas de mortalidad de aves.

 “El primer hallazgo de nuestro estudio fue que las tasas de persistencia de los cadáveres disminuyeron con el tiempo transcurrido desde la colocación de los mismos, y esta disminución fue mayor en aves de tamaño pequeño. A partir de un experimento que consistió en la colocación de cadáveres en el campo y de su seguimiento en distintos días después de su colocación, observamos que solo el 2% de las aves muy pequeñas (polluelos de pollo doméstico empleados en el experimento) permanecieron 30 días después de la colocación, mientras que esta proporción aumentó hasta un 50% y un 80% para las aves de tamaño mediano (paloma doméstica) y grandes aves (pollos domésticos), respectivamente”, declara Julia Gómez-Catasús, autora principal del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Global (CIBC-UAM) y el Grupo de Ecología Terrestre (TEG-UAM) de la Universidad Autónoma de Madrid.

Por otro lado, la probabilidad general de detección de cadáveres fue de 0,134, lo que significa que únicamente el 13,4% de los ejemplares muertos por colisión fueron detectados, mientras que el 86,6% de los cadáveres pasaron inadvertidos. Asimismo, los autores determinaron que la detectabilidad de los cadáveres dependía también del hábitat, disminuyendo en áreas rocosas y pedregosas donde el rastreador requiere más atención al caminar y disminuye la agudeza de la búsqueda de ejemplares muertos. Además, esta probabilidad de detección fue también menor para aves de pequeño tamaño y para restos más viejos (en un estado de descomposición-fragmentación más alto).

“Este resultado sugiere un efecto conjunto entre la masa corporal y el estado de descomposición del cadáver o tiempo transcurrido desde la colisión, ya que, por ejemplo, un ave grande como un cuervo común puede ser menos detectable varios meses después de la colisión que una muerte reciente de un ave más pequeña, como una tórtola turca”, matiza la investigadora.

Otro asunto crucial es la información obtenida (hasta ahora escasa) sobre los patrones de dispersión de cadáveres alrededor de las líneas eléctricas.“En este sentido, un hallazgo importante del estudio ha sido que las aves grandes se encuentran más cerca de la línea que las aves pequeñas, y ambas tienden a caer más lejos en líneas eléctricas más altas. Por lo tanto, la franja de muestreo debe definirse de acuerdo con la altura del tendido eléctrico, ya que las líneas más altas requieren áreas de búsqueda más amplias”, subraya Gómez-Catasús.

Equilibrio coste-beneficio

Por otro lado, los autores evaluaron los patrones de dispersión de los cadáveres junto con la rentabilidad de búsqueda de los mismos, lo que les permitió identificar un umbral de distancia de 27 m en el que la rentabilidad de la búsqueda de los ejemplares colisionados alcanzó su máximo, considerando los costos de tiempo-esfuerzo y la cantidad de aves muertas registradas.

Por último, combinando la información del patrón de dispersión de los cadáveres alrededor de las líneas eléctricas y sus detectabilidades, se realizaron varias simulaciones para conocer las proporciones teóricas de los ejemplares muertos detectados en diferentes escenarios de muestreo con uno, dos o tres investigadores. Los resultados muestran que solo el 42,6% de los cadáveres de aves grandes (p. ej. más grandes que un alcaraván común) se detectan con un solo observador, mientras que el 68,0% y el 82,2% se encuentran con dos y tres observadores, respectivamente. Estos porcentajes disminuyen para las aves de tamaño pequeño (p. ej. la terrera marismeña), detectando el 9,8%, 18,8% y 27,2% de los cadáveres para uno, dos y tres observadores, respectivamente.

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