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¿Los últimos curanderos de Lanzarote?

Orlando aprendió a sanar de su abuela y Josefa, de su madre. Son herederos de una tradición milenaria que aún perdura en la Isla, pero que está en vías de extinción

Isabel Lusarreta 0 COMENTARIOS 25/09/2025 - 07:14

Cuando Orlando Hernández contó que iba a participar en un coloquio sobre curanderas canarias, dejó a más de un amigo y compañero sorprendido. Conocido en la Isla como presidente de la Asociación Cultural Pueblo Maho, muchos ignoraban su otra faceta. “No llevo un cartel en la espalda diciendo que soy curandero. Si sale la conversación lo comento, pero no voy pregonándolo”, confiesa.

Él aprendió de su abuela, que era curandera también, especializada en males de estómago. “Me curó muchísimas veces, y también a mis primos, a mis hermanos, a mis tíos... Yo era curioso con esas cosas y siempre estaba presente, observando”, recuerda. Desde niño, empezó a pedirle que le enseñara, pero siempre escuchaba la misma contestación: “No, que eres muy pequeño”. Finalmente, cuando ya tenía 13 o 14 años, la respuesta de su abuela cambió.

“Me dijo que le enseñara las manos y lo primero que hizo fue tocármelas. Decía que sin eso, da igual el empeño que se ponga. Te pueden enseñar la técnica, cómo se da el masaje, cómo se cura o cómo se coloca la tripa, pero hay algo que tienes que tener en las manos. Yo lo llamo calor”, explica.

Josefa Acosta, veterana curandera de la Isla, mira sus propias manos y asiente. Ella trata distintas dolencias, desde problemas de estómago hasta mal de ojo, y es una de las protagonistas del documental Curanderas, tradiciones de sanación, que se presentó el pasado 14 de agosto en El Almacén.

La directora, Beatriz Chinea, recogió testimonios de mujeres de todas las islas -como Josefa en Lanzarote o Conchita en La Graciosa-, que han mantenido este legado. Su objetivo era visibilizarlas y poner en valor el papel que han desempeñado las curanderas, las santiguadoras, las yerberas y las parteras, especialmente en los tiempos más difíciles, “cuando no había médicos en Canarias o eran un privilegio al alcance de muy pocos”.

Los inicios de Orlando

Tradicionalmente han sido y siguen siendo en su mayoría mujeres, que son las que aparecen en el documental, pero también hay hombres. En Lanzarote, Orlando Hernández es uno de esos curanderos, aunque solo trata a familiares y a algunos amigos. “Cuando empecé no te vas a poner a curar, para empezar porque la gente no confía en un niño, y después me llegó la adolescencia, las novias, el cuartel, el trabajo... Lo fui dejando un poco de lado, pero siempre he intentado curar”, precisa.

No recuerda con certeza cuál fue la primera vez que puso en práctica las enseñanzas de su abuela, pero el primer recuerdo que se le viene a la mente fue con la que después sería su mujer. En ese momento eran novios y al ir a buscarla un día a casa, su madre le dijo que no podía salir, “porque estaba mala con dolores de barriga”.

“No llevo un cartel en la espalda diciendo que soy curandero, no voy pregonándolo”

Él pidió verla, subió a su habitación, la encontró “doblada y retorcida de dolor” a causa de la menstruación, y repitió lo que tantas veces había visto hacer: “Cogí un poquito de aceite, como hacía mi abuela, lo más caliente que puedas aguantar, y empecé a darle el masaje, hasta que acabó aliviándola”.

Después lo repitió con ella en muchas ocasiones durante años, incluyendo cuando nacieron sus dos hijos, para quitarle “el dolor de entuerto”, que son contracciones uterinas que en ocasiones se producen después del parto. Más tarde lo hizo con sus hijos, “cuando tenían dolores de barriga”, y con otros familiares o amigos; pero siempre dentro de su círculo cercano.

La última vez fue hace solo unas semanas, con su hermano, que tenía dolor de estómago y le costaba comer: “El médico le dijo que eso no tenía cura y solo le dio unas pastillas para el ácido, pero yo le dije que eso era un daño por los nervios o por estrés, y que se lo podía aliviar. En una sola sesión, se le quitó el nudo del estómago y quedó comiendo”.

En su caso, lo primero que hace es analizar los síntomas y al paciente, y determinar si es algo en lo que él puede intervenir o si la persona debe acudir al médico. “Normalmente, incluso antes de tocar me da una sensación de si es o no es para mí, si yo lo puedo curar”. Después, llega el momento de las manos: “Es el tacto, el sentir, el tocar, el ver cómo está esa tripa en ese momento y la sensación que te da de que hay algo irregular que hay que recolocar en su sitio”.

Los secretos de Josefa

Josefa aprendió de su madre, que también curaba, y ella empezó “desde chiquitita”. “Viene gente que se encuentra mal y me dice: Mírame a ver si tengo mal de ojo”. En ocasiones concluye que es así, pero otras no. “Entonces le miro el estómago, la cabeza... El sol de la cabeza también lo quito”, explica.

El historiador Pedro Carreño, que también participa en el documental e intervino en el coloquio posterior a su presentación en Lanzarote, ha vivido esa experiencia en carne propia: “Fui muchas veces a que me quitaran el sol y yo no sé si es psicológico, si es verdad o mentira, pero sí puedo asegurar que a mí se me quitaba el dolor de cabeza”.

“Hay que visibilizar su legado”, afirma la directora de “Curanderas, tradiciones de sanación”

La técnica, la explica otra curandera en el documental: “Se pone una toalla en la cabeza y encima un vaso lleno de agua y tienes que mirar para el sol. Si tienes sol en la cabeza, el agua salta dentro del vaso, sale una burbuja, y se va. Salen curados, pero tienes que venir tres veces a sacarte el sol”.

Josefa también tiene “un truco” con un vaso de agua, aunque ese lo aplica para los dolores de estómago. “Les digo que esperen en la camita que voy a buscar una servilleta, y cuando vuelvo llevo detrás un vasito de agua pequeño y se lo tiro”, cuenta sonriendo con picardía. Con eso, a través del sobresalto, consigue que se “recoloque” lo que está fuera de su sitio. Y aunque se ha llevado algún grito y hasta algún insulto, asegura que funciona.

Otras veces, como le ocurre a Orlando, se encuentra con patologías que no puede tratar. Cuenta que recientemente una mujer acudió con dolores y cuando trataba de curarla, sintió que lo que tenía era una hernia de hiato y la derivó al médico, que confirmó el diagnóstico. También se ha enfrentado más de una vez a “niñas embarazadas”, que acudían pidiendo ayuda para abortar, por miedo a la reacción de sus padres. En esos casos, lo que hacía era ofrecerse a mediar: “Hoy en día hay un niño que tiene 18 años que está ahí por mis consejos. Llamé a su madre, hablé con ella y está ahí”.

El papel de los rezados

Para Josefa, como para la mayoría de las curanderas, los rezados forman parte del ritual, tanto para sanar como para protegerse, especialmente cuando trata el mal de ojo: “Cuando se cura siempre se dice: De ti lo quito, de mí lo aparto, con la palabra del Espíritu Santo. Se dice siete veces para que no se te pegue a ti, porque si no más mala te pones”. Aun así, cuenta que se ha llegado a acostar “hasta tres días seguidos con dolor de cabeza” después de tratar un mal de ojo.

Orlando, sin embargo, no utiliza oraciones. Él solo aplica un masaje “que se tiene que dar de una forma concreta”, en función de lo que esté provocando el dolor, pero recuerda que su abuela sí lo combinaba con el rezado. “En su día le pregunté qué era lo que murmuraba mientras curaba, porque la escuchaba pero no entendía lo que estaba diciendo, y entonces me largó el rezado completo”. Su siguiente pregunta fue si eso servía para algo, y la respuesta de su abuela aún le despierta una sonrisa: “No, esto es para yo entretenerme mientras estoy dando el masaje”.

“Te pueden enseñar la técnica, pero hay algo que tienes que tener en las manos”

No obstante, aunque él no lo emplea, sí cree que ese murmullo de la oración puede tener un efecto positivo: “Es como un mantra, como un guineo, como hacían los tambores en su día o como hacen todavía en algunas tribus de África y de Sudamérica, que lo usan como una forma de entrar en trance”. En cuanto a los rezos religiosos, cree que hay que ponerlos en su contexto histórico: “Empezaron cuando la Inquisición se puso dura con todo este tipo de historias, que te acusaban de brujería y ya era tortura y muerte sí o sí. Entonces lo que hicieron fue incorporar el rezo cristiano a lo que realmente cura, que es el masaje o las hierbas”.

No obstante, sí cree que para una persona creyente, ese rezo puede contribuir a la curación, porque la fe también puede transformarse en energía positiva. “Mi abuela solo enseñó a dos personas, a mi tía y a mí, y ella sí se sabe el rezado y cuando cura lo utiliza, porque es una persona religiosa”.

De hecho, si en algo cree Orlando es en la energía, y a ella achaca también el mal de ojo: “Las personas somos energía pura transformada en materia, somos pilas andantes, y se puede hacer mal con la energía, por supuesto. Si tienes una mala energía, la puedes transmitir a otra persona. Científicamente está comprobado que es así. Y si tienes un exceso de energía positiva, aunque sea buena, también puedes hacer daño”.

Presentación de ‘Curanderas, tradiciones de sanación’, en El Almacén.

Sin relevo

Orlando Hernández pertenece a la familia de los aguaresíos del Charco y cuenta que su abuelo Domingo, aunque no fue quien le enseñó, también era curandero. Eran tiempos en los que solía haber más de uno en cada pueblo, pero en las últimas décadas se ha ido perdiendo.

 “Llegó un punto en que la sociedad se hizo muy escéptica, pero hoy la gente está tirando otra vez más por la homeopatía, por las curaciones naturales y por las hierbas, porque está harta de pastillas. Cuando vas al médico lo primero que hace es mandarte pastillas para todo, que te causan daños por otro lado”, cuestiona. Por eso cree que ahora “se está redescubriendo lo que llevan miles de años haciendo los curanderos, los brujos, los hechiceros y los chamanes en tribus de todo el mundo”.

Josefa ha pasado “hasta tres días con dolor de cabeza” tras tratar un mal de ojo

La directora del documental, Beatriz Chinea, inició este proyecto para visibilizar esta tradición que se está perdiendo, aunque también afirma que encontró más gente joven interesada de lo que esperaba. Sin embargo, Orlando cree que los curanderos y curanderas terminarán desapareciendo.

En su caso, de momento, las enseñanzas de su abuela no van a tener continuidad. “No sé si a lo mejor las bisnietas o los bisnietos, pero mis hijos son de otra generación y ya nada. El mayor tiene 30 años y el más chico tiene 26 y ya están perdidos”, bromea. Y lo mismo le ocurre a Josefa. Sus hijas no han seguido sus pasos y la única remota esperanza está en una nieta, que “a veces se interesa un poquito”. Ella ha dedicado toda su vida a curar, pero una curandera no puede sanarse a sí misma: “Siempre les digo: Yo las curo a todas ustedes, a sus hijos, a sus nietos y a todos, pero nadie me cura a mí cuando estoy mala. Ninguno”.

De Guatiza a Argana: historias de sanación

Las noches de luna llena, la casa de Guadalupe en Guatiza se llenaba de gente, porque esos días había “una curación especial”. Vecinos de toda la Isla también acudían al mismo pueblo para ser atendidos por Lita, o recurrían “al viejito de Guatiza” para que les curara una torcedura, imponiéndoles un algodón bañado en alcohol.

Casi todos los pueblos contaban con curanderas o curanderos que, de forma altruista, resolvían distintas dolencias, según su especialidad. En Argana, Orlando Hernández recuerda a Juan, que “te pegaba cuatro tirones y cuatro retorceduras, gritabas como un cochino cuando lo están matando, pero salías caminando de allí”. Incluso cuentan que había quien conseguía hacer desaparecer las verrugas, contándolas y anotando el número en un papel, y en Máguez una mujer quitó los dolores de un quiste sinovial “escupiendo” sobre la mano. Estos y otros testimonios fueron compartidos por el público durante la presentación del documental ‘Curanderas canarias, tradiciones de sanación’, financiado por la Dirección General de Patrimonio Cultural de Canarias, con el objetivo de reconocer su aportación tanto a la salud de los canarios como al patrimonio inmaterial de las Islas. Y es que tal como subrayaron durante el acto, “buena parte de la medicina científica actual nace del hallazgo y del uso milenario de las plantas medicinales”, como la manzanilla, el pasote, el apio, la salvia, el eucalipto o el amor seco, “muy buena para tomar en infusión cuando hay resfriados”.

Días antes del acto ya se habían agotado las entradas, y la edad media del público hizo que afloraran muchos testimonios. Como el de un hombre que fue voluntario de Cruz Roja: “A principios de los 80 nos llamaron un día porque había un accidente con cuatro heridos y al llegar contamos solo tres, nos faltaba el cuarto”. Después de buscar sin éxito, se resolvió el misterio: un coche particular había pasado antes por allí y se había llevado al cuarto herido, pero no al hospital sino a una curandera, que lo acabó derivando al centro sanitario. Un relato similar compartió otra mujer: “Con seis años me caí de un primer piso y mi padre primero me llevó a un curandero”. Son historias que reflejan la fe que se tenía en esa “medicina” alternativa, que en otros tiempos fue la única que había. Hoy, la mayoría de las personas que siguen ejerciendo tienen ya una edad avanzada, pero algunas hasta atienden por teléfono a pacientes de otras islas o de fuera de Canarias, porque cada vez es más difícil encontrarlas.

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