1 COMENTARIOS 30/04/2023 - 08:22

Cada cierto tiempo se vuelve a hablar de la cal. En medio de la decadencia en la que ha estado enmarcada esta industria durante las últimas décadas, en Fuerteventura y Lanzarote se han hecho algunos esfuerzos puntuales por rescatarla del olvido: restauraciones de hornos, publicación de pequeños estudios o incluso se habilitó una ruta interpretada en el entorno de Teguise que lamentablemente no prosperó.

Recientemente, en Fuerteventura se ultima un nuevo esfuerzo, con la apertura, tras varios intentos anteriores, de un centro de interpretación en el barrio capitalino de El Charco y la promoción de nuevos expedientes de Bienes de Interés Cultural en esta isla. Los históricos hornos de Los Pozos y El Charco, ambos en Puerto del Rosario, son los afortunados, aunque en realidad hay centenares más por la geografía de Fuerteventura y Lanzarote, las islas caleras por excelencia de Canarias.

Hasta la invención y popularización del cemento, la cal fue un elemento esencial de la construcción, articulando toda una red de influencias que fue especialmente significativa en las islas más orientales de Canarias. La clave de esta relevancia en Fuerteventura y Lanzarote estaba en su geología, ya que son ínsulas muy provistas de distintos tipos de rocas calcárea o caliche, como también se la ha conocido popularmente.

Además, en islas áridas como Lanzarote o Fuerteventura, donde la población ha tenido que ingeniárselas de mil maneras ante la falta de recursos, la abundancia de un elemento como la cal, que no depende de las escasas lluvias, suponía una relevante opción económica. Desde poco después del establecimiento castellano en Canarias está testimoniada la explotación y el comercio de cal desde Fuerteventura y Lanzarote, ya que para estas islas significaba una oportunidad para intercambiar con otros productos básicos de los que carecían, pero que sí estaban presentes en Tenerife, La Palma, Gran Canaria o Madeira.

En el peculiar sistema comercial insular, a Lanzarote y Fuerteventura, conocidas como “el granero de Canarias”, llegaban barcos cargados de madera, vino o azúcar que a la vuelta hacia las islas más verdes se solían llevar cereales, cal y otros materiales.

Calera de Argana Baja. Foto: Diario de Lanzarote.

Hornos

Tras su extracción desde alguna veta o cantera, la piedra de cal necesita ser quemada, calcinada, para luego poder usarse o exportarse. La calcinación se hacía de diversas maneras, dejando huellas arquitectónicas que han tenido distintas denominaciones y tipologías.

Junto a los cereales, la cal fue uno de los grandes productos de exportación

Por un lado estaban los hornos de cal caseros, aunque tanto en Fuerteventura como en Lanzarote también se llamaba caleras a esas pequeñas construcciones que debían ser parcialmente desmontadas tras la quema, la cual se realizaba usando leña de aulagas, matorrales o tabaibas.

Más tarde aparecieron los hornos industriales o continuos, llamados así porque el fuego podía prolongarse durante mucho tiempo. Tenían estructuras más grandes y permanentes, y ya se alimentaban por carbón. Las plantas y alzados de estos hornos son bastantes variados, pero suelen ser redondos o cuadrados, ganando elevación mediante varios cuerpos superpuestos, llegando a alcanzar hasta los 12 metros de altura en algunas ocasiones. Tenían una parrilla interna y muros o contrafuertes de gran anchura. La piedra se cargaba por arriba, mientras la cal viva se recogía por la boca inferior.

Los hornos de cal estaban por casi todos los rincones de estas islas, aunque muchos se colocaron especialmente cerca de la costa para favorecer su exportación. De hecho, hubo caminos y embarcaderos especializados en la cal. A Puerto Cabras, por ejemplo, se le llegó a conocer como el “Puerto de la Cal” y uno de los grandes embarcaderos históricos de Lanzarote fue el puerto real de Janubio, que fue sepultado durante las erupciones de Timanfaya y que basó gran parte de su esplendor en la cal.

En toda Fuerteventura se han censado oficialmente más de 300 hornos, mientras en Lanzarote, el inspector de patrimonio del Cabildo, Ricardo Cabrera, también estima en más de 300 los de esta isla.

No obstante, la obtención de cal no era sencilla: los caleros o jornaleros necesitaban cargar la piedra primero, transportarla, preparar los hornos con barro y el material a quemar (“armar la calera”), para luego estar pendientes o alimentando el fuego durante varios días. Y antes de los hornos industriales con carbón también debían recoger abundante leña. Se sabía que la cal estaba lista cuando salía humo blanco o de tonos azulados.

La cal tuvo su principal destino en la arquitectura aunque también se empleaba para otras funciones, como para depurar el agua en aljibes y maretas, para evitar epidemias al echarse sobre cadáveres e incluso para usos agrícolas.

El legado de esta industria también se aprecia en el paisaje, con canteras y el característico color blanco de las construcciones en muchos pueblos de ambas islas. La cal ha llegado incluso a distintos aspectos de nuestro lenguaje, con rastros en expresiones populares: “cerrado a cal y canto”, toponimia: “Bajo de la Calera” en La Oliva o “Playa de la Cantería” en Órzola, e incluso hay autores que apuntan al apellido Calero como otro ejemplo de su influencia.

Hornos de nueva restauración en El Charco, en Puerto del Rosario. Foto: Carlos de Saá.

Arquitectura

Aunque la cal ha dejado huella por muchos lugares, su gran herencia ha estado en la arquitectura. Existen construcciones en distintos lugares del planeta con varios miles de años donde ya se usó cal, pero más que su durabilidad y versatilidad, el gran empleo que tuvo en Fuerteventura y Lanzarote se debió al fácil acceso que tenía en estas islas.

La decadencia de las caleras llegó con la importación de cemento

En el archipiélago se usó sobre todo para la confección de morteros, para enfoscados y blanqueo de las viviendas (el famoso “encalado”) y también para obras hidráulicas básicas como los aljibes o maretas. Casi todas las tipologías de la arquitectura tradicional de estas islas han tenido vinculación con la cal, destacando especialmente las grandes casonas de las familias más pudientes, las obras más destacadas de la arquitectura civil o la religiosa (ermitas, iglesias, etc.) porque podían permitirse la cal en todas sus funcionalidades.

Tras varios siglos de exportación y con especial auge en el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, la industria calera local empezó una rápida desaparición a partir de los años 60 y 70, por la importación masiva de cemento.

Aunque no hay ninguno declarado Bien de Interés Cultural, BIC, los hornos que mejor se conservan en Lanzarote son los de Chimida en Teguise, que fueron restaurados en los años 90, y también se pueden ver buenos ejemplos en Janubio, una zona de especial preponderancia.

Junto a los nombrados al inicio de este texto, en Fuerteventura destacan los ejemplos del Ecomuseo de La Alcogida en Tefía y los hornos de cal de La Guirra, en Caleta de Fuste, que “fueron declarados Bien de Interés Cultural con categoría de monumento en 1999, o los hornos de cal de El Tostón, en El Cotillo, declarados BIC con categoría de sitio etnológico en 2019”, según cuenta Álvaro Falcón Saavedra en Las huellas de la cal en la isla de Fuerteventura, Trabajo Fin de Grado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid de la Universidad Politécnica de Madrid, 2022.

El siglo XXI ha traído buenas noticias para la cal, aunque no han tenido repercusión en las caleras locales en desuso. Las propias condiciones de este material, más las urgencias medioambientales y otras lógicas han ayudado a mantener e incluso rescatar este material. En bioconstrucción o construcción con parámetros más ecológicos se promueve mucho su uso, así como en trabajos de restauración de arquitectura tradicional.

Sus cualidades en cuanto a durabilidad, transpiración y facilidad de manejo siempre la han hecho más aconsejable, pero es que además su sencillo proceso de producción deja mucha menos huella medioambiental que el cemento. La cal, que es biodegradable, no solo tiene menos aditivos sino que también es más fácilmente reutilizable y reciclable.

Además, se sigue usando para fines agrícolas y de tratamientos de aguas, con las mismas ventajas de menor impacto medioambiental. La última posibilidad de un material tan natural y versátil como la cal puede que sea su reconversión hacia usos turísticos y culturales. En zonas altamente turistificadas, como son Fuerteventura y Lanzarote, está por ver si alguno de sus antiguos y estéticos hornos puede pasar de ser ruina a transformarse en espacio de interés patrimonial y turístico, con una nueva función de divulgación histórica.

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