REPORTAJE

Vacaciones solidarias en un campo de refugiados

Imágenes del campo de refugiados en Atenas cedidas para este reportaje.
Saúl García 0 COMENTARIOS 04/09/2016 - 09:01

Fue por una foto en la que aparecía una persona que desembarcaba de una zodiac con una niña en cada brazo. Huían de la guerra en Siria. A partir de ahí, la solidaridad, que “nació de un cabreo profundo”, se puso en marcha. La iniciativa se llama 'Empezando por aquí', y no es una ONG, ni una asociación. Es una respuesta espontánea a un problema. En sólo unas semanas, en Lanzarote se recogieron más de ocho mil kilos de comida y otros diez mil de otros enseres: ropa, tiendas de campaña, sacos, juguetes...

El destino del material es Grecia, donde se levantan varios campamentos de refugiados, pero los dos contenedores aún no han llegado. Uno de ellos está en el Muelle de Las Palmas y otro en el Complejo agroindustrial. Después de lograr que el Cabildo y los siete ayuntamientos de la Isla sufragaran los casi 7.000 euros del traslado, ahora la consignataria pide más dinero “y entonces, por el sobrecoste, las instituciones tienen que iniciar de nuevo el procedimiento, y todo se retrasa”, dice Alberto Vilar, uno de los impulsores de la iniciativa.

Los que sí llegaron a Grecia, y volvieron, fueron ellos. Querían llegar junto con el material para repartirlo pero fue imposible. Alberto, Joanata Pérez, Gara Rodríguez y Marga Azkorra: una pedagoga, una psicóloga, una veterinaria “y un zoquete”, dice Alberto, que trabaja en la hostelería. Esas fueron sus vacaciones. Alquilaron un piso y un coche en Atenas y se presentaron en un campo de refugiados en el puerto de El Pireo, que aloja a 1.900 personas: sirios, afganos, kurdos o pakistaníes, que conviven a duras penas por sus diferencias históricas.

Un grupo de lanzaroteños, que impulsó una iniciativa para llevar material humanitario a los campos de refugiados en Grecia, dedica sus vacaciones a trabajar en esos campos

“Esto te hace ver los árboles y no el bosque, porque hay gente que lleva cinco siglos en guerra -dice Alberto-, y es raro que no ocurran más cosas”. Lo que todos tienen en común es que huyen del horror. Han tardado un año, seis meses, por tierra o por mar, desde Lesbos o desde cualquier otro sitio... Hay familias enteras que han sido víctimas de todos los bandos: del ISIS, o del Gobierno sirio, o de los bombardeos rusos y franceses. En el campamento apenas hay niños solos porque los acogen pero sí hay adolescentes, de 13 o 14 años, “sin familia, desarraigados, que acaban siendo conflictivos”.

Contactaron con una ONG local, Praxis, a quien va a ir dirigido el material, y se pusieron a trabajar. Las oenegés locales, cuenta Alberto, “son las que están al pie del cañón, porque las grandes no se sabe a lo que están a pesar de que tienen muchos medios”. En el campamento siempre hay cosas que hacer, desde limpiar las duchas a repartir comida o hacer de chófer llevando a personas al médico, o trasladar material al campamento. En Atenas hay un aeropuerto sin aviones pero repleto de material humanitario y ocupado por voluntarios que reparten ese material.

La iniciativa se llama 'Empezando por aquí', y no es una ONG, ni una asociación. Es una respuesta espontánea a un problema

En el campamento se convirtieron en el 'Lanzarote Team'. Cada tarde, cuando el sol dejaba de calentar el asfalto sobre el que se asienta el campamento, hacían dos calderos enromes de té, de cien litros, y los repartían. “Nos convertimos en un punto de encuentro”. “Lo malo -señala Alberto- es que después te vas y algunos te dicen que si vienes para esto, para qué vienes”. “También te genera impotencia la situación porque hay mucha gente que te dice que prefería haber muerto de una vez y no treinta veces al día, porque no hay un horizonte después del campamento. Lo único que quieren hacer todos es trabajar, en cualquier sitio, como cualquiera; ni siquiera quieren que les den una ayuda como refugiados. Esta gente no tiene culpa de nada”.

La comida la lleva principalmente el Ejército. En el campamento no se puede cocinar, pero sí en las azoteas de los restaurantes. Los propios restaurantes, o los voluntarios, compran comida, la elaboran y la reparten. “Ahí entendí yo lo que es la ONU -dice Alberto-, personas de todos los países, sin apenas entendernos, haciendo comida”. Para la comprensión con los refugiados tampoco hacían faltan idiomas, porque “tocar, abrazar o mirar a los ojos es un lenguaje universal; y cada cara es una realidad”.

En sólo unas semanas, en la isla de Lanzarote se recogieron más de ocho mil kilos de comida y otros diez mil de otros enseres para los refugiados

Alberto dice que en este viaje rompió muchos prejuicios sobre las personas de los países que aportan los refugiados pero también sobre los españoles. “Yo estaba muy cabreado con la situación del país, pero me encontré a muchos jóvenes españoles, con su mochila, que no se han ido este año al Festival de Benicassim, por ejemplo, sino que se han ido tres meses a trabajar en los campos, y mola mucho porque esa gente a lo mejor no vota, pero son un montón”.

Antes de volver dejaron dinero para poder comprar una furgoneta para los repartos y siguen trabajando en intentar que llegue el material y en otros proyectos mediante grupos de whatsapp que se crearon allí. Ahora tienen la intención de amadrinar, o bien pagando un piso en Atenas para que algunas personas pueden salir del campamento “o intentar traer a alguien aquí”, destaca Alberto.

Añadir nuevo comentario