LA HUELLA CONEJERA

La Isla invisible

Visitante en la sala de momias aborígenes del Museo Canario.
Gregorio Cabrera 0 COMENTARIOS 12/02/2017 - 08:54

El Museo Canario se levanta en el barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria como una esfinge decimonónica. Fundado en 1879, conserva entre sus muros el aroma de las viejas sociedades científicas europeas, aunque su espíritu pugna por renovarse. Uno de los retos futuros de esta institución que creció a base de acumular pasados es precisamente ampliar sus instalaciones para mostrar al público sus fondos ocultos. Y dentro de esta parte sumergida del iceberg aparecen significativas muestras geológicas y paleontológicas recogidas por distintos investigadores en Lanzarote y Fuerteventura entre los años cincuenta y la década de los setenta del siglo pasado.

Los fósiles procedentes de Lanzarote y Fuerteventura tras distintos trabajos de investigación conviven con otros llegados del extranjero para su estudio comparativo y con materiales del Mioceno extraídos en el siglo XIX en la zona conocida tradicionalmente como la Terraza de Las Palmas. Además, las dos islas orientales ocupan  un lugar destacado en la colección de minerales, gracias sobre todo al encargo de mapas geológicos al geólogo finlandés Hans Hausen en la década de los cincuenta.

Sin embargo, estas muestras geológicas y paleontológicas permanecen fuera del alcance de la mirada pública, al igual que sucede con los fondos relacionados con la arqueología extranjera, las ciencias naturales, las bellas artes o la numismática. La práctica totalidad del espacio visitable del Museo Canario se dedica en la actualidad de manera monográfica a la cultura aborigen de Gran Canaria, donde destaca, en la segunda planta, la gran sala donde se exhiben las momias aborígenes y otros restos de la antigua población insular. En la parte dedicada a la artesanía prehispánica y de manera anecdótica, aparecen dos piezas cerámicas llegadas en su momento desde Lanzarote, en concreto de la playa de Arrieta y de la Maleza de Tejía, en Teguise.

El Museo Canario cristalizó debido a una particular mezcla de circunstancias. Su fundación guarda una relación directa, en primer lugar, con el interés casi febril que despertaron las llamadas ‘antigüedades canarias’ entre la burguesía grancanaria, que se animó a recoger vestigios de la vida y la cultura aborígenes en expediciones y exploraciones de carácter informal. Pero su puesta en marcha tiene un nombre propio: el doctor Gregorio Chil y Naranjo, médico, historiados y antropólogo teldense.


En el centro del panel, el Doctor Chil. A la derecha, el antropólogo francés René Verneau.

El Museo Canario  conserva fósiles y materiales geológicos procedentes de Lanzarote que no se muestran al público por falta de espacio

La otra razón hay que buscarla en Francia. Varios de los fundadores del Museo Canario mantenían estrechas relaciones con investigadores galos inmersos en una potente y emergente línea de investigación antropológica. Se sumó a este hecho el descubrimiento del hombre de Cro-Magnon. Ciertos rasgos físicos hicieron postular la tesis errónea de una supuesta relación directa entre los antiguos canarios y los europeos del paleolítico. Lo cierto es que esta teoría, ya aparcada y ampliamente superada, influyó en la forja de la institución.

De hecho, la colección permanente del museo incluye una fotografía de 1930 del antropólogo francés René Verneau en la que aparece escrutando un cráneo aborigen. Verneau, nombrado en 1908 director del Museo de Etnografía de París, había publicado en 1891 el libro ‘Cinco años de estancia en las Islas Canarias’, donde señaló que en Lanzarote “todo se esconde”, igual que se ocultan gran parte de los tesoros de este espacio del siglo XIX fondeado en el siglo XXI.


Visitante ante la muestra de artesanía aborigen de Lanzarote y Fuerteventura.

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