PERFIL

Enrique González, medio siglo contando el agua de lluvia

Fue cartero en Yaiza y es el responsable desde 1968 de anotar el agua de lluvia que cae en el municipio

Fotos: Adriel Perdomo.
Saúl García 0 COMENTARIOS 23/08/2020 - 08:21

No es casualidad que Enrique González (Yaiza, 1931) viva en la calle El Correo. “Lo tenía yo aquí en esta mesa”, dice sentado en una de las habitaciones de su casa, que ejercía de punto de partida del reparto ante la ausencia de oficina. Antes que él llevaba la cartería su padre, José González Armas, y también estaba el señor Evaristo, el padre del que después fue alcalde, Honorio García Bravo.

Enrique comenzó repartiendo a pie en Yaiza, Las Casitas, Femés, Maciot y Las Breñas, después en bicicleta, sumando Uga a la ruta, y acabó en coche. Primero iba a recoger el correo, que venía de Arrecife, a la parada de guaguas. “Antes había de todo, cartas, telegramas, subsidios, reembolsos, lo que menos, lo de los bancos, que es lo que hay ahora”, señala. Él tenía en la cabeza los nombres de todos los vecinos y muchas cartas llegaban a su destino sin necesidad de escribir la dirección: bastaba el nombre del destinatario y la Isla.

Fue concejal, aunque no quería serlo, y le propusieron para alcalde. Alguien le recomendó al entonces delegado del Gobierno, Henríquez Pitti: “Le dijeron que tenía que ser yo y yo dije que le habían informado mal”. Así que no fue alcalde.

Lo que sí que es, actualmente, es uno de los más viejos del municipio. Dice que hay mujeres mayores que él, pero de los hombres solo apunta a un señor de La Degollada y otro de Las Breñas, que le superan. Su casa, donde ha vivido siempre, es mucho más antigua. Dice que la empezó su bisabuelo sobre 1850, aunque la parte trasera es de finales del siglo XVIII. Se llamaba Enrique González Lubary, era marinero y murió de paludismo. Su madre era Dorotea Lubary Bazán, cuyos orígenes vienen de Malta.

“Los de aquí -dice, refiriéndose a sus antepasados de Yaiza- eran Curbelo”. Asegura que el volcán llegaba casi hasta la puerta de la casa y señala unos aljibes que estaban bajo la lava.

Enrique es el mayor de nueve hermanos Su padre falleció cuando él tenía 22 años y se tuvo que hacer cargo de la familia. No se casó y siempre alternó el trabajo en el campo con su oficio de cartero y durante algún tiempo con el de corresponsal de la Obra sindical de previsión social. “La gente nueva cree que esto del campo es una deshonra, coger un sacho o una pala”, dice.

Recuerda que llevaba en camello el tabaco que cosechaba en Yaiza hasta Tinajo, y las buenas cosechas de cebolla o de grano. Y dice que los tomates se daban muy bien en Yaiza porque se plantaron donde habían tenido sus raíces las tuneras, que también se daban mejor en el sur que en Guatiza.

El pluviómetro

Pero si hay algo que ha tenido entretenido a Enrique durante años es el pluviómetro. Un recipiente del tamaño de una botella de dos litros de refresco que tiene dentro uno más pequeño que no se llena nunca. El aparato está en la parte delantera de la casa. “No rebosa nunca, la vez que más se llenó fue hace poco y fueron más de 50 litros”. Cada día a las ocho de la mañana se comprueba lo que ha llovido, se vierte el agua en una probeta y así se mide.

El pluviómetro lo tenía una prima suya que se mudó a Arrecife, pero le cedió el pluviómetro. Era el año 1968. Después de rellenar la ficha, donde hay que apuntar las precipitaciones, meteoros observados (hueco que siempre queda en blanco) o vientos dominantes, se envían los datos a la Agencia estatal de meteorología y al Cabildo de Lanzarote, que desde hace años pasa a recogerlos. “Todavía no he fallado”, asegura.

También enviaba los datos a un señor, Francisco Inser, de un pueblo catalán, Gurb de la Plana, que recogía los datos de varios pueblos, pero que ya no se los pide. “Se habrá muerto”, concluye Enrique, que señala precisamente la escasez de agua como el gran problema histórico de la Isla y que recuerda la cantidad de agua que se gastaba regando, durante meses, para el cebollino.

También recuerda que iba a buscar agua a los pozos de Papagayo y a Playa Quemada, a la playa del Pozo, o a las fuentes de La Geria. “Aún hay fuentes -dice-, manarán poco, porque llueve poco, pero las hay”. Y nombra la fuente de Juan Curbelo, la de Los Rosendos o la de la montaña de Los Miraderos.

“Ahora vivimos mejor, pero estamos más en peligro”, dice. Cree que “la agricultura hubiera desaparecido de todas maneras”, pero considera que el turismo ha seguido insistiendo en el tradicional monocultivo en que se basa siempre la economía insular.

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